Candela Sol Rodríguez
Ante todo, no tengo inconveniente en admitir que poseo un costado ingenuo. Y, al mismo tiempo, no tengo inconveniente en admitir que encuentro muy recomendable una dosis moderada de ingenuidad en aras de una mejor calidad de vida (o, si no gusta el término ingenuidad, de fe en el costado bondadoso o mejorable del ser humano).
A ese costado bondadoso o mejorable apostó evidentemente Candela, abanderada de su escuela y girl-scout católica, denotando, a sus escasos once años, una fe en los valores positivos ausente en ciertos mayores suyos, empezando por su padre, cuya opción por los valores negativos derivase en su encarcelamiento.
Es ese el costado que yo rescato del caso Candela. No la noticia policial. El género policial podrá haberme interesado alguna vez a nivel artístico, no a nivel mediático. Podré alguna vez haber disfrutado del Sherlock Holmes de sir Arthur Conan Doyle, del Hercule Poirot y señorita Marple de Agatha Christie, del comisario Maigret de Georges Simenon. Pero, en lo tocante a la vida real, siempre me interesó otro tipo de noticias.
Tampoco rescato del caso Candela su eventual significado político. No pienso malgastar energías en tildar de electoralista el interés demostrado en el caso Candela por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner o el gobernador bonaerense Daniel Scioli, que tenían tanto derecho a interesarse en el caso Candela como cualquier hijo de vecino.
No: lo que rescato del caso Candela es el conflicto, actualmente candente en la Argentina, entre los valores positivos encarnados por personas como Candela y los valores negativos encarnados por personas como el padre de Candela. La lucha, por decirlo de manera harto simplificada, entre el Bien y el Mal. Por decirlo en términos bíblicos, entre Caín y Abel. En el caso Candela parece haber prevalecido, al menos hasta ahora, la postura de Caín. Pero Abel aún puede revertir esa tendencia a su favor. Y la sociedad argentina también. Esa debe ser la principal enseñanza del caso Candela al actual argentino promedio, cuyos principales problemas no son de índole política o socioeconómica, sino axiológica.
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