La Libertad guiando al pueblo, de Eugéne Delacroix (1830) |
En los días transcurridos desde mi primera experiencia como autoridad de mesa, recogida hace hoy una semana, he soportado en carne propia los embates de una falsa anticiudadanía lamentablemente encarnada en personas de mi agrado. Personas que me miden con falsa lástima cuando rescato el costado vivencialmente enriquecedor de mi más reciente experiencia comicial, diferenciada de anteriores experiencias electorales mías debido al carácter voluntariamente ampliado de mi compromiso electoral, dicho sea a sabiendas de que la democracia, tan penosamente consolidada en el caso argentino, no se agota en las urnas.
Esos (y otros) falsos anticiudadanos, que menosprecian verbal y duramente el componente vital cívico, se contradicen palmariamente al concurrir masivamente a las urnas, tal como ellos (o sus mayores) otrora alentaron, activa o pasivamente, esos males históricos mayúsculos de estas costas encarnados en el golpismo y el neoliberalismo. No me excluyo totalmente de ese lamentable rebaño. Mis votos de 1993-2000 contribuyeron a consolidar en suelo argentino el imperio de las nefastas políticas socioeconómicas neoliberales, ensayadas por la dictadura procesista y afianzadas por las administraciones menemista y delarruista. En lo que creo diferenciarme del falso anticiudadano es en que tengo conciencia de mis propios errores, lo cual explica mi apoyo comicial de 2001-2005 y 2009-2011 a la poderosa alternativa antigolpista y antineoliberal encarnada en la propuesta duhaldista-kirchnerista-cristinista, cuyo tufillo nepotista, disipado por la decadencia política del matrimonio Duhalde y el fallecimiento de Néstor Kirchner, sobredimensionaron equívocamente mis votos antikirchneristas de 2007.
Grande y comprensible es el sufrimiento del argentino animado a ser sincero y positivo, sin caer en la ingenuidad y el simplismo, ante esos falsos anticiudadanos, que menosprecian con premeditada insinceridad ese componente vital cívico devaluado con cruel y consciente hipocresía en estas latitudes de la Tierra. Por eso digo a estos últimos: mucho y genuino es el beneficio recogido por quien se anima a sincerarse. Mucho y muy dañino es el sufrimiento de quien persiste a sabiendas en un absurdo doble discurso, aunque se empecine en negar su padecimiento a expensas del sufrimiento de sus semejantes sincerados.
Falso anticiudadano: te recomiendo sincerarte, por tu bien y el de tus semejantes. Es lo mejor que podés hacer por vos y los demás pobladores del castigado suelo argentino, nacidos o no en él, poseedores o no de su ciudadanía. Todos sus habitantes formamos parte de un mismo todo de argentinidad. Y por eso no debemos conformarnos con ser meros moradores de un territorio geográfico, sino también comprometernos con su peripatética evolución histórica.
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