miércoles, 31 de agosto de 2011

Reinterpretando a Candela (II)

Féretro de Candela



Candela Sol Rodríguez ya no está entre nosotros. Once años duró su breve y accidentado periplo vital, jalonado por el encarcelamiento de un padre y mitigado por el amor materno y ciertos méritos personales.
Como pasara a Mahatma Gandhi (en palabras de Jawaharlal Nehru), un loco acabó con su vida. Sólo loco, decía Nehru, podía llamarse al asesino de Gandhi. Sólo loco, digo yo, puede llamarse al asesino de Candela.
Perdón, deudos de Candela, si ofendí a vuestra desafortunada difunta al tildar a su muerte de fastidiosa y reiterativa noticia policial. Por eso mi reinterpretación de Candela. Que descanse en paz al lado de Dios. Y que el Señor otorgue mal galardón a quienes se creyeron con derecho a interrumpir una vida tan joven en esta época, en la cual la longevidad se ha tornado moneda corriente. Más no logro escribir. No conocí a Candela. Pero algo de ella muere en mí, como en palabras del poeta inglés John Donne, quien decía que cada vez que muere un ser humano muere también parte de nosotros, porque todos formamos parte de un mismo todo de Humanidad. 

lunes, 29 de agosto de 2011

Reinterpretando a Candela (I)

Candela Sol Rodríguez

Licenciado por enfermedad por tiempo prolongado, he procurado entretener mi ocio forzado de los últimos días manteniéndome al tanto, multimedios mediante, de la evolución histórica de la Humanidad. Por la pantalla de mi televisor u ordenador han desfilado los numerosísimos jóvenes católicos asistentes a las Jornadas Mundiales de la Juventud Católica, inauguradas en Madrid por el papa Benedicto XVI, y sus roces con los jóvenes “indignados” de la capital española, quienes hallaban inadmisible que el gobierno hispano agasajara al Santo Padre con fondos públicos utilizables para paliar la difícil situación de los muchos españoles actualmente constreñidos a una situación de paro. Ha desfilado un pueblo libio excitado por la entrada de los rebeldes antikadafistas en Trípoli y la virtual caída del veterano dictador libio Muammar Kadafy. Ha desfilado un pueblo sirio brutalmente reprimido por su propio gobierno durante sus luchas en pro de la democratización de Siria. Ha desfilado un pueblo chileno enardecido por las políticas derechistas de su actual gobierno. Ha desfilado un pueblo estadounidense horrorizado por los estragos del huracán Irene.
Al tratar de interiorizarme sobre las noticias de mi Argentina natal, no recababa información tan relevante como la proveniente del exterior. Superado el frenesí de las elecciones primarias del 14 de agosto, en las cuales yo revistase como presidente de comicio, la principal noticia de mi país parecía ser la desaparición de Candela Sol Rodríguez, niña de once años, meritoria hija de un padre con prontuario penitenciario y domiciliada en la localidad bonaerense de Hurlingham, cuya desesperada progenitora Carola Labrador había llegado a ser recibida por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Quiero mucho a la Presidenta y la futura maternidad de mi hermana me impele a comprender los sentimientos de la madre de Candela, pero me parecía exagerado que la jefa de Estado invirtiese tiempo físico en esa cuestión teniendo, seguramente, temas más relevantes que atender, como la salud económica de la Unasur, actualmente acechada por el fantasma de un eventual default estadounidense.
Ayer el Canal Encuentro emitió Alice, una excelente película portuguesa de 2005 sobre la problemática de los niños desaparecidos. Su director Marco Martins narra la misteriosa desaparición de Alice, niña de tres años de edad, producida en Lisboa en 2003. A casi 200 días de la desaparición de su hija, Mário, padre de Alice, recorre el mismo camino recorrido por la pequeña en su última aparición pública.  Un sentimiento obsesivo ha impulsado a Mário a instalar un conjunto de cámaras de video vigilando el movimiento de las calles de Lisboa. El desesperado Mário procura descubrir una señal de su hija en medio de la multitud anónima registrada por las cámaras. Se levanta temprano a la mañana para bordear temibles hileras de rodados alineados en las autopistas y recorrer atestadas estaciones de trenes y subte, repartiendo hojas impresas sobre la desaparición de Alice a automovilistas y peatones somnolientos o indiferentes. Recorre enormes playas de estacionamiento para introducir esas hojas entre los pliegues de los limpiaparabrisas de los vehículos aparcados. Las deposita en los buzones de los edificios de departamentos. Logra que un vigilador de terminal ferroviaria le proporcione filmaciones de cámaras de seguridad a espaldas de su irascible superior, que luego estudia obsesivamente en un inmueble equipado con múltiples televisores. Empapela las paredes de su "sala de TV" con copias impresas en color de las imágenes contenidas en las filmaciones, que luego desgarrará en un rapto de furia e impotencia. Se resiste a aceptar el ofrecimiento de un amigo de contactar por Internet a un agente del FBI especializado en niños desaparecidos. A instancias de la policía, afronta un fuerte asedio mediático al dirigirse a una casa particular, donde hay una niña que podría ser (pero no es) Alice. Persigue con desesperada discreción, por las agitadas calles y subtes lisboetas, a una mujer acompañada de una niña que podría ser (pero no es) Alice. Ojea, en medio de su desesperación, a un niño acompañado de su madre, aun siendo el infante del sexo opuesto al de Alice. Logra apostar sus cámaras en el aeropuerto de Lisboa y en casa de una anciana con problemas visuales, aunque Luisa, su esposa, le insista que esas cámaras no tienen sentido, aun estando ella, en lo tocante a la desaparición de Alice, más trastornada que Mário,  obligando al personal de Missing Children Portugal a sedarla al recibir su denuncia e intentando suicidarse.
Alice me insta a rever mi postura inicial sobre el caso Candela. La cuestión es mucho menos banal de lo que parece en un país poblado, entre otras personas, de hijos de detenidos-desaparecidos fraudulentamente adoptados y sin historial de contactos con sus padres biológicos. En otro blog he aludido a  José Luis  Fernández, padre de otra Candela, apodado Chipi y retratado en un impiadoso comercial de Telefónica rodado a expensas de una amnesia provocada a Chipi por un accidente motociclístico sufrido en la vida real*. En lo tocante a Candela Sol Rodríguez, podemos, como Chipi,  preguntarnos “¿Y Candela?” con una seriedad no exenta de humor y con un humor no exento de seriedad.
  

viernes, 26 de agosto de 2011

El coronel Kadafy no tiene quién le escriba

En diciembre de 2001, a horas de la caída del presidente Fernando de la Rúa, Antonio, hijo del desafortunado mandatario, comparó, según una crónica periodística, la crisis terminal del gobierno de su padre con la caída del presidente Arturo Illia en 1966. Un integrante del equipo de De la Rúa habría contestado a Antonio en los siguientes términos: "A Illia lo volteó Onganía, Antonito. ¿No entendés que a nosotros nos está echando el pueblo?" Como Hipólito Yrigoyen, Arturo Frondizi y Arturo Illia, víctimas ilustres del golpismo, De la Rúa provenía del partido fundado por quienes habían ayudado al pueblo a voltear al presidente Miguel Ángel Juárez Celman en 1890, sin por ello instaurar las dictaduras instauradas con los derrocamientos de Yrigoyen e Illia. A 110 años del  surgimiento del radicalismo, De la Rúa corría, paradójicamente, la misma suerte que Juárez Celman, mandatario aborrecido, entre otros argentinos, por Leandro Alem, fundador del radicalismo. La de ser un presidente exonerado por su propio pueblo.
     
Miguel Ángel Juárez Celman

Revolucionarios del Parque (1890)

Leandro Alem
 
Primera asunción presidencial de Hipólito Yrigoyen (12 de octubre de 1916)
Arturo Frondizi tapa de Time

Derrocamiento del presidente Arturo Illia (28 de junio de 1966)
Dictador Juan Carlos Onganía


Presidente Fernando de la Rúa
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De la Rúa abandona la Casa Rosada en el helicóptero presidencial, tras renunciar a su cargo (20 de diciembre de 2001)



Diez años después, a miles de kilómetros de la Argentina, un veterano dictador libio, el coronel Muammar Kadafy, se encuentra en similar situación. Exonerado por su propio pueblo, que no sabe dónde está, pero sí que no quiere que vuelva al poder.

Coronel Muammar Kadafy
 Como al coronel de Gabriel García Márquez, a Kadafy nadie le escribe. Al coronel de García Márquez sabían dónde escribirle. Por lo menos lo sabía el gobierno colombiano, que le debía una pensión de guerra hacía al menos medio siglo. Al coronel Kadafy nadie le escribe porque nadie sabe dónde escribirle. Y, al parecer, es un hombre rico y, a diferencia del coronel de García Márquez, no necesita una pensión militar para no morirse de hambre en su incipiente vejez.

Gabriel García Márquez
   
 
Portada de la novela El Coronel no tiene quién le escriba, de
Gabriel García Márquez

La Revolución del Parque y los sucesos del 20 de diciembre de 2001 acabaron con las carreras políticas de Juárez Celman y De la Rúa. La entrada de los rebeldes antikadafistas a Trípoli se perfila como el fin de la carrera política de Kadafy, versión libia de Juárez Celman y De la Rúa.
   


martes, 23 de agosto de 2011

La venganza de Doc Brown


Christopher Lloyd y Michael J.Fox en Volver al futuro


En Volver al futuro, la clásica película de Robert Zemeckis, Marty McFly, adolescente estadounidense de 1985 personificado por Michael J.Fox, viaja imprevistamente a 1955 en la máquina del tiempo inventada por su excéntrico vecino científico Emmett "Doc" Brown, personificado por Christopher Lloyd y ultimado por los terroristas libios que le vendieron plutonio robado de una base nuclear para que Doc les fabricara una bomba atómica. Doc utiliza el plutonio mal habido en su máquina del tiempo y entrega a los libios una falsa bomba, elaborada con otros materiales. Los libios advierten el engaño y, enardecidos, se dirigen al lugar donde Doc está enseñando su máquina del tiempo a Marty, disparando vengativamente contra Doc al acercarse al científico y su joven vecino. Este último viaja imprevistamente en el tiempo para salvar su pellejo, agotando su reserva de plutonio al llegar a 1955, donde un Doc más joven le ayudará a regresar a 1985. Marty logra advertir a Doc que intentarán asesinarlo en 1985. El Doc de 1985 logra evitar su muerte al acudir a su encuentro con los libios con un chaleco antibalas oculto bajo su mameluco de científico.

En abril de 1986, poco después del estreno de Volver al futuro, el conflicto entre Doc y los libios revistió un valor profético cuando la Administración Reagan ordenó bombardear Trípoli. Veinticinco años después han cambiado ciertas cosas en el mundo. A Reagan no lo mataron los terroristas libios, pero un compatriota suyo intentó asesinarlo en 1981 y el Alzheimer se lo llevó a la tumba en 2004, como lo haría con mi abuela paterna cinco años después. Mi abuela también tenía Parkinson, cuya versión presenil contrajo Michael J.Fox hace dos décadas, a la temprana edad de 30 años. Christopher Lloyd envejece discretamente, faltando escasos cuatro años para ese 2015 ingenuamente vaticinado en Volver al futuro II y visitando la Argentina para rodar comerciales de Garbarino caracterizado como el Doc y con el Delorean de la imborrable trilogía de Robert Zemeckis.


Michael J.Fox en Volver al futuro II

Christopher Lloyd recrea al Doc en un comercial de Garbarino (2011)

En este 2011, el conflicto entre Doc y los libios reviste nuevamente un valor profético con la caída de Khadafy, a manos de compatriotas suyos secundados por potencias militares y la oleada democratizadora esparcida en los últimos meses por el África septentrional y el Cercano Oriente. A más de un cuarto de siglo del estreno de Volver al futuro, la venganza de Doc Brown sigue consumándose. Y sus consecuencias pueden ser tan inquietantes como las consecuencias de la invención de una máquina del tiempo.

Coronel Muammar Kadafy
   

domingo, 21 de agosto de 2011

Falsa anticiudadanía


La Libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (1830)

En los días transcurridos desde mi primera experiencia como autoridad de mesa, recogida hace hoy una semana, he soportado en carne propia los embates de una falsa anticiudadanía lamentablemente encarnada en personas de mi agrado. Personas que me miden con falsa lástima cuando rescato el costado vivencialmente enriquecedor de mi más reciente experiencia comicial, diferenciada de anteriores experiencias electorales mías debido al carácter voluntariamente ampliado de mi compromiso electoral, dicho sea a sabiendas de que la democracia, tan penosamente consolidada en el caso argentino, no se agota en las urnas.
Esos (y otros) falsos anticiudadanos, que menosprecian verbal y duramente el componente vital cívico, se contradicen palmariamente al concurrir masivamente a las urnas, tal como ellos (o sus mayores) otrora alentaron, activa o pasivamente, esos males históricos mayúsculos de estas costas encarnados en el golpismo y el neoliberalismo. No me excluyo totalmente de ese lamentable rebaño. Mis votos de 1993-2000 contribuyeron a consolidar en suelo argentino el imperio de las nefastas políticas socioeconómicas neoliberales, ensayadas por la dictadura procesista y afianzadas por las administraciones menemista y delarruista. En lo que creo diferenciarme del falso anticiudadano es en que tengo conciencia de mis propios errores, lo cual explica mi apoyo comicial de 2001-2005 y 2009-2011 a la poderosa alternativa antigolpista y antineoliberal encarnada en la propuesta duhaldista-kirchnerista-cristinista, cuyo tufillo nepotista, disipado por la decadencia política del matrimonio Duhalde y el fallecimiento de Néstor Kirchner, sobredimensionaron equívocamente mis votos antikirchneristas de 2007.
Grande y comprensible es el sufrimiento del argentino animado a ser sincero y positivo, sin caer en la ingenuidad y el simplismo, ante esos falsos anticiudadanos, que menosprecian con premeditada insinceridad ese componente vital cívico devaluado con cruel y consciente hipocresía en estas latitudes de la Tierra. Por eso digo a estos últimos: mucho y genuino es el beneficio recogido por quien se anima a sincerarse. Mucho y muy dañino es el sufrimiento de quien persiste a sabiendas en un absurdo doble discurso, aunque se empecine en negar su padecimiento a expensas del sufrimiento de sus semejantes sincerados. 
Falso anticiudadano: te recomiendo sincerarte, por tu bien y el de tus semejantes. Es lo mejor que podés hacer por vos y los demás pobladores del castigado suelo argentino, nacidos o no en él, poseedores o no de su ciudadanía. Todos sus habitantes formamos parte de un mismo todo de argentinidad. Y por eso no debemos conformarnos con ser meros moradores de un territorio geográfico, sino también comprometernos con su peripatética evolución histórica.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Regreso a Meadowbrook

David Suchet como Hercule Poirot
El canal Film & Arts emite regularmente adaptaciones televisivas de relatos policiales protagonizados por Hercule Poirot, el célebre y atildado detective belga creado por Agatha Christie. En una de esas adaptaciones, Poirot es huésped de Meadowbrook, aristocrático colegio inglés de señoritas del decenio de 1930, donde el sagaz belga, encarnado por David Suchet, ayuda a la policía y servicio secreto ingleses a esclarecer los crímenes responsables del súbito desprestigio del elitista establecimiento educativo. En el tramo final del telefilme, ya esclarecidas las fechorías en cuestión, la remilgada directora de Meadowbrook se plantea, no sin cierto optimismo, la posibilidad de reflotar su establecimiento educativo, convirtiéndolo nuevamente en el mejor colegio inglés.
En los últimos tres decenios, muchos argentinos, padres de hijos en edad escolar, parecen haber decidido, por así decirlo, su regreso a esos Meadowbrooks otrora aparentemente situados en la escuela estatal y hoy presuntamente desplazados a la escuela privada, fenómeno privatizador supuestamente extendido a la educación superior. En el telefilme emitido por Film & Arts, los adinerados padres de las alumnas de Meadowbrook retiran comprensiblemente a sus hijas de una escuela asolada por asesinos, ladrones de joyas y conspiradores políticos. En la Argentina actual, muchos padres, ricos o no, retiran comprensiblemente a sus hijos de una escuela estatal asolada por pavorosos índices de inseguridad física y ausentismo de personal y alarmantes tasas de deserción, repitencia, reingreso y fracaso estudiantiles, amén de un activismo sindical-docente y político-estudiantil no siempre favorable a la institución educativa estatal. En la Argentina actual, muchos jóvenes optan comprensiblemente, por motivos similares, por matricularse en universidades privadas, evitando, preventivamente, frecuentar unas universidades públicas presuntamente damnificadas por una generalizada situación de deterioro aparentemente brillante por su ausencia en la escuela y universidad privadas, donde, al menos, parece poder pretenderse que se dicte clase todos los días. Yo no soy ajeno a dicha situación. Estoy actualmente en uso de la licencia médica solicitada por quien suscribe a causa del desgaste psicofísico producido a quien les habla por un bienio de azarosa labor educativa en el ámbito estatal. Por dicho motivo, estoy considerando seriamente, muy a pesar mío, la posibilidad de renunciar definitivamente a esa actividad.
No entro a discutir dónde están los actuales Meadowbrooks argentinos. Pero, asumiendo que lo estén en la escuela y universidad privadas, no es del todo desacertado postular un regreso a Meadowbrook en la Argentina actual. Y mucho me duele escribirlo. Porque la Argentina bien podría autoeximirse de la apestosa privatización forzada de algo tan público como la educación. No le faltan recursos para ello.
   
    

lunes, 15 de agosto de 2011

Presidente (de mesa) por un día

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner vota en las elecciones primarias del 14 de agosto de 2011
En su libro El 45, Félix Luna refiere deliciosamente su experiencia juvenil como fiscal en los comicios internos celebrados por el radicalismo bonaerense a mediados de enero de 1946:


"(...) Un comité radical en Lanús Oeste: pieza a la calle, paredes chorreadas de cal, algunas láminas de los próceres partidarios, la familiar fealdad de todos los comités. Yo, fiscal del Movimiento de Intransigencia y Renovación en las elecciones internas del partido. Nos han reunido a todos los fiscales en Avellaneda, el día anterior.
"No hay que moverse de las mesas para nada. Estos boattistas son muy pícaros y en cuanto vean que los fiscales intransigentes se levanten un minuto, nos vuelcan los padrones... Hay que controlar bien los documentos de los afiliados, firmar todos los sobres, puntear el padrón, mirar bien el cuarto oscuro. Hay que estar a las siete y media de la mañana en sus puestos y quedarse hasta que cierre la elección. Al mediodía les llevarán una vianda y si hay reemplazantes se los relevará. Ojo con el escrutinio, no se dejen embarullar. Cuando terminen, se vienen con las actas al comité central. Si todos los intransigentes cumplen con su deber, Juan Prat será candidato a gobernador por la UCR y Crisólogo Larralde candidato a vicegobernador. Y entonces no hay Perón que valga en Buenos Aires. ¡En febrero ganamos las elecciones nacionales de punta a punta en la provincia!
"Los boattistas, después de todo, no parecen ser tan mala gente. Son dueños del comité pero me tratan amablemente. Yo no me muevo de la mesa en toda la mañana y sigo firme, controlando los documentos de los votantes, firmando los sobres, entrando al cuarto oscuro a intervalos para comprobar que nuestras boletas no han sido sustraídas. Vienen a votar tipos extrañísimos, casi todos en pijama y con rancho. Saludan al caudillo boattista, votan y se van. El caudillo me mira con simpatía (o con lástima) y a veces me dice:
"¿Está cansado, joven? ¿No gusta un matecito? ¿Un cafecito?
"No se habla para nada de política: los usos radicales vedan hablar de política cuando hay elecciones internas.
"Al mediodía las tripas me rugen de hambre y desfallezco por ir al baño. No viene el relevo ni llega la vianda. Los dueños del comité me invitan a pasar para comer tallarines. Yo, gimiendo por dentro, declino el ofrecimiento. Se compadecen y me hacen servir en la mesa donde está la urna, un enorme plato de tallarines con tuco y una botella de cerveza helada.
"Hace un calor infernal. Yo, que empecé correctamente vestido de saco y corbata, ahora estoy despechugado, sudando como un caballo. Los tallarines boattistas y la cerveza me han liquidado. Me siento mal. A las seis se cierra el comicio, se hace el recuento de votos y después el escrutinio. En mi mesa, al menos, a Prat y a Larralde les ha ido como el culo.
"Vuelvo al comité central. Sueño con darme una larga ducha fría en mi casa y después acostarme. Pero ocurre que, milagrosamente, Prat y Larralde están triunfando en toda la provincia, según informan. Yo entrego tímidamente mi acta, como si tuviera la culpa de la derrota intransigente en Lanús Oeste. La jornada termina a la madrugada siguiente, con mucha cerveza y grandes cantidades de sandwiches de mortadela y abrazos con los amigos y una alegría tremenda, porque después de todo, Prat será el candidato a gobernador por la UCR y Crisólogo Larralde el candidato a vicegobernador ¡y en febrero no hay Perón que valga en la provincia porque ganaremos la nacional de punta a punta!"


Ayer, domingo 14 de agosto de 2011, tuve una experiencia similar a la referida por Luna. Fui autoridad de mesa por primera vez en mis 41 años de vida y 22 de votante. Yo me había postulado infructuosamente como autoridad de mesa ante la Justicia Electoral, en vísperas de las elecciones legislativas nacionales de 2009. En 2010 fui censista, justo el día del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner. Fue una experiencia físicamente agotadora, pero vivencialmente enriquecedora. Supuse que recogería la misma experiencia desempeñándome como autoridad de mesa.
El 15 de julio último pasado yo recorría distintos organismos oficiales de la zona de Tribunales, intentando averiguar dónde hacer sellar el espacio de mi DNI correspondiente a la donación de mis órganos al INCUCAI, cuyos representantes habían recibido mi donativo en la UCA de Puerto Madero, donde yo votase en las elecciones porteñas del 10 de julio. Entre dichos organismos figuraba el edificio ocupado por la Justicia Electoral en la calle Tucumán, a la sazón frecuentado por electores que intentaban justificar su no emisión de voto en los comicios porteños. La Justicia Electoral me derivó al Registro Civil de la calle Uruguay, donde sellaron el espacio de mi DNI destinado al INCUCAI y donde mi hermana y mi cuñado se casarán el próximo 9 de septiembre, con mi primer sobrino en el vientre de su madre, tras 19 años de relación de pareja sin procreación y 13 de convivencia sin formalización de vínculo.
Me dirigía a la puerta de calle de la Justicia Electoral, rumbo al Registro Civil de la calle Uruguay, en una fría y brumosa tarde invernal de viernes, cuando captó mi atención un anuncio de convocatoria de postulantes voluntarios a autoridad de mesa remunerada para los comicios nacionales del 14 de agosto y 23 de octubre y el eventual balotaje electoral del 20 de noviembre. Me acerqué al mostrador correspondiente, expuse mis deseos de postularme y presenté la solicitud del caso.
El 2 de agosto recibí por Correo Argentino mi designación como suplente de mesa para los comicios mencionados en el párrafo anterior de la presente entrada, suscrita por la discutida jueza María Servini de Cubría, la jueza Barubudubudía, como la satirizó Tato Bores en su programa televisivo del decenio de 1990, apuntado por mi abuelastro-padrino Ernesto Pena, a raíz de una sanción judicial impuesta por la magistrada al célebre humorista político. La designación venía acompañada de instructivos impresos en color y destinados a las autoridades de mesa y de la convocatoria a una actividad capacitadora para los destinatarios de las designaciones, con diversas opciones de día, hora y lugar para su realización.
El 11 de agosto asistí a una multitudinaria reunión de capacitación para las autoridades de mesa designadas, celebrada en el coqueto inmueble de la avenida Corrientes ocupado por el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. Duró una hora y media y, grosso modo, dos jóvenes delegadas judiciales pormenorizaron in extenso, Power Point y micrófonos mediante, el escueto contenido de los instructivos remitidos por Correo Argentino.
A las siete de la mañana de ayer me presenté en la UCA de Puerto Madero, decidido a asumir la responsabilidad confiada a quien suscribe por la jueza Servini de Cubría en las primeras elecciones primarias nacionales y obligatorias de la historia argentina. Iba con pocas horas de sueño encima (los sábados a la noche suelo reunirme con mis amigos y me había levantado a las seis de la mañana tras haberme dormido a las dos de la madrugada). Un amigo médico y una ex profesora me habían sugerido que declinase la designación arguyendo los motivos de salud actualmente alegables en mi caso personal, aunque mi galeno de cabecera me asegurase que mi labor electoral no entrañaba riesgos particularmente serios para mi integridad psicofísica. Otro amigo, descreído de la política, se había limitado a medirme con discreta lástima al anunciarle que me desempeñaría como autoridad de mesa. Bien pude haber seguido el consejo del amigo médico y la docente. Pero, porfiado como buen descendiente de gallegos, me metí en el baile. Al fin y al cabo, yo debía desempeñarme como autoridad de mesa en un pacífico distrito electoral porteño de clase alta, en una Argentina netamente pronunciada a favor de la democracia hacía casi tres décadas y con el kilometraje vital carecido por Félix Luna al desempeñar funciones similares en un conflictivo ámbito intrapartidario de la Argentina golpista, con el fantasma del mal llamado fraude patriótico de la Década Infame malamente disipado por el derrocamiento del presidente pro-fraude Ramón Castillo. Mi centro de votación no era un mal alhajado comité partidario del conurbano bonaerense, sino la bien dispuesta sede porteña de una universidad privada, donde fui debidamente atendido por efectivos de seguridad y delegados judiciales y telepostales y no debí ponerme a la defensiva ante ambivalentes caudillos políticos. Entre mis educados anfitriones figuraba un joven y atildado abogado, representante de la Justicia Electoral, cuyo grado de actividad desmentía la fama de pereza atribuida a su gremio. No recibí los suculentos tallarines con tuco y cerveza helada recibidos por Luna de los boattistas de Lanús, pero, al menos, me dieron una vianda, cuyo alto contenido en glucosa parecía desaconsejar que un diabético se postulara como autoridad de mesa.
Había que ponerse a trabajar, eso sí. Pero eso era lo de menos. Al fin y al cabo, mi abuelo, a sus sesenta años, seguía levantándose a las tres de la madrugada, de martes a domingo, para explotar su panadería de Lanús, seguramente próxima al comité descrito por Luna, durante quince horas diarias, con tres horas de pausa para almuerzo y siesta. Si mi abuelo podía trabajar su panadería a los sesenta años, bien podía su nieto trabajar un día como autoridad de mesa a los cuarenta y uno.
Mi cuarto oscuro ya merecía tal calificativo. Alguien había tenido la gentileza de oscurecerlo mediante hojas de papel madera adheridas a los generosos ventanales de un aula de la UCA. El pulcro representante de la Justicia Electoral me designó presidente de mesa por ausencia de la persona inicialmente designada a tales efectos (el suplente es, en los hechos, un vicepresidente de mesa) y me instó amablemente a redondear mis preparativos, pues se acercaba la hora de apertura del comicio. El personal de Correo Argentino me había entregado el material de votación. Guiado por fiscales partidarios, yo había distribuido las numerosas boletas electorales en mi cuarto oscuro. Había dispuesto de la ayuda de fiscales para fijar en el espacio correspondiente la copia del padrón destinada a los votantes y los consabidos anuncios comiciales dirigidos al electorado. Llegaron dos fiscales de cincuenta y tantos años, que compartieron conmigo mi mesa durante toda la jornada, una delegada kirchnerista y otro de la Coalición Cívica. Simpáticos y serviciales. A la tarde se sumó un fiscal radical, más joven e igualmente predispuesto.
Dieron las ocho de la mañana. Labré el acta de apertura del comicio y, en compañía de mis fieles fiscales, me dispuse a recibir a los 261 electores que sufragarían en mi mesa, equivalentes al 75% de mi padrón. Mis electores no lucían pijama y rancho, como los votantes de Félix Luna, pero sí una cierta heterogeneidad evidentemente ausente en los electores intrapartidarios atendidos por el desaparecido historiador. Entre ellos figuraban desde perfectos desconocidos hasta algunos vecinos míos más encumbrados, como el Bambino Veira, fotografiado junto a mi urna a petición de admiradores suyos afectados al comicio, y familiares del juez Oyarbide y del ex presidente Fernando de la Rúa. A la parienta de De la Rúa no le agradó que yo le preguntara bienintencionadamente si ella estaba emparentada con el cuestionado ex mandatario. En mi centro de votación, aunque no en mi mesa, sufragó, muy fotografiado y filmado por los medios acreditados, el ministro Amado Boudou, a quien ayudé, mediante mi voto de ayer, a convertirse en el candidato vicepresidencial kirchnerista. Una votante apellidada Pekerman negó estar emparentada con el conocido entrenador deportivo. Cotejé sus credenciales electorales con la misma puntillosidad denotada por Luna, aunque no con la misma desconfianza, que, en mi caso, no tenía razón de ser. Estampé 261 veces mi firma y sello en los documentos de mis votantes, que iban desde las añosas libretas cívicas y de enrolamiento presentadas por algunos electores de edad avanzada hasta los flamantes DNI celestes recientemente lanzados por el gobierno nacional. Otorgué prioridad de acceso al cuarto oscuro a un lisiado con muletas y a electoras embarazadas o portadoras de bebés y niños. Un usuario de silla de ruedas celebró que la UCA hubiese reparado su ascensor, evitándole pedir que bajasen su urna a la planta baja. Una votante sufragó en mi mesa en compañía de su enternecedor hijo de tres años, a quien su madre alzó en brazos para que ingresase en mi urna el voto de su progenitora, aplaudido por mis fiscales y mí con la misma buena predisposición con la que aplaudimos gestos similares en otros infantes. Un votante con niños preguntó si podía ingresar con los chicos al cuarto oscuro. Se lo permitimos a condición de que los chicos no desordenasen las boletas. Al final hubo que reordenarlas, pero no creo que las hayan desordenado los niños.
De a ratos la actividad se hizo frenética, revelando el carácter estresante atribuido a la labor comicial por quienes me aconsejasen recusar la designación electoral por razones médicas. Llegué a tener ante mí las credenciales electorales de varios votantes, impulsando a uno de mis fiscales a sugerir que interrumpiésemos la recepción de documentos hasta la emisión de los votos de los electores ya acreditados. Había que recibir las credenciales electorales, controlar los padrones, controlar el cierre de los sobres de votación e interrumpir momentáneamente la admisión de electores para permitir que los representantes político-partidarios inspeccionasen el cuarto oscuro.
Faltando pocos minutos para las seis de la tarde, seguían llegando votantes, entre ellos un negro de Sierra Leona con nacionalidad argentina. Llegaron votantes muy jóvenes, denotando la clásica desorientación del sufragante novel. Intenté explicar a un votante cómo podía su hermano, momentáneamente ausente de la Argentina, para justificar su no emisión de voto.
El delegado judicial recorrió el pasillo anunciando, entre aplausos, el cierre del comicio. Excepcionalmente, se permitió que mi votante 261 sufragase a las seis y cinco.
Casi dos horas y media se me fueron en el escrutinio. Había que abrir sobres, agrupar votos, contabilizarlos en una pizarra (eso lo hice yo, docente licenciado), labrar actas. Finalmente, el delegado judicial me ayudó a ultimar detalles. Entregué mi telegrama a la Justicia Electoral al representante de Correo Argentino, quien me entregó la orden de pago destinada al cobro de mis honorarios comiciales. Y aquí la corto, porque, al igual que el Luna de 1946, estoy extenuado y, a diferencia del autor de El 45, no me quedan fuerzas para devorar sandwiches de mortadela con cerveza.