miércoles, 28 de diciembre de 2011

Que la inocencia nos valga… otro día

Hoy, 28 de diciembre, la Iglesia Católica conmemora el Día de los Santos Inocentes, fecha popularmente concebida, en países como la Argentina, como ocasión propicia para gastar bromas destinadas a subrayar amigablemente el costado ingenuo de la idiosincrasia humana.  Sin embargo, el Día de los Santos Inocentes no es un día festivo, sino luctuoso. Es, al periodo del año cristiano comprendido entre el 25 de diciembre y el 6 de enero, lo que el Viernes Santo a la Semana Santa. Es la conmemoración de la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), referida en el texto bíblico y ordenada por el rey Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret [1].
Desde dicha perspectiva, subrayar amigablemente el costado ingenuo de la idiosincrasia humana parece una costumbre menos adecuada para el 28 de diciembre que para el 1º de abril, fecha asignada a tales efectos en Francia, Alemania, Austria, Canadá, Croacia, Suiza, Italia, Japón, Líbano, Menorca, los Países Bajos, Polonia, Portugal, Brasil, Gran Bretaña, los Estados Unidos, Australia, Rumania y Suecia. Esa costumbre parece haberse originado en Francia hacia fines del siglo XVI, cuando la Corona francesa resolvió reemplazar el calendario juliano, que fijaba el cambio de año en el 1º de abril, por el calendario gregoriano, que lo fija en el 1º de enero. Sin embargo, muchos franceses parecen haber seguido celebrando el Año Nuevo el 1º de abril, porque se oponían al cambio de calendario o no se habituaban a celebrar el Año Nuevo el 1º de enero. Dichos franceses empezaron a ser ridiculizados por sus compatriotas más jocosos cada 1º de abril, dando origen al llamado “Día de los Tontos de Abril” [2].
No quiero decir con todo ello que debamos caer en un exceso de rigor moral y renunciar taxativamente a subrayar amigablemente el costado ingenuo de la idiosincrasia humana. Pero sí quiero decir que debemos hacer cada cosa en el momento más apropiado. Y el 28 de diciembre no es la fecha más apropiada para subrayar amigablemente el costado ingenuo de la idiosincrasia humana.

  
La Matanza de los Santos Inocentes, obra realizada por el artista plástico italiano Duccio di Buoninsegna hacia 1310 






[1] Cf. http://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_los_Santos_Inocentes
[2] Cf.http://es.wikipedia.org/wiki/Pescado_de_abril

lunes, 26 de diciembre de 2011

Muerte indigna

¿Qué podría impulsar a Iván Heyn, el prometedor subsecretario de Comercio Exterior de la Nación, a la temprana edad de 34 años, a suicidarse o practicar una peligrosa autoasfixia erótica, cuyos riesgos mortales no puede ignorar ningún graduado universitario, en su habitación de un hotel montevideano, como integrante de una comitiva presidencial afectada a una cumbre internacional de jefes de Estado? ¿Qué podía fomentar semejante conducta en alguien que, tras haber descendido de un status socioeconómico privilegiado a una semiindigencia, había recuperado honradamente honores y riqueza en el exiguo plazo de una década? ¿Había tolerado estoicamente el descenso y no lograba disfrutar del ascenso?

Iván Heyn

¿Qué explica la trágica muerte de Heyn, indudablemente no atribuible a un homicidio o a una enfermedad física terminal? ¿Se sentiría solo, por tener a su familia en España, pese a gozar de la estima de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, su hijo Máximo y sus  demás colaboradores gubernamentales? Era evidente que, al morir, no faltaba a Heyn la posibilidad material de repatriar a su familia, desterrada hace más de un decenio de una Argentina aquejada por problemas socioeconómicos que hoy aquejan con peor intensidad a España y otros países sumados a la Unión Europea. ¿Por qué no intentó repatriar a los suyos para sentirse menos solo y hacerlos sentir en un contexto socioeconómico más favorable que el actual contexto socioeconómico europeo?
Ya bastante  había tenido su presidencial protectora  con celebrar la Nochebuena de 2010 con un marido-predecesor fallecido hacía un bimestre, a la temprana edad de 60 años. Ya bastante  tenía la jefa de Estado con celebrar la Nochebuena de un 2011 alegrado por su reelección presidencial y el nacimiento de su primer sobrino nieto, pero a la par ensombrecido por el deceso de su concuñado y su nieto nonato. ¿Qué derecho tenía Heyn a empañar la Nochebuena de 2011 de su presidencial protectora, destinada a estrenar el 2012 con una cirugía oncológica, con la malísima nueva del trágico y prematuro deceso de un protegido suyo, de la edad de su hijo?
En vísperas de la conmemoración cristiano-capitalista del nacimiento de Jesús de Nazaret, destinado a cambiar el curso de la Historia, Iván Heyn decidió no seguir contribuyendo a cambiar el curso de la historia argentina, de la mano de elencos gubernativos que, en menos de una década, contribuyeron grandemente a cambiarlo. Prefirió, en cambio, cambiar el curso de su historia personal, con o sin previa medición de las eventuales consecuencias negativas de su acto final. Optó, deliberada o inconscientemente, por tener (o, en el mejor caso, exponerse a tener) una muerte indigna en un Uruguay geográficamente cercano a una Argentina sin ley de muerte digna y en vísperas de un cristiano natalicio definible como antinomia fuerte de la defunción trágica.  

lunes, 19 de diciembre de 2011

Los triunfos de Rantés

Durante la Semana Santa de 1987, la sociedad argentina, paradójicamente recién honrada por la segunda y última visita pastoral del papa Juan Pablo II a suelo argentino, se vio conmocionada por el primer alzamiento militar carapintada, liderado por el teniente coronel Aldo Rico y presuntamente definible como un resabio del decadente golpismo cívico-militar argentino de 1930-1983. Yo contaba 17 años recién cumplidos y acompañé a mis padres, seguramente deseosos de tranquilizar la angustia contagiada de sus conciudadanos, a ver la taquillera y recién estrenada película argentina Hombre mirando al sudeste, dirigida por Eliseo Subiela.
En dicha película, ambientada en el Hospital Borda, el difunto Hugo Soto encarnaba a un singular personaje, internado en el conocido neuropsiquiátrico estatal porteño. El personaje de Soto decía llamarse Rantés y ser, pese a su humana apariencia corporal, un extraterrestre encargado de investigar “la estupidez humana”. Esa carta oral de presentación era puesta en duda por el doctor Julio Denis, médico psiquiatra encarnado por Lorenzo Quinteros y empleado en el Borda, cuyo carácter frío se enraizaba en una fallida experiencia conyugal, de la cual nacieran sus dos pequeños hijos. A Rantés lo caracterizaban un nivel intelectual superior al promedio humano y una desusada sensibilidad hacia la Humanidad sufriente. Este último rasgo idiosincrásico le granjeaba la simpatía de los demás residentes del Borda. El título de la película de Subiela derivaba del hábito de Rantés de destinar parte del día a posicionarse estáticamente, en dirección sudeste, en el jardín del Borda, ante la mirada extrañada de sus compañeros de internación e inquisitiva de su psiquiatra, con el presunto propósito de recibir mensajes del mundo extraterrestre, del cual decía provenir Rantés. 
En la película de Subiela, Rantés era llevado por Denis y su ocasional novia Beatriz Dick, encarnada por Inés Vernengo y afectivamente enlazada a Rantés, a uno de los conciertos estivales al aire libre organizados, por esos años, en el anfiteatro del Parque Lezama, por la secretaría de Cultura porteña, a la sazón encabezada por el prestigioso psicoanalista Mario Pacho O’Donnell. Yo, domiciliado cerca del Lezama durante casi toda mi vida, solía asistir a dichos conciertos en compañía de mi familia. La orquesta actuante en la película de Subiela interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven. Al llegar a su cuarto y último movimiento, la famosísima Oda a la alegría, Rantés se permitía ascender al podio, tomar la batuta de manos del sorprendido director orquestal y convertir la ejecución de la clásica página beethoveniana en un verdadero frenesí colectivo, al cual adherían el personal no directivo y residentes del Borda, pese a la distancia geográfica existente entre el anfiteatro del Lezama y el deprimente neuropsiquiátrico explorado por la cámara de Subiela. La cobertura mediática de la actuación orquestal de Rantés instaba al director del hospital, encarnado por David Edery, a emplazar enérgicamente a su subordinado Denis a utilizar recursos psiquiátricos más convencionales con Rantés, quien no sobrevivía a su aplicación. Trasladado su cadáver a la Facultad de Medicina, ante su presunta falta de deudos, los demás residentes del Borda adoptaban la costumbre de destinar parte de su tiempo a ubicarse en el jardín del Borda, decididos a esperar una parusía de Rantés tan improbable como la disparatada restauración golpista aparentemente preconizada por los autores materiales de los cuatro alzamientos militares carapintada de 1987-1990.
La multitudinaria reacción anticarapintada pascual de 1987 tendría su reedición muchos años después, hace exactamente una década, a través del furioso y previsible pronunciamiento social antineoliberal de diciembre de 2001,  responsable de una derrota neoliberal análoga a la derrota infligida al presunto tardogolpismo carapintada por el multitudinario sector social antigolpista de los años alfonsinistas. La Pascua de 1987 no estaba destinada a ser, para el argentino promedio, esas “Felices Pascuas” inmortalizadas por la magnífica verba del presidente Raúl Alfonsín al anunciar la rendición carapintada del indeleble Domingo de Resurrección de 1987. Tal como la Navidad de 2001 no estaba destinada a ser, para muchos argentinos, la “Feliz Navidad” habitualmente deseada en diciembre. Tal como la Navidad de 2011 no está destinada a ser una “Feliz Navidad” en Europa, continente natal de mis bisabuelos  emigrados a suelo argentino en procura de mejores horizontes y actualmente empecinada en políticas socioeconómicas regresivas felizmente desechadas en la Argentina del último decenio. Desde dicha perspectiva, puede tildarse de triunfos de Rantés a las derrotas carapintada de 1987 y neoliberal de 2001. Lo que parecía una bella ilusión ha devenido en una hermosa realidad. Es de desear que otros pueblos tomen nota de esa magnífica e inesperada lección argentina de sentido común.



Lorenzo Quinteros y Hugo Soto en Hombre mirando al sudeste. Hugo Soto actuó en dos películas de Eliseo Subiela y murió de SIDA el 2 de agosto de 1994. Subiela dedicó a su memoria la película No te mueras sin decirme a dónde vas, estrenada en 1995, en pleno “efecto tequila”, donde Darío Grandinetti y Leonardo Sbaraglia personificaban a los inventores de un “recolector de sueños”, expresando a su modo, como Rantés, su deseo de mejorar la especie humana   
   
    

domingo, 11 de diciembre de 2011

Aborto cuasi-matricida

En las últimas semanas, la opinión pública argentina se ha visto atravesada por distintas polémicas, entre ellas las generadas por el incipiente debate parlamentario sobre la despenalización del aborto y el decreto presidencial de creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano "Manuel Dorrego". Ambas son polémicas de larga data (la primera, abierta; la segunda perimida, al menos en la visión de destacadas figuras públicas de formación académica, compartida por quien suscribe, pese a sus simpatías por la firmante del decreto).
Juan Manuel de Rosas figura entre las figuras reivindicadas al fundamentarse la muy cuestionada decisión de crear el instituto revisionista. Mucho se ha escrito sobre ese controversial personaje histórico argentino. Aquí sólo pretendo evocar su polémica decisión de agosto de 1848 de ordenar el fusilamiento de Camila O'Gorman, integrante de una encumbrada familia porteña y embarazada de ocho meses al ser ejecutada junto al presbítero católico tucumano Ladislao Gutiérrez, amante clandestino de Camila y padre de su hijo nonato.
Paradójicamente, esa decisión de Rosas era contraria a las leyes presuntamente restauradas por el dictador, que prohibían fusilar embarazadas. La controversial sentencia de muerte fue ejecutada en el 18 de agosto de 1848 en Santos Lugares. Acusado de sacrilegio, el padre Gutiérrez fue físicamente anulado por balas disparadas en aras del honor de Rosas, los O'Gorman, la comunidad argentino-irlandesa y la Iglesia, con perdón de esta última, cuyos oficios dominicales atiendo con gusto. La controversial decisión de Rosas no impediría su caída y el inicio de su largo exilio, consumados pocos años después.
Al ordenar el fusilamiento de Camila, próxima a parir, Rosas decretó un aborto cuasi-matricida. Disparate que no preconiza ningún abortista argentino actual, mal que les pese a los presuntos bienpensantes encarnados en los actuales antiabortistas argentinos. En algo hemos progresado, mal que les pese a quienes se aferran empecinadamente al harto equívoco lema “Todo tiempo pasado fue mejor”. A lo sumo, podrá haberlo sido en algún aspecto puntual. He aquí un motivo adicional para cuestionar otra polémica decisión gubernamental, tomada en fecha reciente por una gobernante mucho más rescatable, a quien voté y apoyo con el mismo placer que experimento al asistir a la misa dominical. Lo cual no me impide objetar fundamentadamente sus decisiones gubernativas desacertadas. 


Daguerrotipo de Camila O'Gorman. Por orden de Rosas, se le practicó, por fusilamiento, un aborto cuasi-matricida, a la edad de 20 años

Que cada día cantemos mejor

Hoy, 11 de diciembre, natalicio de Carlos Gardel y Julio De Caro, la Argentina celebra el Día Nacional del Tango en vísperas del inicio de un año 2012 vaticinado como apocalíptico desde la homónima película estadounidense basada en una profecía maya sobre el particular. En el caso de la eurozona, actualmente azotada por una aguda crisis socioeconómica, esa cosmovisión negativa parece tener plena validez, pese al valioso principio de acuerdo sellado en la reciente cumbre paneuropea de Bruselas. Como también parece tenerla en unos EE.UU.aparentemente incapaces de revertir significativamente la regresión socioeconómica iniciada en suelo estadounidense hace ya cerca de cuatro años. En el mundo islámico, las tensiones pre-2012 han asumido la forma de exacerbadas exigencias de cambios políticos.


Julio De Caro y Carlos Gardel

Esos temores no parecen justificarse en la Argentina, actualmente alejada de la crisis socioeconómica y político-institucional sin precedentes atravesada por nuestro país hace diez años. Empero, la experiencia histórica nacional y actualidad internacional instan al argentino a no tomarse en solfa un 2012 pródigo en efemérides cívicas argentinas avecinado sobre nuestras costas, algunas más venturosas que otras. Para la Argentina, 2012 marca el bicentenario de la creación de su enseña patria, el centenario de la promulgación de su tan pisoteada Ley Sáenz Peña, el octogenario del “fraude patriótico” de la Década Infame de triste memoria, el sexagésimo quinto aniversario de la trabajosa promulgación de la ley nacional de sufragio femenino, el cincuentenario del derrocamiento del presidente Arturo Frondizi, el cuadragenario de la repatriación de Perón, el treintanario de la guerra de Malvinas. En el caso argentino, 2012 sucede, dato nada menor, al 2011 de la primera reelección y reasunción presidenciales de una mujer argentina, del reemplazo de las dudosas internas intrapartidarias del ayer por las primeras primarias abiertas, obligatorias y simultáneas de la historia argentina, del bicentenario del nacimiento del polifacético Domingo Faustino Sarmiento


La presidenta Cristina Fernández de Kirchner asume su segundo mandato consecutivo ante la Asamblea Legislativa, recibiendo la banda presidencial de manos de su hija Florencia Kirchner

 Rescatar la memoria sin nostalgias infecundas, vivir responsablemente el presente y planificar conscientemente el futuro: he allí los grandes imperativos morales del inminente 2012. De Carlos Gardel se sigue diciendo, a casi 70 años de su muerte, que “cada día canta mejor”. Que cada día cantemos mejor sería nuestra mejor consigna para el primer año de la segunda dodécada del siglo XXI y tercer milenio poscristiano, que la Humanidad inaugura en circunstancias inciertas.




jueves, 8 de diciembre de 2011

En el nombre de la Madre

En sus libros De parte de una princesa muerta y Un jardín en Badalpur, la periodista francesa Kenizé Mourad intenta dilucidar quiénes fueron sus padres, a quienes casi no conoció personalmente. Descubre así que su madre, Selma, era una princesa turca de la familia otomana, que gobernó Turquía y sus dominios europeos, asiáticos y africanos entre 1453 y 1918, convirtiendo a Kenizé en descendiente de sultanes y califas. Descubre así que su padre, Amir, era un rajá indio, cabeza del principado indio de Badalpur y miembro de una antiquísima familia india musulmana, descendiente de Mahoma, lo cual autoriza a Kenizé a situar al fundador del Islam entre sus antepasados más remotos.
Tamaño pedigree familiar no se condice, a simple vista, con la progresiva pauperización de los orígenes familiares inmediatos de Kenizé, aunque la misma posee su explicación histórica. En 1918, Turquía, despojada de sus dominios otomanos, fue humillantemente derrotada, junto con sus aliados alemanes y austro-húngaros, por los elementos militares franceses, británicos y estadounidenses prevalecientes en la Primera Guerra Mundial, tras la cual tropas francesas, británicas, italianas y griegas ocuparon el territorio turco para ignominia de sus nativos, muchos de los cuales se sumaron a las filas del general nacionalista Mustafá Kemal Atatürk y expulsaron a las fuerzas de ocupación en 1923. La derrota militar turca y ocupación territorial de Turquía obligan a la familia otomana a reducir sustancialmente su suntuoso tren de vida, en el marco del colapso cuasi-simultáneo de los imperios alemán, austro-húngaro, turco y ruso, netamente contrastante con la consolidación del imperialismo inglés y colonialismo francés. Como si ello fuera poco, en 1923-1924 Atatürk proclama la república, asume con poderes cuasi-dictatoriales su presidencia (que retendrá hasta su muerte en 1938), suprime el sultanato y el califato, confisca los bienes del califa y de las familias otomana y califal, los despoja de su ciudadanía turca y los expulsa de Turquía, sentenciándolos de por vida al destierro, la dispersión y una estrechez material brutalmente alejada de su lujosa vida del pasado.
Entre 1924 y 1937, Selma, nacida en 1911, vivirá en la semipobreza de una princesa en el exilio, sobrellevada en Beirut, capital de un Líbano otrora situado bajo dominio turco y ahora controlado por esos franceses que contribuyeron al colapso del esplendor otomano. En el “pequeño París de Oriente”, Selma se verá obligada a reemplazar a su querida institutriz francesa de la corte otomana por las monjas francesas de la hermandad católica de Besançon, responsables de un colegio beirutí para señoritas y discretamente interesadas en cristianizar a sus discípulas musulmanas (objetivo parcialmente logrado en territorio francés en el caso de Kenizé, autodefinida en su adultez como una musulmana liberal, pese al bautismo y educación católicas impuestas en Francia a Kenizé por la más adinerada de sus familias adoptivas). En esa atmósfera enrarecida, Selma se verá constreñida a soportar el autoritarismo de su madre Hatidjé, la desaparición física sin muerte confirmada de su padre Hairi y la pusilanimidad de un hermano tocayo de su esfumado progenitor, situación modestamente morigerada por la amistad de unos hermanos drusos libaneses y la devoción de Zeynel, eunuco albanés sumado al exilio libanés de sus empobrecidos empleadores otomanos, autodefinido como padre sustituto de Selma e infructuosamente ilusionado con la posibilidad de convertirse en suegro del rey albanés Zogú I, posteriormente casado con la princesa Geraldina de Hungría y desterrado por la invasión ítalo-mussoliniana de Albania. Hatidjé intentará infructuosamente  sentar en el trono albanés  a una Selma obligada por su madre a renunciar a su amor por un independentista libanés druso finalmente casado con una adinerada heredera estadounidense y anteriormente decidida a renunciar a una carrera actoral hollywoodense en aras de un matrimonio real albanés frustrado por la temporaria interrupción de los vínculos diplomáticos turco-albaneses decidida por Atatürk.
En 1936, Selma aún no se ha casado y ya tiene 25 años, edad femenina demasiado avanzada para conservar la soltería en Oriente, donde el matrimonio infanto-juvenil parece ser la única opción vital válida para una mujer, aunque ello obligue a las féminas a soportar el autoritarismo de esposos frecuentemente mucho más añosos y la consumación de matrimonios que no se consuman por amor, sino por convenios entre partes. Como el acuerdo epistolar sellado, a espaldas de Selma, entre Hatidjé y el máximo dirigente del movimiento indio musulmán en pro de la restauración del califato, intermediario de los esponsales de dos primas de Selma con príncipes indios y susceptible de ayudar a casar a Selma con el rajá Amir de Badalpur, príncipe indio de treinta años, educado en Inglaterra y huérfano de padres desde temprana edad.
Selma es escéptica respecto del matrimonio. No ha podido desposar al rey albanés ni a su amante druso. Aunque dos veces divorciada, Hatidjé hace notar seriamente a Selma que el matrimonio constituye la única forma posible de organizar la vida femenina. Selma comprende que no podrá quedarse de por vida en Beirut, donde lleva una vida materialmente incómoda y su madre, ya mayor, ha visto menguar progresivamente su capital de salud y chances de volver a Turquía. Tras un breve, aunque fluido, intercambio epistolar con Amir, parte hacia la India a desposar a su prometido.
En 1939, habiendo soportado durante dos años el machismo indio y el racismo inglés, resuelve, a instancias de una francesa radicada en la India, tener a su primer hijo en París, donde se instala en compañía del incondicional Zeynel, quien, tras la muerte de Hatidjé, no encuentra nada que hacer en Beirut. En la capital francesa, Selma da a luz a una niña, Zahr, quien, años después, adoptará el sobrenombre de Kenizé al iniciar su carrera periodística. Selma resuelve no regresar a la India, donde sabe que a su hija le espera el encierro y matrimonio prematuro de conveniencias estipulados para la mujer india. Indica a Zeynel que escriba a Amir que su hijo nació muerto y envía cartas a Harvey Kerman, ocasional amante estadounidense de Selma en París, con divorcio en trámite, que ha regresado a su país y a quien Selma pretende hacer creer que Zahr es hija suya. Entretanto, estalla la Segunda Guerra Mundial, los alemanes ocupan París y Selma, privada de los giros monetarios de Amir, sobrevive penosamente, con Zahr y Zeynel, en hoteles de ínfima categoría de un París que Selma no ha querido reemplazar por la  helvética neutralidad de una Lausanne epistolarmente preconizada  por un Amir temeroso del revanchismo territorial antifrancés nazi-alemán, empeñando sus joyas, abrigos de pieles y zapatos y temerosa de ser denunciada ante los ocupantes alemanes por los colaboracionistas franceses, debido a su pasaporte británico. Finalmente, Selma contrae una septicemia y fallece en 1941, a la temprana edad de 30 años, sin haber podido convertir a Harvey en padre sustituto de Zahr, pues la señora de Kerman interceptará y ocultará las cartas de Selma a Harvey, quien recién las descubrirá después del deceso de su esposa, ocurrido poco antes del súbito fallecimiento de un Harvey desplazado al liberado París de 1945 para adoptar a Zahr, cuyo padre biológico recibe la noticia del nacimiento de su hija por vía diplomática, sin poder viajar a una Europa convulsionada por la guerra para conocer a su rajkumari[1]. Entretanto Zeynel, posteriormente desaparecido del mapa y presuntamente convertido en un clochard parisino-albanés bajo ocupación nazi-germana, ha confiado a Zahr a la esposa del cónsul suizo en París, la primera madre adoptiva de Zahr.
En 1961 Zahr cumple veintiún años y parte hacia la India para su primer encuentro con su padre biológico, materialmente empobrecido por la abolición de los principados, decidida en 1952 por el primer gobierno postindependentista indio, encabezado por Jawaharlal Nehru, con quien Zahr tiene un breve encuentro al principiar su primera (y prolongada) estadía en territorio indio. Zahr comprende que, de quedarse en la India, le aguarda el mismo miserable destino femenino previsto para su madre biológica, con el agravante de la sensible limitación del antiguo poderío material y político de los rajás indios. Por dicho motivo, Zahr limitará, durante los siguientes dos decenios, sus contactos con su padre al plano epistolar. Finalmente, la muerte de Amir impulsa a Zahr a volver a la India para el funeral de su padre biológico y una infructuosa puja sucesoria con sus hermanastros, concebidos por Amir con su difunta segunda esposa.


Mahoma, fundador del Islam y remoto antepasado paterno de Kenizé Mourad
 




Retrato del sultán otomano Murad V, cuyo nombre afrancesó su biznieta Kenizé Mourad al convertirlo en su apellido periodístico. Murad V fue coronado el 30 de mayo de 1876 y destronado el 31 de agosto del mismo año por su hermano Abdul Hamid II, quien, tras su coronación, recluyó en un palacio estambulita a Murad V y otros miembros de la familia otomana, entre ellos a la sultana Hatidjé, abuela materna de Kenizé Mourad. Murad V falleció el 29 de agosto de 1904, a  los 63 años de edad.




Abdul Hamid II, sultán otomano con fama de enérgico y tío bisabuelo de Kenizé Mourad. Falleció el 10 de febrero de 1918, a la edad de 75 años. Nueve años antes, había sido destronado por la revolución turca de 1909, que instauró una monarquía constitucional.




El coronel albanés Ahmed beg Zogú, frustrado padre biológico de Kenizé Mourad. Nacido en 1895, tuvo una activa participación en el proceso independentista albanés, coronado en 1912 con la proclamación de la independencia albanesa del dominio turco otomano. En diciembre de 1924 derrocó al presidente constitucional albanés Fan Noli, siendo designado presidente de Albania por el Parlamento albanés a principios de 1925. En 1928 se autoproclamó rey de Albania con el nombre de Zogú I, con ayuda del dictador italiano Benito Mussolini. En 1938 se casó con la princesa Geraldina de Hungría. Al año siguiente, la creciente ingerencia itálica sobre Albania se tradujo en la ocupación territorial directa italiana de Albania y el desplazamiento, en el trono albanés, de Zogú I por el rey italiano Víctor Manuel III. Zogú I pasó la Segunda Guerra Mundial en Londres. Concluida la contienda, se radicó en París, ciudad natal de su frustrada hija biológica, donde abdicó su trono tras ser depuesto in absentia por la revolución republicano-comunista albanesa de 1946. Pasó modestamente el resto de su vida en la capital francesa, donde falleció en 1961.



Kenizé Mourad



Kenizé Mourad y otros miembros de la familia otomana



La apasionante historia familiar referida por Kenizé Mourad es una historia de madres, rol que, curiosamente, Kenizé Mourad, nunca asumió en la vida real. Empero, no está de más recordar la relevancia de la figura materna en este día de la Inmaculada Concepción de María, madre de Jesús de Nazaret y una de las madres más importantes de toda la Historia.







Infancia de la Virgen María, fresco pintado en 1958 por el pintor argentino Raúl Soldi en la capilla bonaerense de Santa Ana de Glew




[1] Rajkumari: primogénita de rajá. El masculino de rajkumari es rajkumar
  





        
































sábado, 3 de diciembre de 2011

Ohne mich

La expresión alemana ohne mich significa “sin mí” y alude a la minimización del rol del generalato en el ejército alemán post-nazi, decidida en virtud de las desagradables connotaciones hitlerianas de la preponderancia de los generales en la Alemania guillermina y hitlerista. La semiglorificación del generalato no congeniaba con la forzosa desnazificación de la Alemania devastada por el funesto experimento nazi y los bombardeos aéreos aliados de la Segunda Guerra Mundial, tal como la exaltación del estamento castrense no cuajaba con la Argentina alfonsinista, arrasada por ese catastrófico colofón del golpismo encarnado en la etapa procesista. 
En diciembre de 1988, al producirse el tercer alzamiento carapintada, con su epicentro principal en la localidad bonaerense de Villa Martelli, yo tenía 18 años y estudiaba alemán en la sede porteña del Instituto Goethe. El 3 de diciembre de 1990, los carapintadas seineldinistas decidieron conmemorar el segundo aniversario del tercer alzamiento carapintada con el violento alzamiento carapintada registrado en el porteño Regimiento 1 de Patricios, sofocado con un saldo de varios muertos, centenares de arrestos y casi 600 procesos por insurrección, como si el codicioso “sindicato militar” carapintada no se hubiese conformado con el polémico indulto decretado por el presidente Carlos Saúl Menem en octubre de 1989 y favorable a 164 carapintadas, 39 oficiales condenados por delitos represivos perpetrados durante la era procesista, jefes militares acusados de actos de negligencia cometidos durante la guerra de Malvinas y  los ex jerarcas procesistas Juan Sasiain, Albano Harguindeguy, Santiago Riveros, Acdel Vilas, Luciano Benjamín Menéndez y Reynaldo Bignone.
La administración menemista debió pagar un precio considerable para convertir el cuarto alzamiento carapintada en el último pronunciamiento castrense del siglo XX contra un gobierno constitucional argentino. En ese candente diciembre de 1990, había asuntos prioritarios que atender. Faltaban poco menos de dos meses para la última semana de enero de 1991 y su fugaz reedición de los cuadros hiperinflacionarios de 1989-1990. La caída del Muro de Berlín parecía presagiar los horrores neoliberales del nuevo decenio. En ese acuciante contexto histórico, el presidente Menem debió ampliar, pocos días después del cuarto alzamiento carapintada, el número de beneficiarios del indulto de octubre de 1989, haciéndolo extensivo a los ex jerarcas procesistas Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Ramón Camps, Guillermo Suárez Mason, José Alfredo Martínez de Hoz y Ovidio Ricchieri. Sólo permaneció en prisión Mohammed Ali Seineldín, autor intelectual del tercer y cuarto alzamientos carapintadas, indultado en mayo de 2003 por el presidente interino Eduardo Duhalde.
Largos años debieron pasar para la anulación de las “leyes del perdón” e indultos y la reapertura de las causas judiciales contra sus beneficiarios. Años en los cuales muchos argentinos avalaron electoralmente los abusos socioeconómicos neoliberales, denotando el mismo candor otrora exudado al avalar el avance golpista con pasividad o ingenuo fervor. Hace ya muchos años que no estudio alemán. Pero hay una realidad histórica innegable. Tras los horrores procesistas, los argentinos dejamos de comprar cándidamente los buzones golpistas. Posteriormente dejaríamos  de  comprar ingenuamente los buzones neoliberales. Los nostálgicos argentinos del golpismo y neoliberalismo deberán apechugar, en lo sucesivo, con el inteligente ohne mich desplegado por su actual conciudadano promedio en lo tocante a ambos flagelos del último siglo de la historia argentina. A 21 años del último alzamiento carapintada, no está de más recordar esa valiosísima lección histórica.


Tut mir leid! Ohne mich! (¡Lo siento! ¡Sin mí!)