lunes, 28 de noviembre de 2011

Las joyas del abuelo

En el cuento La corona de berilos, publicado en 1892 por el literato escocés sir Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes salva el honor del prominente banquero londinense Alexander Holder, al cual le han sustraído parte de una valiosa joya de la Corona Británica, presentada por un siniestro personaje como garantía de un cuantioso préstamo monetario de la firma bancaria Holder & Stevenson. Holmes recupera las piedras preciosas hurtadas a Holder, demuestra la inocencia del hijo de su cliente (llamado Arthur Holder y acusado por su padre de llevar una vida disoluta y haber robado las desaparecidas gemas) y el error cometido por el eminente financista al concebir como un dechado de virtudes a Mary Holder, su sobrina carnal e hija adoptiva,  y suponer que jamás recuperaría las piedras preciosas y que, tras haber sido "un hombre feliz y próspero, sin una sola preocupación en el mundo",  haya sido sentenciado, en apenas dos días, a "una vejez solitaria y deshonrosa".


Ilustración elaborada por Sidney Paget para la primera edición de La corona de berilos, publicada en mayo de 1892 en el mensuario literario-periodístico londinense The Strand

En una nota publicada el 19 de noviembre de 2011 en Clarín.com, el ex presidente argentino Fernando de la Rúa, en vísperas del décimo aniversario de su muerte política, lamenta amargamente su desgracia personal. Pero, a diferencia de Alexander Holder, De la Rúa nunca tuvo en su poder ninguna joya de la abuela, versión argentina de las joyas de la Corona Británica, que, al menos en el imaginario popular, habían sido empeñadas en su totalidad durante la privatista década menemista. Y, a diferencia del personaje de Conan Doyle, transita actualmente una vejez solitaria y deshonrosa, tras haber sido, como Alexander Holder, "un hombre feliz y próspero, sin una sola preocupación en el mundo".








Las joyas de la abuela

De la Rúa como "un hombre feliz y próspero, sin una sola preocupación en el mundo". Las siguientes imágenes lo muestran como candidato vicepresidencial del binomio balbinista de septiembre de 1973, aspirante senatorial de la lista electoral angelocista de mayo de 1989, vencedor de los comicios porteños de junio de 1996 y presidente recién juramentado en diciembre de 1999





Comienza la "vejez solitaria y deshonrosa" de De la Rúa. Anuncio periodístico de su dramática dimisión presidencial de diciembre de 2001


   
La nota de Clarín.com nos pinta un De la Rúa marginado por sus correligionarios políticos, alejado de los ámbitos académicos y jurídicos, sin amigos íntimos y obligado a vivir prudentemente de su pensión presidencial y a reducir su antiguo tren de vida por cuestiones materiales, recluido en un departamento de la Avenida Alvear mucho menos espacioso que su antiguo apartamento de la calle Montevideo, forzado a vender su chacra de Capilla del Señor y limitar los bienes familiares a su actual inmueble porteño de residencia y a una quinta de Villa Rosa conceptuada por su atribulado propietario como un refugio de fin de semana cercano a sus apetecidas canchas de golf. De la Rúa es abuelo hace ya muchos años (ya lo era al asumir su presidencia). Puede decirse, por ende, siguiendo al objetable matutino de los Noble, que De la Rúa, tras renunciar al Sillón de Rivadavia, se ha visto obligado a vender parte de sus "joyas del abuelo". Pero, para un abuelo, la joya más preciada no es un departamento. Son sus nietos. Que De la Rúa no puede vender, porque la ley argentina prohíbe la compraventa de seres humanos desde la Asamblea del Año XIII, cuyo bicentenario se conmemorará dentro de menos de dos años.


De la Rúa fotografiado en su casa en noviembre de 2011

   

viernes, 25 de noviembre de 2011

Una apropiada respuesta histórica


Respuesta histórica inapropiada. El general José Félix Uriburu se encamina a la Casa Rosada para autoproclamarse presidente de facto, avalado por elementos civiles con peligroso candor

 La historia argentina, como la de cualquier otro país, es una sucesión de respuestas históricas apropiadas e inapropiadas por parte de sus ciudadanos. Nuestra reiterada respuesta inapropiada al golpismo y neoliberalismo desembocó en la desastrosa experiencia procesista, menemista y delarruista. Respondimos inapropiadamente al adoptar una actitud entusiasta o pasiva ante las columnas golpistas de 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Y respondimos apropiadamente al rechazar el neogolpismo carapintada de 1987-1990. Respondimos inapropiadamente al adoptar una actitud entusiasta o pasiva ante la propuesta socioeconómica neoliberal de 1989-2001. Y respondimos apropiadamente al rechazar la amenaza de restauración neoliberal latente desde 2002.


Con riesgosa ingenuidad, una multitud avala la asunción del dictador Eduardo Lonardi el 23 de septiembre de 1955



Con inverosímil candor, una multitud avala el manotazo de ahogado implícito en la aventura malvinense emprendida en 1982 por la indefendible dictadura procesista, a la sazón encabezada por el general Leopoldo Fortunato Galtieri

Sí, más de una vez los argentinos hemos sido cándidos al dejarnos encandilar por falsas panaceas, viéndonos posteriormente obligados a pagar altos costos por nuestra ingenuidad. Pero no siempre caímos en ese riesgoso candor. Hubo un día (hace hoy 27 años) que los argentinos supimos eludir las desaconsejables tentaciones del candor y brindar una apropiada respuesta histórica.
El gobierno constitucional de aquel entonces, asumido el 10 de diciembre de 1983 y presidido por Raúl Alfonsín, había sometido a consulta popular la añosa y espinosa cuestión límitrofe argentino-chilena en la región del Beagle, responsable de los sendos conatos bélicos de 1901 y 1978, felizmente contrarrestados por los arbitrajes de la Corona Británica y la Santa Sede.
La consulta popular se celebró el 25 de noviembre de 1984 y el resultado favoreció, por abrumadora mayoría de votos, la firma del Tratado de Paz y Amistad argentino-chileno suscrito pocos días después en el Vaticano. Duramente aleccionados por la desastrosa empresa malvínica de 1982, los argentinos parecíamos haber entendido que jamás resolveríamos la cuestión magallánica a los bifes, como tampoco resolveremos por esa vía la problemática malvinense. Fue como rubricar electoralmente, casi dos siglos después, el célebre abrazo intercambiado en 1818 por José de San Martín y Bernardo O'Higgins tras la batalla de Maipú, decisiva para la independencia chilena. Fue como refrendar comicialmente, casi un siglo después, el célebre "abrazo del Estrecho", intercambiado en el  istmo magallánico por el presidente argentino Julio Argentino Roca y su par chileno Federico Errázuriz Echaurren el 15 de febrero de 1899.
Por decreto presidencial de 2010, se instauró el feriado del Día de la Soberanía en el día 20 de noviembre, aniversario de la Vuelta de Obligado y de la heroica defensa de la soberanía nacional ante la agresión armada anglo-francesa contra la Argentina rosista de 1845. Pero, en aquella oportunidad, se defendió la soberanía nacional por medios violentos, mientras que en noviembre de 1984 se la defendió por medios pacíficos (y, por ende, más meritoriamente), aunque las reglas diplomáticas obligasen a efectuar las consabidas concesiones en beneficio de la otra parte. Es por ello, en mi opinión, que el Día de la Soberanía debería tener lugar el 29 de noviembre, aniversario de la firma del acuerdo del Vaticano, con mención del enfrentamiento bélico internacional de la Vuelta de Obligado y de la consulta popular de 1984 sobre la cuestión del Beagle. Quiero mucho a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, firmante del mencionado decreto. Mis votos de 2011 contribuyeron gustosamente a su reelección y lamenté mucho la temprana muerte de su consorte y predecesor, que, dicho sea sin cinismo alguno, diluyó el matiz nepotista imputable a la sucesión presidencial de su cónyuge, que me instó a abstenerme de votar por la actual mandataria en 2007 en aras de la ética política, ese importantísimo componente democrático. Pero, a mi juicio, Cristina debería instar a sus gobernados a recordar el noble gesto de 1984.
   

El abrazo de Maipú. Cuadro de Pedro Subercaseaux



La Vuelta de Obligado, conmemorada en un billete de banco argentino 


El "Abrazo del Estrecho". El presidente argentino Julio Argentino Roca y su par chileno Federico Errázuriz Echaurren se reúnen en el Estrecho de Magallanes el 15 de febrero de 1899, preludiando la afortunada desaceleración del conato bélico argentino-chileno de 1901, felizmente reiterada a fines de 1978 por la intervención del cardenal Antonio Samoré, intermediador vaticano designado por el Papa Juan Pablo II


Cardenal Antonio Samoré



Busto del cardenal Antonio Samoré, ubicado en el barrio santiaguino de Providencia


Cartel señalizador del Paso Fronterizo Internacional Cardenal Antonio Samoré, situado en el límite terrestre argentino-chileno, ubicado a la altura de las localidades argentinas de Villa La Angostura y San Carlos de Bariloche, conocido popularmente en Chile como "Puyehue" o "Pajaritos" y en Argentina como "El Rincón" y rebautizado en honor del intermediador papal

Boletas de votación utilizadas en la consulta popular argentina sobre el Tratado de Paz y Amistad argentino-chileno de 1984 


El canciller argentino Dante Caputo firma el Tratado de Paz y Amistad argentino-chileno en el Vaticano, el 29 de noviembre de 1984, sentado junto al Papa Juan Pablo II



El canciller argentino Dante Caputo y su colega chileno Jaime del Valle se fotografían con el Papa Juan Pablo II tras firmar el Tratado de Paz y Amistad argentino-chileno


La presidenta chilena Michelle Bachelet y su colega argentina Cristina Fernández de Kirchner ante una placa en homenaje a Juan Pablo II, descubierta el 5 de diciembre de 2008 en la ciudad chilena de Punta Arenas, con motivo del trigésimo aniversario del segundo conato bélico argentino-chileno en la región del Beagle

No todos los argentinos aplaudieron la firma del tratado argentino-chileno de 1984. En mi breve paso de 1991-1992 por la derechista Universidad del Salvador, tuve algún compañero cerradamente renuente a reconocer la posibilidad de un entendimiento amistoso con los chilenos, pese al marcadísimo pronunciamiento comicial argentino en sentido contrario de 1984. En febrero de 1994, poco antes de cumplir mis 24 años, visité Santa Cruz y Tierra del Fuego, alojándome en hoteles de Calafate y Ushuaia y recorriendo los deslumbrantes perímetros y alrededores de ambas localidades patagónicas. En Santa Cruz compartí mi contingente turístico con un añoso caballero cordobés apellidado Carlomagno, que no fue conmigo a Tierra del Fuego, pues ya había estado allí. En un rapto de indignación, el señor Carlomagno me espetó: "Cuando vaya al Beagle, va a ver la base aeronaval chilena de Puerto Williams. En la orilla argentina, a la misma altura, ¡¡¡no hay ni un vigilante!!!" En lo referente a esa cuestión, tenía razón el señor Carlomagno (burlado a sus espaldas por otro compañero mío de contingente a raíz de su homonimia con el célebre emperador del siglo IX). Ni un vigilante saludaba la base aeronaval chilena de Puerto Williams desde la orilla argentina del Beagle. Casi dieciocho años después, me digo: "Poco importa". Prefiero mil veces ceder medio Beagle a Chile que ir a la guerra con un país vecino, con la misma lengua y religión mayoritaria. Aunque a Chile la siga gobernando la derecha pinochetista. Veintisiete años después de la consulta popular de 1984, insisto que el argentino brindó en esa oportunidad una apropiada respuesta histórica, a diferencia de otras ocasiones. 
  

    
 

martes, 22 de noviembre de 2011

¿Golpe de Estado?

En la película JFK, de Oliver Stone, Kevin Costner personifica a Jim Garrison, el célebre fiscal de Nueva Orleans, que, en 1969, tras tres años de investigación, defendió infructuosamente, ante los tribunales de dicha ciudad, su tesis sobre el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, perpetrado el 22 de noviembre de 1963, hace hoy 48 años. En su alegato, el Garrison de Costner describe el asesinato de JFK como un "golpe de Estado". La probable filiación comunista del posible asesino de JFK, Lee Harvey Oswald, tal vez haya incitado a este último, asumiendo que haya sido él quien mató al mandatario, a vengar el desembarco de Bahía de los Cochinos y el conato de guerra nuclear implícito en la crisis de los misiles de Cuba. Pero JFK no había tenido inconveniente en reunirse con Jruschov y deplorar la erección del Muro de Berlín en la capital alemana. Tal vez el asesinato de JFK haya estado ligado a su voluntad política de mejorar la situación social de los estadounidenses de color. O que se haya decidido borrarlo del mapa para poder intensificar las muy cuestionadas acciones militares estadounidenses en Vietnam, de hecho intensificadas durante la presidencia de su sucesor y vicepresidente Lyndon Johnson.


Kevin Costner en  JFK (1991)

No pretendo ser un experto en la muerte de JFK. No he leído una coma del voluminoso Informe Warren. Me aburriría soberanamente leyendo tanto palabrerío sobre un solo suceso histórico, por muy dramático que haya sido. Lo cierto es que entre nosotros, los argentinos, la muerte de JFK coincidió con un periodo histórico de mucho golpismo. Entre 1955 y 1966, tres presidentes argentinos (Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi y Arturo Illia) fueron víctimas selectas del golpismo. Perón fue sentenciado por sus enemigos a 17 años de exilio y estrechez. Frondizi, confinado en Martín García y Bariloche durante alrededor de un año. Durante su presidencia, Frondizi tuvo algún contacto con JFK, quien, según la panegírica biografía de Frondizi escrita por Emilia Menotti, habría vaticinado su propio asesinato ante su par argentino. Illia, derrocado en 1966, no volvió a ocupar ningún cargo público hasta su muerte en 1983, lo cual no debe extrañarnos, porque, durante los últimos 17 años de vida de Illia, los argentinos civiles sólo dispusieron de tres años para ocupar cargos electivos o recibir designaciones gubernamentales de funcionarios ejecutivos constitucionales.
¿Fue un golpe de Estado el asesinato de JFK? Tal vez sí, tal vez no. No me gustan las tesis conspirativas. Lo cierto es que, al morir JFK, el golpe de Estado era moneda corriente, al menos en la Argentina. Por dicho motivo, quizá no sea descabellado atribuir algún matiz golpista al trágico magnicidio de Dallas.   


Frondizi y JFK


domingo, 20 de noviembre de 2011

La importancia de la soberanía


Nicol Williamson, Robert Duvall y Alan Arkin encarnan a Sherlock Holmes, John Watson y Sigmund Freud en Elemental, Dr.Freud, película de 1976 inspirada en una novela de su director Nicholas Meyer

En su deliciosa novela Elemental, Dr.Freud, de 1974, el literato y cineasta estadounidense Nicholas Meyer simula recibir en Los Ángeles, de su tío Henry, radicado en el Londres de 1970, la fotocopia de un manuscrito inédito del doctor John Watson, el inolvidable compañero de ruta del no menos indeleble Sherlock Holmes, sobre un caso resuelto por este último en 1891, tras haber sido curado de su adicción a la cocaína por Sigmund Freud en Viena. Henry efectúa su imprevisto hallazgo al revisar el desván de una casa que acaba de adquirir al viudo de una taquidactilógrafa, apellidada Dobson de soltera, que, en 1939, recibiera el dictado del manuscrito en cuestión de un Watson viudo, octogenario, recluido en un hogar de ancianos desde 1932 e impedido por una artritis aguda de escribir por sus propios medios. Junto con el manuscrito figura la máquina de escribir utilizada por Dobson para dactilografiar la versión taquigráfica del texto dictado por Watson.
Watson empieza a dictar su singular texto el 23 de septiembre de 1939. Holmes murió diez años atrás en su retiro rural de Sussex. Freud acaba de morir en Londres. Acaba de estallar la Segunda Guerra Mundial, la Luftwaffe bombardea implacablemente la capital inglesa y Watson, como buen médico, sabe que ya tiene 87 años y puede llegarle la muerte en cualquier momento, a causa de la guerra o por causas naturales. Sabe que esta es su última oportunidad de dar a publicidad los hechos referidos en su dictado a Dobson. Watson aclara que debió aguardar las muertes de Holmes y Freud para componer el texto dictado a Dobson, pues sus revelaciones podrían haber perjudicado al detective inglés y su célebre psicoterapeuta austríaco.
Huelga recordar que Holmes y Watson nunca existieron en la vida real y que Freud, insaciable lector, sólo pudo haberlos conocido a través de los inolvidables escritos de sir Arthur Conan Doyle. Es evidente que Henry no descubrió ningún manuscrito de Watson, pues, en la vida real, las imaginarias investigaciones de Holmes fueron referidas por Conan Doyle, quien concibió a Watson como su ficticia primera persona del singular.
Consciente de su edad y finitud, Watson evoca cómo sus contactos con Holmes se vieron reducidos por su matrimonio con Mary Morstan (heroína de El signo de los cuatro) y la reanudación e intensificación de su ejercicio profesional médico, amén de la intensificada labor detectivesca de un Holmes que empezaba a ser conocido fuera del ámbito estrictamente inglés. El Watson de 1939 refiere cómo sus contactos con el gran detective se vieron abruptamente reanudados cuando un Holmes estragado por los abusos de la cocaína apareció sin previo aviso en casa de Watson a una avanzada hora de la noche del 24 de abril de 1891, con la señora de Watson momentáneamente alejada de Londres, y describiendo dramáticamente a un tal profesor Moriarty como un "Napoleón del crimen", que domina Occidente sin que nadie haya oído hablar de él. Watson intuye que Holmes se debate bajo los efectos de una inyección de cocaína, vicio de Holmes severamente reprobado por Watson. Holmes se retira tras haber negado, luego de haberse adormecido por un buen rato, que haya aludido a Moriarty. Al día siguiente, un Watson preocupado por la condición de Holmes suspende sus actividades profesionales y se apersona en su antiguo domicilio de la calle Baker, que Holmes y Watson compartieran durante los siete años anteriores al casamiento de Watson, consumado en 1888. Allí es recibido por la señora Hudson, casera de Holmes, alarmada por el estado general de su singular inquilino, que se niega a alimentarse y se ha enclaustrado tras pesadas persianas de hierro pesado aseguradas con cerrojos y puertas equipadas con múltiples llaves y trancas. Holmes dice esperar una visita de Moriarty y recibe a regañadientes a Watson, quien tiene ocasión de ver un brazo de Holmes saturado de pinchazos de inyecciones de cocaína. Al volver a su casa, Watson es visitado por Moriarty, que no es el "Napoleón del crimen" postulado por Holmes, sino un sexagenario profesor de matemáticas, de apariencia insignificante, que dice haber sido, en su juventud, profesor particular de matemáticas de Sherlock Holmes y su hermano Mycroft, cargo que se vio obligado a dejar a raíz de una desgracia que Moriarty se niega a detallar, para desesperación de Watson, cuya angustia se ve intensificada por la lógica y velada amenaza de Moriarty de llevar a Holmes ante los tribunales si el detective no deja de concebir a su ex profesor como una mente maestra criminal y perseguirlo apostándose por las noches ante su casa, siguiéndolo por la calle durante días, enviándole breves cartas amenazadoras y transmitiendo personalmente conceptos comprometedores sobre Moriarty al director de la escuela privada donde Moriarty enseña matemáticas.
Tras desembarazarse de Moriarty, Watson se dirige al londinense Hospital de San Bartolomé a solicitar, sin mencionar a Holmes, consejo a su colega Stamford, quien presentara años atrás a Holmes a Watson. Corre el año 1891, no existe la Internet y no es tan fácil obtener información sobre un fenómeno tan poco conocido en ese entonces como la adicción a la cocaína, mal atribuido a un paciente suyo por un Watson decidido a no revelar la identidad del enfermo. Todo cuanto parece poder hacer Stamford es prestar a Watson un ejemplar de la célebre revista médica inglesa Lancet, contenedor de un artículo sobre los estragos de la cocaína, firmado por un aún ignoto médico austríaco llamado Sigmund Freud y radicado en Viena.
Con ayuda de su esposa, recién regresada de una breve estadía rural, Watson solicita al astuto y ocioso Mycroft Holmes el consejo y ayuda necesarias para lograr que su hermano Sherlock viaje con Watson a Viena, sin enterarse del motivo del viaje hasta la llegada del detective y su socio a la capital austríaca, donde Watson proyecta situar a Holmes bajo los cuidados de Freud. Por dicho motivo, Watson y Mycroft Holmes logran instar a Moriarty a partir inmediatamente a Viena. Sherlock Holmes interpreta que Moriarty se ha fugado y telegrafía inmediatamente a Watson, pidiéndole que lo ayude a localizarlo con el auxilio de Toby, un perro conservado por un naturalista apellidado Sherman, domiciliado en un lúgubre barrio londinense y dotado de poderes de sabueso particularmente apreciados por Holmes. 
Watson, Holmes y Toby emprenden la persecución de Moriarty por una Europa sin aviones, hasta llegar al hogar vienés de Freud, donde Holmes tilda de Iscariote a Watson, para gran indignación de este último, cuando el detective comprende que su amigo le ha tendido una justificada trampa para llevarlo a Viena a tratarse de su adicción a la cocaína. Moriarty, instalado en un hotel vienés, regresa inmediatamente a Londres en compañía de Toby, mientras Freud y Watson logran reducir trabajosamente el interés de Holmes por la droga.
Todo parece indicar que la estadía vienesa de Holmes y Watson revestirá un carácter exclusivamente médico, hasta que Freud es citado por un colega suyo para examinar a una mujer ingresada en un pabellón psiquiátrico, de la cual Holmes interpreta que ha sido víctima de una infamia, perpetrada por un perverso aristócrata bávaro llamado Manfred Gottfried Karl Wolfgang von Leinsdorf, poseedor de una baronía, ligado a la alta sociedad vienesa, pariente lejano del emperador austríaco Francisco José II y aparentemente decidido a desencadenar la conflagración europea conocida como Primera Guerra Mundial y desencadenada más de veinte años después por el asesinato del príncipe heredero imperial austro-húngaro y su esposa. El barón von Leinsdorf secuestra a su joven madrastra, suplantada por una actriz estadounidense, y se la lleva en tren a Baviera, siendo interceptado y ultimado a sablazos por Holmes, quien lo ha perseguido en ferrocarril desde Viena, acompañado de Freud y Watson.
Freud, Holmes y Watson regresan a Viena, donde las autoridades instan a las partes involucradas en la muerte de von Leinsdorf a guardar silencio para evitar complicaciones diplomáticas. Holmes insiste en vaticinar acertadamente el estallido de la guerra finalmente desencadenada en 1914. El detective agradece la ayuda brindada por Freud y Watson para librar a Holmes de las garras de la cocaína y acepta ser hipnotizado por última vez por Freud, a quien confiesa que su odio por Moriarty se debe a su rol de portador de malas noticias, duramente castigado por los antiguos persas y ejercido por el profesor de matemáticas al revelar al joven Sherlock que su padre había asesinado a su madre por haberlo engañado con otro hombre, lo cual explica la terca soltería de los hermanos Holmes. A continuación, Holmes y Watson se dirigen a la terminal ferroviaria vienesa, donde Holmes aborda el expreso de Milán en vez de volver con Watson a Londres, aduciendo la necesidad de disponer de algún tiempo para sí mismo. Tal es la historia referida por Meyer. Una bella combinación de hechos ficticios y reales. Bella combinación que, en este Día de la Soberanía, recuerda la importancia de conservar la soberanía sobre la propia personalidad, evitando su colonización por fuerzas ajenas a nuestra verdadera idiosincrasia.         

sábado, 19 de noviembre de 2011

Hercúleo dilema

En su célebre novela policial Asesinato en el Expreso de Oriente, de 1934, la escritora inglesa Agatha Christie nos pinta a su famoso detective belga Hercule Poirot auxiliando a un oficial militar francés apellidado Dubosc, que salvara la vida de Poirot durante la Primera Guerra Mundial. Poirot agradece el favor de Dubosc resolviendo exitosamente un caso policial en Siria, susceptible de mancillar el honor del ejército francés. En una gélida madrugada invernal, un Poirot elogiado por Dubosc aborda, en la ciudad siria de Alepo, el Taurus Express, elegante y semivacío ferrocarril procedente de Bagdad, destinado a empalmar con el célebre Orient Express en Estambul, donde Poirot piensa gratificarse con una prolongada estadía turística. A bordo del Taurus Express viajan únicamente la institutriz inglesa Mary Debenham y un compatriota suyo apellidado Arbuthnot, coronel destinado en la India, desde donde regresa en uso de licencia. Poirot no intima mucho con sus reservados compañeros de viaje. Al acercarse a Estambul, el Taurus Express sufre un leve retraso, lo cual hace temer a Debenham la posibilidad de perder la conexión ferroviaria en la ex capital turca. Al llegar al hotel Tokatlian de Estambul, Poirot se ve obligado a renunciar a su proyecto turístico, pues un telegrama de Londres lo emplaza a regresar inmediatamente a la capital inglesa para ocuparse de un caso policial. En el comedor del Tokatlian, Poirot se encuentra con un viejo amigo y compatriota suyo, apellidado Bouc y directivo de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits, a la cual pertenece la formación del Orient Express que Poirot abordará en Estambul con destino a Calais, donde, haciendo tripas corazón de su célebre fobia al mar, el detective belga deberá abordar un barco para cruzar el Canal de la Mancha en esos tiempos sin Eurotúnel. Mientras celebra su encuentro con Bouc, Poirot observa a un seco caballero estadounidense apellidado Ratchett, acompañado de su joven secretario y compatriota, apellidado McQueen, y de su remilgado valet inglés, apellidado Masterman. En Estambul, Poirot se ve obligado a abordar un Orient Express desusadamente atestado para esa época del año y compartir con McQueen un incómodo camarote de segunda clase hasta Belgrado, donde la adición de un vagón proveniente de Atenas permitirá a Poirot obtener mejores comodidades. En el vagón de Atenas viaja un médico griego apellidado Constantine, quien lejos está de suponer que, a la mañana siguiente, en un Orient Express varado por la nieve en un despoblado paraje yugoslavo, se le convocará para examinar el cadáver de Ratchett, quien ha amanecido cosido a puñaladas en su camarote. Bouc encomienda la investigación detectivesca a Poirot, antes de la llegada de la policía yugoslava. Tras haber salvado el honor del ejército francés en Siria, Poirot deberá salvar el honor de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits... y resguardar su propio honor profesional.

Albert Finney encarna a Hercule Poirot en la versión cinematográfica de Asesinato en el Orient Express dirigida en 1974 por el cineasta judeo-estadounidense Sidney Lumet, fallecido el 9 de abril de 2011

Asistido por Bouc y Constantine, Poirot emprende la investigación, interrogando minuciosamente al nutrido pasaje del Orient Express, integrado, entre otras figuras, por Debenham, Arbuthnot, la añosa princesa ruso-francesa Natalia Dragomiroff y su fiel doncella alemana Hildegarde Schmidt, un matrimonio condal húngaro apellidado Andrenyi, la enfermera-misionera sueca Greta Ohlsson y la bulliciosa y añosa maestra viuda estadounidense Caroline Martha Hubbard, el agente automotriz ítalo-estadounidense Antonio Foscarelli y el detective privado estadounidense Cyrus Bethman Hardman (un falso vendedor de cintas para máquinas de escribir, cuyos servicios detectivescos intentase contratar en Estambul un Ratchett amenazado de muerte). Poirot pronto descubre que Ratchett era, en realidad, un mafioso ítalo-estadounidense apellidado Cassetti, prófugo de la justicia estadounidense y responsable delictivo del muy comentado secuestro y asesinato de una niña estadounidense de clase alta llamada Daisy Armstrong. Progresivamente, Poirot descubrirá los vínculos de sus interrogados con el caso Armstrong y sus motivos para asesinar vengativamente a Ratchett/Cassetti (motivos que no poseen Poirot, Bouc y Constantine). Descubrirá que la princesa Dragomiroff amadrinó a la madre de Daisy Armstrong, que Hildegarde Schmidt era la cocinera de los Armstrong, Antonio Foscarelli su chofer, Masterman su valet, McQueen hijo del fiscal de distrito del caso Armstrong, la condesa Andrenyi tía de Daisy Armstrong y Greta Ohlsson su nurse. Descubrirá que la vulgar señora Hubbard es, en realidad, Linda Arden, una consumada actriz teatral estadounidense retirada y abuela de Daisy Armstrong, cuyo padre, suicidado junto con su esposa tras la muerte de su hija, salvara la vida de Arbuthnot, su mejor amigo, durante la Primera Guerra Mundial. Entre los interrogados de Poirot, cuyos equipajes inspeccionará el detective belga, figura el francés Pierre Michel, fiel y veterano empleado de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits y padre de la niñera francesa de Daisy Armstrong, suicidada a causa de las sospechas recaídas sobre su persona en relación al asesinato de la infortunada niña estadounidense, cuya tía, la condesa Andrenyi, tuviera a Debenham como institutriz. Poirot da por concluida la investigación al convocar a sus interrogados al coche-comedor del tren, donde Hubbard/Arden revelará su verdadera identidad y confesará que los interrogados de Poirot se habían conjurado trabajosamente para asesinar vengativamente a Ratchett/Cassetti, asestando doce puñaladas, a razón de una por cada conjurado, a un cuerpo previamente inmovilizado con ayuda de un potente narcótico.


La novela de Agatha Christie convertida en una historieta inglesa de 2007

En su reciente artículo de La Nación.com sobre el caso García Belsunce, Abel Posse ha evocado la novela de Agatha Christie y el dilema ético planteado a un Poirot puntilloso y enfrentado ante un crimen vengativo con múltiples autores materiales, que deberá declararse inevitablemente ante la policía yugoslava. Poirot comprende las razones de sus interrogados para asesinar a Ratchett/Cassetti, pero también sabe que su meritoria carrera detectivesca puede verse enlodada si se sospecha que encubrió lo que, en resumidas cuentas, fue un asesinato, por muy atendibles motivos que existiesen para perpetrarlo. El Poirot de Asesinato en el Orient Express recuerda, sin poseer los rasgos atribulados del héroe literario ruso, al Raskolnikóv de Crimen y Castigo, que recorre las memorables páginas de Dostoievski preguntándose si le conviene o no confesar que ha asesinado a dos ancianas y finalmente se entrega a la justicia, quien, considerando su confesión voluntaria como factor atenuante, lo encarcela en Siberia en vez de ejecutarlo. El Poirot de Asesinato en el Orient Express propone brindar a la policía yugoslava una versión del crimen que no comprometa particularmente a los vengadores de Daisy Armstrong, ni al detective belga.



Crimen y castigo (versión fílmica de 1935)

Por estos días, similares dilemas éticos atraviesan a la sociedad argentina, conmocionada, entre otras cuestiones, por los asesinatos de los niños Candela Sol Rodríguez y Tomás Dameno Santillán. ¿Debe o no debe ampliarse la muy restrictiva ley argentina de aborto de 1921? ¿Debe o no debe legalizarse la muerte digna? ¿Debe o no debe ampararse legalmente la identidad de género de ex varones o ex mujeres? Similar debate ético animó a la sociedad estadounidense en la década de 1980, a raíz de un célebre caso de maternidad subrogada. En castellano, Hércules es el nombre de pila de Poirot. A tales dilemas y su ineluctable resolución no les cuadra mejor adjetivo calificativo que el de "hercúleos".  
    

jueves, 17 de noviembre de 2011

Marca de respetabilidad

En 1986, mi padre se inscribió en un curso intensivo de inglés, cuyo libro de texto narraba las divertidas peripecias de un inventor no británico empecinado en lograr que los fabricantes de los remilgados paraguas ingleses aceptaran fabricar un paraguas inflable ideado por su excéntrico interlocutor y resistido por los paragüistas británicos, renuentes a confeccionar "esa especie de globo" en vez de paraguas derivados de "siglos de investigación" y definibles como una "marca de respetabilidad" y "signo caballeresco". Finalmente, el singular inventor lograba imponer su peculiar creación entre el público inglés.
Mi padre compartía conmigo la entretenida historia anglófona catorce años después de la apertura del célebre paraguas de José Ignacio Rucci sobre la cabeza de Juan Domingo Perón, asolada por las lluvias abatidas sobre el Aeropuerto Internacional de Ezeiza en la mañana del 17 de noviembre de 1972, cuando el ex presidente ponía fin a diecisiete años de exilio. El paraguas de Rucci no era inflable. Casi cuarenta años después, los paraguas inflables siguen sin existir. Tampoco era el paraguas de un aristócrata inglés, que el sindicalista peronista distaba de ser.  El paraguas de Rucci podía proteger de la lluvia la cabeza de Perón, pero no proteger a Rucci de las balas responsables de su asesinato, perpetrado el 25 de septiembre de 1973. Tal como el cuerpo de Enzo Bordabehere no podía evitar el asesinato de Lisandro de la Torre sin exponerse a ser herido o ultimado, salvo que tuviese puesto un chaleco blindado.
El paraguas de Rucci no podía contener la furia política abatida sobre la Argentina del decenio de 1970, tal como el cuerpo de Bordabehere no podía hacerlo en la Argentina de la Década Infame. Pero hay algo indudable: el paraguas de Rucci no sería el paraguas de un aristócrata inglés, pero sí una marca de respetabilidad, como el cuerpo de Bordabehere.

El senador nacional demoprogresista santafesino Lisandro de la Torre asiste al velatorio de su correligionario Enzo Bordabehere, asesinado en pleno recinto senatorial el 23 de julio de 1935

  José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, recibe al ex presidente  Juan Domingo Perón en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en la mañana del 17 de noviembre de 1972










miércoles, 16 de noviembre de 2011

Navidad adelantada

Quince días atrás, me sorprendió detectar la temprana presencia de decoraciones navideñas en el Jumbo de Puerto Madero. Manifesté mi extrañeza a una empleada del supermercado, quien no supo brindarme una respuesta convincente. Con el correr de los días, detecté el mismo fenómeno en locales comerciales de otros barrios porteños. Adornos navideños en venta en negocios de Once y Constitución. Golosinas navideñas a medio desembalar en un supermercado chino cercano al Hospital de Clínicas.
¿A qué se debe esa prematura fiebre navideña? ¿La Argentina ha resuelto adoptar, además de Halloween,  otra costumbre estadounidense, la del Viernes Negro, consistente en efectuar compras navideñas anticipadas a valores promocionales en el último viernes de noviembre, al día siguiente del Día de Acción de Gracias?
Confieso que no soy totalmente ajeno a esa prematura fiebre navideña. Ayer, 40 días antes de Navidad, propuse a mi hermana un regalo navideño para mi sobrino, nacido días atrás. Pero no pienso salir corriendo a comprarlo. Como tampoco pienso proponer un armado prematuro del árbol de Navidad a mi madre, quien suele armarlo todos los 8 de diciembre.
Esa extraña tendencia al adelantamiento no es exclusivamente navideña. La cuestión del Bicentenario de la Revolución de Mayo empezó a trabajarse al menos cuatro años antes de los aparatosos festejos de mayo de 2010. Apenas terminado el Mundial de Fútbol de 2010, la FIFA empezó a definir dónde se jugarían los Mundiales de 2014, 2018 y 2022. Ya están jugándose las eliminatorias para el Mundial de 2014, estando de por medio las Olimpíadas de 2012, evento deportivo internacional no menos relevante y bastante más cercano en el tiempo.
¿A qué se debe esa extraña prisa? ¿Se viene el fin del mundo? La crisis de la eurozona no anticipa, que yo sepa, ningún Armageddón. Europa las ha pasado peores. Vivió la Peste Negra en el siglo XIV, la Guerra de los Cien Años en los siglos XIV y XV, la Guerra de los Treinta Años en el siglo XVII y las dos guerras mundiales del siglo XX. Estas últimas mataron decenas de millones de europeos en poco más de tres décadas, sin contar las numerosas víctimas fatales del Holocausto nazi, del Terror estalinista y de la Guerra Civil Española. La crisis de la eurozona no ha matado a nadie, aunque millones de europeos estén sin trabajo y viviendo de la seguridad social.
En 2001, el psicoterapeuta sueco Owe Wikström, digno hijo de Europa, se atrevió a contraponer una cultura de la lentitud a la cultura de la prisa del mundo actual, desde las memorables páginas de su libro El elogio de la lentitud. La postura de Wikström no es descabellada. Jesús de Nazaret no adelantó su nacimiento, cuya conmemoración tampoco necesita ser adelantada. Y menos como una excusa para reventar la tarjeta de crédito en los shoppings.


Viernes Negro en EE.UU.

Owe Wikström

Portada de la edición hispanófona de 2008 del libro El elogio de la lentitud, de Owe Wikström

sábado, 12 de noviembre de 2011

Aguerrido para el amor

En un artículo de su autoría, titulado Pegarle a un hijo es signo de impotencia y publicado en La Nación.com el 9 de noviembre de 2011[1], el psicólogo argentino Miguel Espeche expresa textualmente:

 “Entender que pegar a los chicos es el mejor camino para educarlos es un error. Es también indicador de pobreza de criterios y de imaginación en lo que a didáctica respecta.
“(…) la dilución de la figura paterna es un problema tan grave como lo fue antaño el autoritarismo. El autoritarismo sigue existiendo, pero hoy está más en manos de los hijos que de los padres, al menos en nuestro país.
“Es importante que los padres logren respeto de parte de sus hijos. Para ello, deben respetarse a sí mismos y evitar sentir que son culpables de haber traído a sus hijos a este mundo cruel (¿cuándo el mundo no fue cruel?) o sentir que sus hijos son de cristal y cualquier cosa dañará su psiquismo.
“Nos atrevemos a decir que es bueno que los padres sean poderosos. Pueden amar a sus hijos, pueden ofrecerles alimento físico y anímico, pueden educarlos, pueden "marcarles la cancha", pueden vivir una vida y, desde allí, traer el pan de cada día...
“Al ver a sus padres como poderosos, los hijos respetarán, porque respetan el poder, no el no poder. Demasiados padres se "enganchan" más con su impotencia que con su potencia, y eso es perturbador en todo sentido, en particular, para sus hijos.
“(…)  pegarle a los chicos es lisa y llanamente un signo de impotencia, no de potencia. El miedo como único elemento disciplinario es dañino y es signo de un problema que hará eclosión una vez que el miedo se vaya, y aparezca el resentimiento en vez de la gratitud.
“(…) No hablamos de edulcoramiento o de un "explicacionismo" insufrible cuando negamos la eficacia del golpe como herramienta a la hora de educar. No es la tibieza insulsa la contracara de la violencia. Todos aquellos que hayan sido padres de verdad, y no meros "tribuneros" de la paternidad ajena, saben que el día a día con los hijos es transpirado, desprolijo y....amoroso. Los chicos están hechos a prueba de yerros paternos, pero no pueden contra el desamor o la violencia instituida.
"Por eso, pensar una educación con padres que pueden marcar la cancha, sin creer que todo es ternura en esta vida ya que el amor también tiene su cara áspera, es algo que sirve, y mucho, para ofrecer tranquilidad y acompañamiento conceptual y anímico a millones de padres que a veces se sienten jaqueados y culposos.
"Pero eso ni remotamente significa apostar a la violencia instituida como elemento de coerción, porque lo que educa es el amor, no el espanto. Y en ese sentido podemos decir que el golpe metódico y guiado por teóricos de la violencia familiar es, justamente, un espanto que hay que evitar a toda costa”.
Recuerdo un chiste en el cual Coné, sobrino de Condorito, habiendo sido abofeteado por su tío, preguntaba a este último si su tatarabuelo pegaba a su bisabuelo cuando era chico, si su bisabuelo lo hacía con su abuelo, su abuelo con su padre, su padre con Condorito, quien, muy seguro de sí, respondía enfática e invariablemente "¡Pues claro!" A lo cual Coné respondía con una antológica pregunta: "¿Por qué no terminamos de una vez con esa pésima costumbre de familia?"
Condorito

Coné

Concuerdo plenamente con Espeche y Coné, y no lo digo desde mi doble condición de ex tallerista del PSMB [2] y ex lector de la historieta chilena Condorito. Tampoco hablo como padre, porque no lo soy. Hablo desde mi lógica repugnancia hacia “la violencia instituida como elemento de coerción” y denunciada por Espeche. Como Condorito, ahora soy tío. Ayer mi hermana dio a luz a mi sobrino Nippur, bautizado en honor de Nippur de Lagash, ficticio guerrero sumerio del cuarto milenio a. C.inmortalizado por Robin Wood y Lucho Olivera en una homónima historieta argentina ávidamente consumida por mi cuñado en sus años infantiles. Espero que mi Nippur sea tan aguerrido como su imaginario tocayo de la Antigüedad. Pero que, a diferencia del Nippur de Wood y Olivera, sea aguerrido para el amor, no para la guerra.

        Nippur de Lagash



Mi sobrino Nippur







[1] Cf. http://www.lanacion.com.ar/1421656-pegarle-a-un-hijo-es-signo-de-impotencia
[2] Siglas del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, creado en 1985 por el psicólogo argentino Carlos Campelo, cuya coordinación general ocupa Espeche desde el fallecimiento de Campelo en 1997