lunes, 15 de agosto de 2011

Presidente (de mesa) por un día

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner vota en las elecciones primarias del 14 de agosto de 2011
En su libro El 45, Félix Luna refiere deliciosamente su experiencia juvenil como fiscal en los comicios internos celebrados por el radicalismo bonaerense a mediados de enero de 1946:


"(...) Un comité radical en Lanús Oeste: pieza a la calle, paredes chorreadas de cal, algunas láminas de los próceres partidarios, la familiar fealdad de todos los comités. Yo, fiscal del Movimiento de Intransigencia y Renovación en las elecciones internas del partido. Nos han reunido a todos los fiscales en Avellaneda, el día anterior.
"No hay que moverse de las mesas para nada. Estos boattistas son muy pícaros y en cuanto vean que los fiscales intransigentes se levanten un minuto, nos vuelcan los padrones... Hay que controlar bien los documentos de los afiliados, firmar todos los sobres, puntear el padrón, mirar bien el cuarto oscuro. Hay que estar a las siete y media de la mañana en sus puestos y quedarse hasta que cierre la elección. Al mediodía les llevarán una vianda y si hay reemplazantes se los relevará. Ojo con el escrutinio, no se dejen embarullar. Cuando terminen, se vienen con las actas al comité central. Si todos los intransigentes cumplen con su deber, Juan Prat será candidato a gobernador por la UCR y Crisólogo Larralde candidato a vicegobernador. Y entonces no hay Perón que valga en Buenos Aires. ¡En febrero ganamos las elecciones nacionales de punta a punta en la provincia!
"Los boattistas, después de todo, no parecen ser tan mala gente. Son dueños del comité pero me tratan amablemente. Yo no me muevo de la mesa en toda la mañana y sigo firme, controlando los documentos de los votantes, firmando los sobres, entrando al cuarto oscuro a intervalos para comprobar que nuestras boletas no han sido sustraídas. Vienen a votar tipos extrañísimos, casi todos en pijama y con rancho. Saludan al caudillo boattista, votan y se van. El caudillo me mira con simpatía (o con lástima) y a veces me dice:
"¿Está cansado, joven? ¿No gusta un matecito? ¿Un cafecito?
"No se habla para nada de política: los usos radicales vedan hablar de política cuando hay elecciones internas.
"Al mediodía las tripas me rugen de hambre y desfallezco por ir al baño. No viene el relevo ni llega la vianda. Los dueños del comité me invitan a pasar para comer tallarines. Yo, gimiendo por dentro, declino el ofrecimiento. Se compadecen y me hacen servir en la mesa donde está la urna, un enorme plato de tallarines con tuco y una botella de cerveza helada.
"Hace un calor infernal. Yo, que empecé correctamente vestido de saco y corbata, ahora estoy despechugado, sudando como un caballo. Los tallarines boattistas y la cerveza me han liquidado. Me siento mal. A las seis se cierra el comicio, se hace el recuento de votos y después el escrutinio. En mi mesa, al menos, a Prat y a Larralde les ha ido como el culo.
"Vuelvo al comité central. Sueño con darme una larga ducha fría en mi casa y después acostarme. Pero ocurre que, milagrosamente, Prat y Larralde están triunfando en toda la provincia, según informan. Yo entrego tímidamente mi acta, como si tuviera la culpa de la derrota intransigente en Lanús Oeste. La jornada termina a la madrugada siguiente, con mucha cerveza y grandes cantidades de sandwiches de mortadela y abrazos con los amigos y una alegría tremenda, porque después de todo, Prat será el candidato a gobernador por la UCR y Crisólogo Larralde el candidato a vicegobernador ¡y en febrero no hay Perón que valga en la provincia porque ganaremos la nacional de punta a punta!"


Ayer, domingo 14 de agosto de 2011, tuve una experiencia similar a la referida por Luna. Fui autoridad de mesa por primera vez en mis 41 años de vida y 22 de votante. Yo me había postulado infructuosamente como autoridad de mesa ante la Justicia Electoral, en vísperas de las elecciones legislativas nacionales de 2009. En 2010 fui censista, justo el día del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner. Fue una experiencia físicamente agotadora, pero vivencialmente enriquecedora. Supuse que recogería la misma experiencia desempeñándome como autoridad de mesa.
El 15 de julio último pasado yo recorría distintos organismos oficiales de la zona de Tribunales, intentando averiguar dónde hacer sellar el espacio de mi DNI correspondiente a la donación de mis órganos al INCUCAI, cuyos representantes habían recibido mi donativo en la UCA de Puerto Madero, donde yo votase en las elecciones porteñas del 10 de julio. Entre dichos organismos figuraba el edificio ocupado por la Justicia Electoral en la calle Tucumán, a la sazón frecuentado por electores que intentaban justificar su no emisión de voto en los comicios porteños. La Justicia Electoral me derivó al Registro Civil de la calle Uruguay, donde sellaron el espacio de mi DNI destinado al INCUCAI y donde mi hermana y mi cuñado se casarán el próximo 9 de septiembre, con mi primer sobrino en el vientre de su madre, tras 19 años de relación de pareja sin procreación y 13 de convivencia sin formalización de vínculo.
Me dirigía a la puerta de calle de la Justicia Electoral, rumbo al Registro Civil de la calle Uruguay, en una fría y brumosa tarde invernal de viernes, cuando captó mi atención un anuncio de convocatoria de postulantes voluntarios a autoridad de mesa remunerada para los comicios nacionales del 14 de agosto y 23 de octubre y el eventual balotaje electoral del 20 de noviembre. Me acerqué al mostrador correspondiente, expuse mis deseos de postularme y presenté la solicitud del caso.
El 2 de agosto recibí por Correo Argentino mi designación como suplente de mesa para los comicios mencionados en el párrafo anterior de la presente entrada, suscrita por la discutida jueza María Servini de Cubría, la jueza Barubudubudía, como la satirizó Tato Bores en su programa televisivo del decenio de 1990, apuntado por mi abuelastro-padrino Ernesto Pena, a raíz de una sanción judicial impuesta por la magistrada al célebre humorista político. La designación venía acompañada de instructivos impresos en color y destinados a las autoridades de mesa y de la convocatoria a una actividad capacitadora para los destinatarios de las designaciones, con diversas opciones de día, hora y lugar para su realización.
El 11 de agosto asistí a una multitudinaria reunión de capacitación para las autoridades de mesa designadas, celebrada en el coqueto inmueble de la avenida Corrientes ocupado por el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. Duró una hora y media y, grosso modo, dos jóvenes delegadas judiciales pormenorizaron in extenso, Power Point y micrófonos mediante, el escueto contenido de los instructivos remitidos por Correo Argentino.
A las siete de la mañana de ayer me presenté en la UCA de Puerto Madero, decidido a asumir la responsabilidad confiada a quien suscribe por la jueza Servini de Cubría en las primeras elecciones primarias nacionales y obligatorias de la historia argentina. Iba con pocas horas de sueño encima (los sábados a la noche suelo reunirme con mis amigos y me había levantado a las seis de la mañana tras haberme dormido a las dos de la madrugada). Un amigo médico y una ex profesora me habían sugerido que declinase la designación arguyendo los motivos de salud actualmente alegables en mi caso personal, aunque mi galeno de cabecera me asegurase que mi labor electoral no entrañaba riesgos particularmente serios para mi integridad psicofísica. Otro amigo, descreído de la política, se había limitado a medirme con discreta lástima al anunciarle que me desempeñaría como autoridad de mesa. Bien pude haber seguido el consejo del amigo médico y la docente. Pero, porfiado como buen descendiente de gallegos, me metí en el baile. Al fin y al cabo, yo debía desempeñarme como autoridad de mesa en un pacífico distrito electoral porteño de clase alta, en una Argentina netamente pronunciada a favor de la democracia hacía casi tres décadas y con el kilometraje vital carecido por Félix Luna al desempeñar funciones similares en un conflictivo ámbito intrapartidario de la Argentina golpista, con el fantasma del mal llamado fraude patriótico de la Década Infame malamente disipado por el derrocamiento del presidente pro-fraude Ramón Castillo. Mi centro de votación no era un mal alhajado comité partidario del conurbano bonaerense, sino la bien dispuesta sede porteña de una universidad privada, donde fui debidamente atendido por efectivos de seguridad y delegados judiciales y telepostales y no debí ponerme a la defensiva ante ambivalentes caudillos políticos. Entre mis educados anfitriones figuraba un joven y atildado abogado, representante de la Justicia Electoral, cuyo grado de actividad desmentía la fama de pereza atribuida a su gremio. No recibí los suculentos tallarines con tuco y cerveza helada recibidos por Luna de los boattistas de Lanús, pero, al menos, me dieron una vianda, cuyo alto contenido en glucosa parecía desaconsejar que un diabético se postulara como autoridad de mesa.
Había que ponerse a trabajar, eso sí. Pero eso era lo de menos. Al fin y al cabo, mi abuelo, a sus sesenta años, seguía levantándose a las tres de la madrugada, de martes a domingo, para explotar su panadería de Lanús, seguramente próxima al comité descrito por Luna, durante quince horas diarias, con tres horas de pausa para almuerzo y siesta. Si mi abuelo podía trabajar su panadería a los sesenta años, bien podía su nieto trabajar un día como autoridad de mesa a los cuarenta y uno.
Mi cuarto oscuro ya merecía tal calificativo. Alguien había tenido la gentileza de oscurecerlo mediante hojas de papel madera adheridas a los generosos ventanales de un aula de la UCA. El pulcro representante de la Justicia Electoral me designó presidente de mesa por ausencia de la persona inicialmente designada a tales efectos (el suplente es, en los hechos, un vicepresidente de mesa) y me instó amablemente a redondear mis preparativos, pues se acercaba la hora de apertura del comicio. El personal de Correo Argentino me había entregado el material de votación. Guiado por fiscales partidarios, yo había distribuido las numerosas boletas electorales en mi cuarto oscuro. Había dispuesto de la ayuda de fiscales para fijar en el espacio correspondiente la copia del padrón destinada a los votantes y los consabidos anuncios comiciales dirigidos al electorado. Llegaron dos fiscales de cincuenta y tantos años, que compartieron conmigo mi mesa durante toda la jornada, una delegada kirchnerista y otro de la Coalición Cívica. Simpáticos y serviciales. A la tarde se sumó un fiscal radical, más joven e igualmente predispuesto.
Dieron las ocho de la mañana. Labré el acta de apertura del comicio y, en compañía de mis fieles fiscales, me dispuse a recibir a los 261 electores que sufragarían en mi mesa, equivalentes al 75% de mi padrón. Mis electores no lucían pijama y rancho, como los votantes de Félix Luna, pero sí una cierta heterogeneidad evidentemente ausente en los electores intrapartidarios atendidos por el desaparecido historiador. Entre ellos figuraban desde perfectos desconocidos hasta algunos vecinos míos más encumbrados, como el Bambino Veira, fotografiado junto a mi urna a petición de admiradores suyos afectados al comicio, y familiares del juez Oyarbide y del ex presidente Fernando de la Rúa. A la parienta de De la Rúa no le agradó que yo le preguntara bienintencionadamente si ella estaba emparentada con el cuestionado ex mandatario. En mi centro de votación, aunque no en mi mesa, sufragó, muy fotografiado y filmado por los medios acreditados, el ministro Amado Boudou, a quien ayudé, mediante mi voto de ayer, a convertirse en el candidato vicepresidencial kirchnerista. Una votante apellidada Pekerman negó estar emparentada con el conocido entrenador deportivo. Cotejé sus credenciales electorales con la misma puntillosidad denotada por Luna, aunque no con la misma desconfianza, que, en mi caso, no tenía razón de ser. Estampé 261 veces mi firma y sello en los documentos de mis votantes, que iban desde las añosas libretas cívicas y de enrolamiento presentadas por algunos electores de edad avanzada hasta los flamantes DNI celestes recientemente lanzados por el gobierno nacional. Otorgué prioridad de acceso al cuarto oscuro a un lisiado con muletas y a electoras embarazadas o portadoras de bebés y niños. Un usuario de silla de ruedas celebró que la UCA hubiese reparado su ascensor, evitándole pedir que bajasen su urna a la planta baja. Una votante sufragó en mi mesa en compañía de su enternecedor hijo de tres años, a quien su madre alzó en brazos para que ingresase en mi urna el voto de su progenitora, aplaudido por mis fiscales y mí con la misma buena predisposición con la que aplaudimos gestos similares en otros infantes. Un votante con niños preguntó si podía ingresar con los chicos al cuarto oscuro. Se lo permitimos a condición de que los chicos no desordenasen las boletas. Al final hubo que reordenarlas, pero no creo que las hayan desordenado los niños.
De a ratos la actividad se hizo frenética, revelando el carácter estresante atribuido a la labor comicial por quienes me aconsejasen recusar la designación electoral por razones médicas. Llegué a tener ante mí las credenciales electorales de varios votantes, impulsando a uno de mis fiscales a sugerir que interrumpiésemos la recepción de documentos hasta la emisión de los votos de los electores ya acreditados. Había que recibir las credenciales electorales, controlar los padrones, controlar el cierre de los sobres de votación e interrumpir momentáneamente la admisión de electores para permitir que los representantes político-partidarios inspeccionasen el cuarto oscuro.
Faltando pocos minutos para las seis de la tarde, seguían llegando votantes, entre ellos un negro de Sierra Leona con nacionalidad argentina. Llegaron votantes muy jóvenes, denotando la clásica desorientación del sufragante novel. Intenté explicar a un votante cómo podía su hermano, momentáneamente ausente de la Argentina, para justificar su no emisión de voto.
El delegado judicial recorrió el pasillo anunciando, entre aplausos, el cierre del comicio. Excepcionalmente, se permitió que mi votante 261 sufragase a las seis y cinco.
Casi dos horas y media se me fueron en el escrutinio. Había que abrir sobres, agrupar votos, contabilizarlos en una pizarra (eso lo hice yo, docente licenciado), labrar actas. Finalmente, el delegado judicial me ayudó a ultimar detalles. Entregué mi telegrama a la Justicia Electoral al representante de Correo Argentino, quien me entregó la orden de pago destinada al cobro de mis honorarios comiciales. Y aquí la corto, porque, al igual que el Luna de 1946, estoy extenuado y, a diferencia del autor de El 45, no me quedan fuerzas para devorar sandwiches de mortadela con cerveza.     
         


        

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