En la mitología griega, Pigmalión era un escultor enamorado de su estatua Galatea. También parece haber habido un rey de Tiro llamado Pigmalión. Un planeta secundario ha sido denominado Pigmalión 96189 en honor al Pigmalión escultor. En el siglo I a.C., el poeta romano Virgilio impuso el nombre de Pigmalión a un personaje de su Eneida. Entre los siglos XVI y XIX, la historia del Pigmalión escultor inspiró cuadros de Agnolo Bronzino y François Boucher, óperas de Jean-Philippe Rameau, Georg Anton Benda, Karol Kazimierz Kurpiński, Luigi Cherubini y Gaetano Donizetti, un melodrama de Jean-Jacques Rousseau, un musical burlesco de William Brough y un ballet coreografiado por Marius Petipa. En los siglos XIX y XX, la sociología y psicología acuñarían los conceptos de efecto Pigmalión y pigmalionismo o agalmatofilia, respectivamente referentes a la conducta de seres humanos tendientes a comportarse según las expectativas de sus semejantes y la atracción erótica producida por las estatuas y la inmovilidad[1]. En 1877, el psiquiatra austríaco Richard von Krafft-Ebbing registró el caso de un jardinero enamorado de una estatua de la Venus de Milo y empecinado en tratar de mantener contacto sexual con la escultura.
Pigmalión y Galatea, cuadro de François Boucher (1767)
Yo propongo concebir el pigmalionismo como la creencia en el automejoramiento y el anti-pigmalionismo como la creencia en el autoempeoramiento. Dicho más coloquialmente: el pigmalionista cree que puede mejorar su personalidad; el anti-pigmalionista cree que sólo puede empeorarla.
[1] La información utilizada en este texto es, mayoritariamente, una mera bajada de Internet. No pretendo ser una autoridad en la materia (n.del a.)
En 1912, el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw estrenó su célebre comedia teatral Pigmalión, llevada al cine por el cineasta británico Anthony Asquith en 1938. La obra de Shaw inspiró la célebre comedia musical My fair lady (Mi bella dama), estrenada en Nueva York en 1956, ideada por Gabriel Pascal, con letras de Alan Jay Lerner y música de Frederick Loewe y una versión cinematográfica de 1964 aparentemente destinada a una remake en 2012. El Pigmalión de Shaw también inspiró al dramaturgo británico Willy Russell la obra teatral Educating Rita (Educando a Rita), estrenada por encargo en el Londres de 1980 y adaptada por Russell al cine en 1983 y a la radio en 2009. En la década de 1990, la historia de Pigmalión inspiró un animé del japonés Shinji Wada.
George Bernard Shaw
George Bernard Shaw
El Pigmalión de Shaw no es el escultor de la mitología griega, sino Henry Higgins, exasperante fonetista del Londres de principios del siglo XX. Higgins toma bajo su protección a la joven y desaliñada florista Eliza Doolittle, que vive humildemente de la venta callejera de violetas en las inmediaciones del Covent Garden, donde la descubren Higgins y un coronel apellidado Pickering en una lluviosa noche de función en el afamado teatro londinense. En pocos meses de trabajosa transformación, Eliza deja de ser una deslucida violetera callejera, con mejor dominio del dialecto Cockney que del purista idioma inglés maniáticamente preconizado por Higgins, convirtiéndose en una dama digna de ser presentada en una recepción diplomática, aunque, de a ratos, se subleve contra el autoritarismo de Higgins y amenace con volver a sus viejas costumbres.
Leslie Howard y Wendy Hiller personifican a Henry Higgins y Eliza Doolittle en la versión cinematográfica británica del Pigmalión de Shaw dirigida en 1938 por Anthony Asquith
El Pigmalión de Shaw convertido en comedia musical de Broadway. Audrey Hepburn personifica a Eliza Doolittle en la versión cinematográfica de My fair lady dirigida en 1964 por George Cukor. La precede Rex Harrison en el rol de Henry Higgins.
Keira Knightley interpretaría a Eliza Doolittle en la remake cinematográfica de My fair lady, dirigida por Cameron Mackintosh y destinada a estrenarse mundialmente en 2012, año del centenario del estreno mundial del Pigmalión de Shaw
El Higgins de Russell no es un recalcitrante fonetista de principios del siglo XX, sino Frank Bryant, excéntrico doctor en letras del decenio de 1980, tan aficionado a la literatura como al alcohol, magistralmente encarnado por Michael Caine en la versión cinematográfica de Educando a Rita. Bryant acepta, como alumna de la Open University inglesa, a Susan White, una veinteañera peluquera de clase baja encarnada en el cine por Julie Walters, que ha adoptado el sobrenombre de Rita y se divorciará de su marido para eludir el convencional destino femenino impulsado para ella por su padre y su consorte, en su afán por autotransformarse mediante el estudio de la literatura.
En 1983, el cineasta británico Lewis Gilbert dirigió a Julie Walters y Michael Caine en Educando a Rita, versión cinematográfica de una obra teatral inspirada en el Pigmalión de Shaw
En 1982 yo tenía doce años y leía ávidamente la clásica historieta argentina Locuras de Isidoro, de Dante Quinterno, relato de las aventuras del playboy Isidoro Cañones, que, en una entrega del comic, se convertía en una versión argentina del Higgins de Shaw, al tomar a su cargo la trabajosa transformación de su zaparrastrosa mucama temporal Cachirla Funes, efectuada bajo el reticente apoyo financiero de esa acartonada y anacrónica versión argentina del Pickering de Shaw encarnada en el severo, añoso y acaudalado coronel Urbano Cañones, tío de Isidoro, quien mencionaba al Higgins de Shaw y amenazaba con desheredar a su sobrino bon vivant si este último no sentaba cabeza. Rebautizada por Isidoro como Liliana Reynal, la joven se convertía, en tres meses, en una estrella televisiva.
Isidoro Cañones. En una entrega de la historieta de Dante Quinterno, publicada en 1982, el "rey de los playboys" se convertía paradójicamente en una versión argentina del Higgins de Shaw
Tanto
No puedo, por desgracia, decir lo mismo de mis alumnos de secundaria, cuyo grado de indisciplina me costase, durante un azaroso bienio, bochornosos apercibimientos disciplinarios por parte de mis superiores jerárquicos y problemas de salud psicomoral explicativos de mi primer pedido de licencia médica prolongada como docente estatal bonaerense, instancia frecuente en mi gremio e inicialmente recusada por mis principios éticos, injustamente jaqueados por muy adversas circunstancias. Mis alumnos de secundaria eran (o parecían ser) unos netos anti-pigmalionistas, descreídos de sus chances de automejoramiento, ante los cuales resultarían impotentes los poderes de los dioses griegos y los talentos del Higgins de Shaw.
Yo veía (y veo) en la educación secundaria obligatoria ese relevante espacio de automejoramiento individual situado por el Higgins de Shaw en el buen decir y la Rita de Russell en el estudio de la literatura. ¿Soy, acaso, un ingenuo por pensar así? En sentido objetivo, no, pero, ¿dónde está la objetividad hoy en día?
En dos años de sufrida labor docente debí efectuar concesiones que, en mi época de estudiante secundario, habrían parecido una burla. Y no hice el secundario con Miguel Cané en la época de Juvenilia. Lo hice en la década de 1980. ¿Cuáles fueron esas concesiones? No dar tarea para el hogar porque nadie la hacía. No dejar materiales para fotocopiar porque nadie los fotocopiaba (mis alumnos alegaban no tener los 80 centavos para mis modestísimas fotocopias, mientras estaban dele mandar SMS estúpidos con sus bonitos celulares de pantalla dactilar, de 500 pesos para arriba, o sacando estúpidas fotitos digitales de sus personas y de la mía, mientras yo, ¿necio de mí?, intentaba hablar de la Sociedad de Naciones y del Holocausto). No promover debates porque nadie decía este pico es mío. No utilizar las netbooks del Programa Conectar Igualdad como recurso didáctico, porque mis alumnos preferían utilizarlas para publicar zonceras en Facebook o Twitter. No dictar clases expositivas porque nadie les prestaba atención. Quise dar lo mejor de mí a personas aparentemente deseosas de recibir lo peor. Quise, como el Pigmalión mitológico griego, convertir a mis alumnos en Galateas. Pero mis alumnos parecían preferir estrellarse con las malas alas de un Ícaro. Quise, como el Higgins de Shaw con el idioma inglés, que mis alumnos percibieran la belleza y utilidad del buen castellano. Pero mis alumnos parecían preferir el alarmante léxico de los cánticos futboleros. Quise, como la Rita de Russell y la Tess de Nichols, que mis alumnos redujeran su margen de ignorancia. Pero a mis alumnos parecía seducirles más su ampliación.
Finalmente, muy a pesar mío, pedí (y obtuve) una licencia médica prolongada. Mi pigmalionismo había sufrido su primera derrota ante el anti-pigmalionismo. Pero, a diferencia de Anakin Skywalker, prefiero no pasarme al Lado Oscuro. No tengo vocación de Darth Vader. Los anti-pigmalionistas se creen muy astutos. Pero suelen terminar mal.
En La Guerra de las Galaxias, el pigmalionista Anakin Skywalker cometía el fatídico error de autoconvertirse en el anti-pigmalionista Darth Vader, autosentenciándose al caritativo parricidio perpetrado por su hijo, el atribulado y perseverante pigmalionista Luke Skywalker, bondadoso Schoklender intergaláctico ideado por George Lucas en 1977.
No hay comentarios:
Publicar un comentario