En su novela El péndulo de Foucault, Umberto Eco narra las peripecias de tres intelectuales italianos de los decenios de 1970 y 1980, apellidados Casaubon, Belbo y Diotallevi y empleados en una editorial milanesa. Belbo y Diotallevi alternan su labor rutinaria con la inviable creación de un departamento de saberes inútiles o imposibles, como la Avúnculocongratulación Mecánica o arte de construir máquinas para saludar a la tía. Yo mismo pronto seré tío y me pregunto si podré evitar el trato mecánico con mi sobrino.
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Umberto Eco
Portada de la primera edición argentina de El péndulo de Foucault (1989)
Mi temor no es del todo infundado. En 1987, poco antes de su temprano fallecimiento, Nelly Fernández Tiscornia predijo un futuro "maquinista" para la Humanidad. Su vaticinio no ha sido del todo errado.
Nelly Fernández Tiscornia
Escribí la versión manuscrita de esta entrada en mi querido café Aconcagua, en Bolívar y San Telmo, del cual lamento no haber podido googlear una foto para estas líneas; la única que encontré tenía derechos reservados, ¡ni que fuera un borrador de Crimen y castigo de puño y letra de Feodor Dostoievski! Dostoievski... ¡cómo habría sufrido su Raskólnikov con un celular! ¡El celular! Triste mezcla de grandeza y abyección, decía Sarmiento de la Europa de 1845. Sarmiento se adelantó a su tiempo al promover el voto femenino en el San Juan de 1864, que don Domingo encabezaba como gobernador. ¿Habría podido vaticinar el advenimiento del celular, tal como su contemporáneo Julio Verne predijo los viajes aéreos, espaciales y submarinos? La apreciación sarmientina sobre la Europa de 1845 es perfectamente aplicable al celular, fruto de esa paradoja implícita en la capacidad humana de hacer coexistir grandeza y miseria.
Feodor Dostoievski
Sarmiento gobernador de San Juan (1863)
Julio Verne
El celular... Ayer, mientras borroneaba estas misceláneas en el Aconcagua, tenía una neurona en mi horrenda caligrafía y otra en el celular que poblaba uno de los bolsillos de mi pantalón y que a las cuatro y media de la tarde me acariciaría un muslo con su alarma recordatoria vibradora, para recordarme que debía verificar el retorno a su puesto de trabajo de la costurera del mercado de San Telmo, a quien debía confiar la grave responsabilidad de cambiar el elástico de uno de mis cubrecolchones. El celular... Ese aparatito tan útil como adictivo, que durante añares me resistí a tener y ahora uso como teléfono, mensajería de voz y texto, despertador, calculadora, cámara fotográfica, directorio telefónico, planificador de jornada y sabe Dios qué más. Suerte que no tengo perro, porque sino, capaz que el celular me lo saca a pasear y lleva al veterinario. Aún no he ingresado en la galaxia MP, aunque tengo un buen amigo que en poco tiempo ha pasado del MP3 al MP4, del MP4 al MP5... Y, según Madame Internet, parece que también hay MP6, MP7, MP8, MP9, MP10... Aparatitos que, según el caso, captan sonidos, imágenes, llaman por teléfono, ¡hasta tienen televisor! ¡Televisor de bolsillo! ¡Ay, Patria mía! Recuerdo la llegada del primer televisor color a mi casa. Primavera austral de 1980. Yo tenía diez cándidos abriles. Aquel Talent color de 20 pulgadas, sin control remoto, debió parecerme algo tan fabuloso como la máquina del tiempo de Volver al futuro. Y hoy, 31 años después, compartiría una sala de museo con los fósiles de dinosaurio y gliptodonte.
Galaxia MP |
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Televisor color Talent (c.1980) |
El De Lorean volador de Volver al futuro II, en acción
Fósil de dinosaurio argentino
Fósil de gliptodonte
Días atrás, en el casamiento de mi hermana, futura madre de mi primer sobrino, Victoria, una prima segunda mía de once años, me exhibió las múltiples funciones del sofisticado teléfono celular de su madre, entre ellas el servicio de Skype que le permite contactarse fácilmente con su hermano Guillermo, quien, pese a sus escasos veinte abriles, viaja frecuentemente al exterior por cuestiones laborales. ¡Y yo sigo sin tener pantalla dactilar en mi celular!
IPhone con Skype
¿Yo solo? ¡Tonterías! Hace pocos meses, mi padre recorrió, por motivos profesionales, una comarca rural santiagueña sin otras fuentes de electricidad que unos modestos y antieconómicos generadores eléctricos nafteros y obligada a cocer laboriosamente su pan cotidiano en hornos de barro a leña y suprimir trabajosamente el abundantísimo arsénico del agua de la zona. En semejante paraje, ¿dónde enchufaría la madre de Victoria el cargador de su primoroso celular? Y esos santiagueños viven tan en el siglo XXI como los presuntuosos porteños.
2011. Mi padre (de buzo negro y espaldas) en una escuela rural santiagueña, observando la precaria cisterna de agua potable del establecimiento, preocupación nada menor para los lugareños
¡Oh, boletos de colectivo de expendio manual! ¡Qué lejos habéis quedado! ¡Si hasta están quedando atrás las boleteras automáticas con monedero, que allá por 1994 parecían el summun del progreso tecnológico! Antes me preocupaba tener monedas para el colectivo. Ahora me preocupa tener saldo suficiente en mis tarjetas de boleto electrónico. ¡Oh, tarjetas de Telefónica y Telecom para teléfono público! ¡Oh, teléfonos-alcancía de Telefónica y Telecom! Allá por 1995 erais para mí verdaderos héroes y heroínas, que me habiais librado de los inoperantes teléfonos-alcancía con cospeles de ENTEL. ¡Oh, Subtepass, que me librasteis de la tortura de los cospeles de subte! Y ahora me parecéis tan fósiles de museo como la piedra de Rosetta, que admiré en mi juventud en el Museo Británico de Londres. ¡Qué digo! Si hasta la cabina de locutorio, que allá por 1995 me parecía el colmo del lujo, empieza a parecerme una reliquia. Antes me preocupaba tener saldo en mis tarjetas de Telefónica y Telecom para teléfono público; ahora me preocupa tenerlo en mi celular y refunfuño cuando Movistar, no contento con facturarme 100 pesos mensuales de abono, pretenda una recarga adicional de 30 pesos.
Boletera manual utilizada en la línea 60 hasta 1994
Boletera con monedero y tarjetero. Tarjeta de colectivo de Paraná (Entre Ríos). Objetos de uso corriente hacia 1995.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner probando su tarjeta SUBE
Cospel de ENTEL para teléfono público (c.1980)
Hablando por teléfono público (c.1965)
Teléfono público de ENTEL (c.1985)
Teléfono monedero de Telefónica (c.2000)
Tarjeta Telecom Argentina para teléfono público (c.1995)
Tarjeta de Telefónica de Argentina para teléfono público (1997)
Cospeles porteños de subte (c.1962-2001)
Subtepass de Metrovías (c.2000)
Piedra de Rosetta (c.200 a.C.)
Cabina Telecentro (CABA, c.2010)
El mundo "maquinista" vaticinado por Fernández Tiscornia parece haberse convertido en una inquietante realidad, susceptible de acentuarse en el futuro destinado a mi aún nonato sobrino... y a mí. Espero ser un tío, no un ejemplo viviente de la avúnculocongratulación mecánica preconizada por Belbo y Diotallevi. Difícil, pero indispensable. Una netbook con Wi-fi no puede suplantar al afecto.
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