domingo, 20 de noviembre de 2011

La importancia de la soberanía


Nicol Williamson, Robert Duvall y Alan Arkin encarnan a Sherlock Holmes, John Watson y Sigmund Freud en Elemental, Dr.Freud, película de 1976 inspirada en una novela de su director Nicholas Meyer

En su deliciosa novela Elemental, Dr.Freud, de 1974, el literato y cineasta estadounidense Nicholas Meyer simula recibir en Los Ángeles, de su tío Henry, radicado en el Londres de 1970, la fotocopia de un manuscrito inédito del doctor John Watson, el inolvidable compañero de ruta del no menos indeleble Sherlock Holmes, sobre un caso resuelto por este último en 1891, tras haber sido curado de su adicción a la cocaína por Sigmund Freud en Viena. Henry efectúa su imprevisto hallazgo al revisar el desván de una casa que acaba de adquirir al viudo de una taquidactilógrafa, apellidada Dobson de soltera, que, en 1939, recibiera el dictado del manuscrito en cuestión de un Watson viudo, octogenario, recluido en un hogar de ancianos desde 1932 e impedido por una artritis aguda de escribir por sus propios medios. Junto con el manuscrito figura la máquina de escribir utilizada por Dobson para dactilografiar la versión taquigráfica del texto dictado por Watson.
Watson empieza a dictar su singular texto el 23 de septiembre de 1939. Holmes murió diez años atrás en su retiro rural de Sussex. Freud acaba de morir en Londres. Acaba de estallar la Segunda Guerra Mundial, la Luftwaffe bombardea implacablemente la capital inglesa y Watson, como buen médico, sabe que ya tiene 87 años y puede llegarle la muerte en cualquier momento, a causa de la guerra o por causas naturales. Sabe que esta es su última oportunidad de dar a publicidad los hechos referidos en su dictado a Dobson. Watson aclara que debió aguardar las muertes de Holmes y Freud para componer el texto dictado a Dobson, pues sus revelaciones podrían haber perjudicado al detective inglés y su célebre psicoterapeuta austríaco.
Huelga recordar que Holmes y Watson nunca existieron en la vida real y que Freud, insaciable lector, sólo pudo haberlos conocido a través de los inolvidables escritos de sir Arthur Conan Doyle. Es evidente que Henry no descubrió ningún manuscrito de Watson, pues, en la vida real, las imaginarias investigaciones de Holmes fueron referidas por Conan Doyle, quien concibió a Watson como su ficticia primera persona del singular.
Consciente de su edad y finitud, Watson evoca cómo sus contactos con Holmes se vieron reducidos por su matrimonio con Mary Morstan (heroína de El signo de los cuatro) y la reanudación e intensificación de su ejercicio profesional médico, amén de la intensificada labor detectivesca de un Holmes que empezaba a ser conocido fuera del ámbito estrictamente inglés. El Watson de 1939 refiere cómo sus contactos con el gran detective se vieron abruptamente reanudados cuando un Holmes estragado por los abusos de la cocaína apareció sin previo aviso en casa de Watson a una avanzada hora de la noche del 24 de abril de 1891, con la señora de Watson momentáneamente alejada de Londres, y describiendo dramáticamente a un tal profesor Moriarty como un "Napoleón del crimen", que domina Occidente sin que nadie haya oído hablar de él. Watson intuye que Holmes se debate bajo los efectos de una inyección de cocaína, vicio de Holmes severamente reprobado por Watson. Holmes se retira tras haber negado, luego de haberse adormecido por un buen rato, que haya aludido a Moriarty. Al día siguiente, un Watson preocupado por la condición de Holmes suspende sus actividades profesionales y se apersona en su antiguo domicilio de la calle Baker, que Holmes y Watson compartieran durante los siete años anteriores al casamiento de Watson, consumado en 1888. Allí es recibido por la señora Hudson, casera de Holmes, alarmada por el estado general de su singular inquilino, que se niega a alimentarse y se ha enclaustrado tras pesadas persianas de hierro pesado aseguradas con cerrojos y puertas equipadas con múltiples llaves y trancas. Holmes dice esperar una visita de Moriarty y recibe a regañadientes a Watson, quien tiene ocasión de ver un brazo de Holmes saturado de pinchazos de inyecciones de cocaína. Al volver a su casa, Watson es visitado por Moriarty, que no es el "Napoleón del crimen" postulado por Holmes, sino un sexagenario profesor de matemáticas, de apariencia insignificante, que dice haber sido, en su juventud, profesor particular de matemáticas de Sherlock Holmes y su hermano Mycroft, cargo que se vio obligado a dejar a raíz de una desgracia que Moriarty se niega a detallar, para desesperación de Watson, cuya angustia se ve intensificada por la lógica y velada amenaza de Moriarty de llevar a Holmes ante los tribunales si el detective no deja de concebir a su ex profesor como una mente maestra criminal y perseguirlo apostándose por las noches ante su casa, siguiéndolo por la calle durante días, enviándole breves cartas amenazadoras y transmitiendo personalmente conceptos comprometedores sobre Moriarty al director de la escuela privada donde Moriarty enseña matemáticas.
Tras desembarazarse de Moriarty, Watson se dirige al londinense Hospital de San Bartolomé a solicitar, sin mencionar a Holmes, consejo a su colega Stamford, quien presentara años atrás a Holmes a Watson. Corre el año 1891, no existe la Internet y no es tan fácil obtener información sobre un fenómeno tan poco conocido en ese entonces como la adicción a la cocaína, mal atribuido a un paciente suyo por un Watson decidido a no revelar la identidad del enfermo. Todo cuanto parece poder hacer Stamford es prestar a Watson un ejemplar de la célebre revista médica inglesa Lancet, contenedor de un artículo sobre los estragos de la cocaína, firmado por un aún ignoto médico austríaco llamado Sigmund Freud y radicado en Viena.
Con ayuda de su esposa, recién regresada de una breve estadía rural, Watson solicita al astuto y ocioso Mycroft Holmes el consejo y ayuda necesarias para lograr que su hermano Sherlock viaje con Watson a Viena, sin enterarse del motivo del viaje hasta la llegada del detective y su socio a la capital austríaca, donde Watson proyecta situar a Holmes bajo los cuidados de Freud. Por dicho motivo, Watson y Mycroft Holmes logran instar a Moriarty a partir inmediatamente a Viena. Sherlock Holmes interpreta que Moriarty se ha fugado y telegrafía inmediatamente a Watson, pidiéndole que lo ayude a localizarlo con el auxilio de Toby, un perro conservado por un naturalista apellidado Sherman, domiciliado en un lúgubre barrio londinense y dotado de poderes de sabueso particularmente apreciados por Holmes. 
Watson, Holmes y Toby emprenden la persecución de Moriarty por una Europa sin aviones, hasta llegar al hogar vienés de Freud, donde Holmes tilda de Iscariote a Watson, para gran indignación de este último, cuando el detective comprende que su amigo le ha tendido una justificada trampa para llevarlo a Viena a tratarse de su adicción a la cocaína. Moriarty, instalado en un hotel vienés, regresa inmediatamente a Londres en compañía de Toby, mientras Freud y Watson logran reducir trabajosamente el interés de Holmes por la droga.
Todo parece indicar que la estadía vienesa de Holmes y Watson revestirá un carácter exclusivamente médico, hasta que Freud es citado por un colega suyo para examinar a una mujer ingresada en un pabellón psiquiátrico, de la cual Holmes interpreta que ha sido víctima de una infamia, perpetrada por un perverso aristócrata bávaro llamado Manfred Gottfried Karl Wolfgang von Leinsdorf, poseedor de una baronía, ligado a la alta sociedad vienesa, pariente lejano del emperador austríaco Francisco José II y aparentemente decidido a desencadenar la conflagración europea conocida como Primera Guerra Mundial y desencadenada más de veinte años después por el asesinato del príncipe heredero imperial austro-húngaro y su esposa. El barón von Leinsdorf secuestra a su joven madrastra, suplantada por una actriz estadounidense, y se la lleva en tren a Baviera, siendo interceptado y ultimado a sablazos por Holmes, quien lo ha perseguido en ferrocarril desde Viena, acompañado de Freud y Watson.
Freud, Holmes y Watson regresan a Viena, donde las autoridades instan a las partes involucradas en la muerte de von Leinsdorf a guardar silencio para evitar complicaciones diplomáticas. Holmes insiste en vaticinar acertadamente el estallido de la guerra finalmente desencadenada en 1914. El detective agradece la ayuda brindada por Freud y Watson para librar a Holmes de las garras de la cocaína y acepta ser hipnotizado por última vez por Freud, a quien confiesa que su odio por Moriarty se debe a su rol de portador de malas noticias, duramente castigado por los antiguos persas y ejercido por el profesor de matemáticas al revelar al joven Sherlock que su padre había asesinado a su madre por haberlo engañado con otro hombre, lo cual explica la terca soltería de los hermanos Holmes. A continuación, Holmes y Watson se dirigen a la terminal ferroviaria vienesa, donde Holmes aborda el expreso de Milán en vez de volver con Watson a Londres, aduciendo la necesidad de disponer de algún tiempo para sí mismo. Tal es la historia referida por Meyer. Una bella combinación de hechos ficticios y reales. Bella combinación que, en este Día de la Soberanía, recuerda la importancia de conservar la soberanía sobre la propia personalidad, evitando su colonización por fuerzas ajenas a nuestra verdadera idiosincrasia.         

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