lunes, 26 de diciembre de 2011

Muerte indigna

¿Qué podría impulsar a Iván Heyn, el prometedor subsecretario de Comercio Exterior de la Nación, a la temprana edad de 34 años, a suicidarse o practicar una peligrosa autoasfixia erótica, cuyos riesgos mortales no puede ignorar ningún graduado universitario, en su habitación de un hotel montevideano, como integrante de una comitiva presidencial afectada a una cumbre internacional de jefes de Estado? ¿Qué podía fomentar semejante conducta en alguien que, tras haber descendido de un status socioeconómico privilegiado a una semiindigencia, había recuperado honradamente honores y riqueza en el exiguo plazo de una década? ¿Había tolerado estoicamente el descenso y no lograba disfrutar del ascenso?

Iván Heyn

¿Qué explica la trágica muerte de Heyn, indudablemente no atribuible a un homicidio o a una enfermedad física terminal? ¿Se sentiría solo, por tener a su familia en España, pese a gozar de la estima de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, su hijo Máximo y sus  demás colaboradores gubernamentales? Era evidente que, al morir, no faltaba a Heyn la posibilidad material de repatriar a su familia, desterrada hace más de un decenio de una Argentina aquejada por problemas socioeconómicos que hoy aquejan con peor intensidad a España y otros países sumados a la Unión Europea. ¿Por qué no intentó repatriar a los suyos para sentirse menos solo y hacerlos sentir en un contexto socioeconómico más favorable que el actual contexto socioeconómico europeo?
Ya bastante  había tenido su presidencial protectora  con celebrar la Nochebuena de 2010 con un marido-predecesor fallecido hacía un bimestre, a la temprana edad de 60 años. Ya bastante  tenía la jefa de Estado con celebrar la Nochebuena de un 2011 alegrado por su reelección presidencial y el nacimiento de su primer sobrino nieto, pero a la par ensombrecido por el deceso de su concuñado y su nieto nonato. ¿Qué derecho tenía Heyn a empañar la Nochebuena de 2011 de su presidencial protectora, destinada a estrenar el 2012 con una cirugía oncológica, con la malísima nueva del trágico y prematuro deceso de un protegido suyo, de la edad de su hijo?
En vísperas de la conmemoración cristiano-capitalista del nacimiento de Jesús de Nazaret, destinado a cambiar el curso de la Historia, Iván Heyn decidió no seguir contribuyendo a cambiar el curso de la historia argentina, de la mano de elencos gubernativos que, en menos de una década, contribuyeron grandemente a cambiarlo. Prefirió, en cambio, cambiar el curso de su historia personal, con o sin previa medición de las eventuales consecuencias negativas de su acto final. Optó, deliberada o inconscientemente, por tener (o, en el mejor caso, exponerse a tener) una muerte indigna en un Uruguay geográficamente cercano a una Argentina sin ley de muerte digna y en vísperas de un cristiano natalicio definible como antinomia fuerte de la defunción trágica.  

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