lunes, 19 de diciembre de 2011

Los triunfos de Rantés

Durante la Semana Santa de 1987, la sociedad argentina, paradójicamente recién honrada por la segunda y última visita pastoral del papa Juan Pablo II a suelo argentino, se vio conmocionada por el primer alzamiento militar carapintada, liderado por el teniente coronel Aldo Rico y presuntamente definible como un resabio del decadente golpismo cívico-militar argentino de 1930-1983. Yo contaba 17 años recién cumplidos y acompañé a mis padres, seguramente deseosos de tranquilizar la angustia contagiada de sus conciudadanos, a ver la taquillera y recién estrenada película argentina Hombre mirando al sudeste, dirigida por Eliseo Subiela.
En dicha película, ambientada en el Hospital Borda, el difunto Hugo Soto encarnaba a un singular personaje, internado en el conocido neuropsiquiátrico estatal porteño. El personaje de Soto decía llamarse Rantés y ser, pese a su humana apariencia corporal, un extraterrestre encargado de investigar “la estupidez humana”. Esa carta oral de presentación era puesta en duda por el doctor Julio Denis, médico psiquiatra encarnado por Lorenzo Quinteros y empleado en el Borda, cuyo carácter frío se enraizaba en una fallida experiencia conyugal, de la cual nacieran sus dos pequeños hijos. A Rantés lo caracterizaban un nivel intelectual superior al promedio humano y una desusada sensibilidad hacia la Humanidad sufriente. Este último rasgo idiosincrásico le granjeaba la simpatía de los demás residentes del Borda. El título de la película de Subiela derivaba del hábito de Rantés de destinar parte del día a posicionarse estáticamente, en dirección sudeste, en el jardín del Borda, ante la mirada extrañada de sus compañeros de internación e inquisitiva de su psiquiatra, con el presunto propósito de recibir mensajes del mundo extraterrestre, del cual decía provenir Rantés. 
En la película de Subiela, Rantés era llevado por Denis y su ocasional novia Beatriz Dick, encarnada por Inés Vernengo y afectivamente enlazada a Rantés, a uno de los conciertos estivales al aire libre organizados, por esos años, en el anfiteatro del Parque Lezama, por la secretaría de Cultura porteña, a la sazón encabezada por el prestigioso psicoanalista Mario Pacho O’Donnell. Yo, domiciliado cerca del Lezama durante casi toda mi vida, solía asistir a dichos conciertos en compañía de mi familia. La orquesta actuante en la película de Subiela interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven. Al llegar a su cuarto y último movimiento, la famosísima Oda a la alegría, Rantés se permitía ascender al podio, tomar la batuta de manos del sorprendido director orquestal y convertir la ejecución de la clásica página beethoveniana en un verdadero frenesí colectivo, al cual adherían el personal no directivo y residentes del Borda, pese a la distancia geográfica existente entre el anfiteatro del Lezama y el deprimente neuropsiquiátrico explorado por la cámara de Subiela. La cobertura mediática de la actuación orquestal de Rantés instaba al director del hospital, encarnado por David Edery, a emplazar enérgicamente a su subordinado Denis a utilizar recursos psiquiátricos más convencionales con Rantés, quien no sobrevivía a su aplicación. Trasladado su cadáver a la Facultad de Medicina, ante su presunta falta de deudos, los demás residentes del Borda adoptaban la costumbre de destinar parte de su tiempo a ubicarse en el jardín del Borda, decididos a esperar una parusía de Rantés tan improbable como la disparatada restauración golpista aparentemente preconizada por los autores materiales de los cuatro alzamientos militares carapintada de 1987-1990.
La multitudinaria reacción anticarapintada pascual de 1987 tendría su reedición muchos años después, hace exactamente una década, a través del furioso y previsible pronunciamiento social antineoliberal de diciembre de 2001,  responsable de una derrota neoliberal análoga a la derrota infligida al presunto tardogolpismo carapintada por el multitudinario sector social antigolpista de los años alfonsinistas. La Pascua de 1987 no estaba destinada a ser, para el argentino promedio, esas “Felices Pascuas” inmortalizadas por la magnífica verba del presidente Raúl Alfonsín al anunciar la rendición carapintada del indeleble Domingo de Resurrección de 1987. Tal como la Navidad de 2001 no estaba destinada a ser, para muchos argentinos, la “Feliz Navidad” habitualmente deseada en diciembre. Tal como la Navidad de 2011 no está destinada a ser una “Feliz Navidad” en Europa, continente natal de mis bisabuelos  emigrados a suelo argentino en procura de mejores horizontes y actualmente empecinada en políticas socioeconómicas regresivas felizmente desechadas en la Argentina del último decenio. Desde dicha perspectiva, puede tildarse de triunfos de Rantés a las derrotas carapintada de 1987 y neoliberal de 2001. Lo que parecía una bella ilusión ha devenido en una hermosa realidad. Es de desear que otros pueblos tomen nota de esa magnífica e inesperada lección argentina de sentido común.



Lorenzo Quinteros y Hugo Soto en Hombre mirando al sudeste. Hugo Soto actuó en dos películas de Eliseo Subiela y murió de SIDA el 2 de agosto de 1994. Subiela dedicó a su memoria la película No te mueras sin decirme a dónde vas, estrenada en 1995, en pleno “efecto tequila”, donde Darío Grandinetti y Leonardo Sbaraglia personificaban a los inventores de un “recolector de sueños”, expresando a su modo, como Rantés, su deseo de mejorar la especie humana   
   
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario