jueves, 1 de diciembre de 2011

Manuel Dorrego y el origen golpista de la Argentina

Suele sostenerse que el golpismo argentino nació con el derrocamiento del presidente Hipólito Yrigoyen en 1930. Sin embargo, Yrigoyen no fue el primer gobernante argentino irregularmente desplazado de un cargo ocupado de pleno derecho, por mandato comicial o legislativo. En cierto modo, puede sostenerse, por descabellado que suene, que el golpismo fue introducido en la Argentina por los conquistadores españoles, oriundos de la Europa del siglo XVI, a la sazón ya dotada, por entonces, de una multisecular tradición de reemplazos y desplazamientos irregulares de gobernantes. En el Imperio Romano de Occidente, no era infrecuente que la entronización de un nuevo emperador debiese contar con el aval de la guardia pretoriana, cuya obtención podía obligar a desembolsar enormes sumas de dinero. En el año 54 d.C., Agripina, sobrina y esposa de Claudio, debió invertir, según el historiador alemán Philip Vandenberg, la gigantesca cifra de 180 millones de sestercios para obtener el aval de la guardia pretoriana a la proclamación imperial de su hijo Nerón, entregando 15 mil sestercios a cada pretoriano. No era raro, desde ese punto de vista, que los conquistadores españoles del siglo XVI aspirasen a desplazar irregularmente a los gobernantes americanos precolombinos, ni siquiera en la Argentina, donde no había, como en México o Perú, gobernantes particularmente poderosos que desplazar. No es casual que haya habido apellidos hispanocoloniales ligados a las dictaduras y gobiernos constitucionales fraudulentos argentinos de los siglos XIX y XX, como Uriburu, Alsogaray o Martínez de Hoz.
La Revolución de Mayo, cuyo aparatoso Bicentenario se orquestó con años de antelación, fue, en cierto modo, un acto golpista. Se desplazó al Virrey a cambio de una junta gubernativa compuesta de miembros de la élite criolla, tal como en enero de 1809 Martín de Álzaga, que repetiría infructuosamente ese gesto en 1812, intentase deponer al debilitado gobierno virreinal. Los integrantes de la Primera Junta lanzaron un golpe de Estado en respuesta al golpe de Estado lanzado en España por la invasión napoleónica, que forzó la abdicación de Carlos IV y Fernando VII en beneficio de José Bonaparte.
La Primera Junta pronto fue reemplazada por la populosa y saavedrista Junta Grande, ensayo de federalismo tildado de sobredimensionado e inoperante por sus detractores morenistas, quienes, en junio de 1811, se pronunciaron contra la Junta Grande y la reemplazaron por el porteñista Primer Triunvirato, en un acto de connotaciones golpistas.
El federal Manuel Dorrego reflejó el origen golpista de la Argentina. El 1º de diciembre de 1828, hace hoy 183 años, fue derrocado por un movimiento unitario liderado por Juan Lavalle, quien lo reemplazó en la gobernación bonaerense y lo hizo fusilar días después.


Manuel Dorrego

Ciertos gobernantes argentinos indudablemente meritorios tuvieron consagraciones dudosas. Justo José de Urquiza debió su consagración al derrocamiento de su poderoso rival intrapartidario Juan Manuel de Rosas, consumado en febrero de 1852 en la batalla de Caseros. Bartolomé Mitre debió su apoteosis al irregular desplazamiento de su rival Urquiza, consumado en septiembre de 1861 en la batalla de Pavón. Los presidentes Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca fueron consagrados en muy viciados actos electorales. Hacia fines de sus presidencias, Roca se permitió elegir, casi unipersonalmente, a sus sucesores Miguel Ángel Juárez Celman y Manuel Quintana, el primero de ellos concuñado de Roca. El parentesco entre Roca y Juárez Celman no impidió al primero avalar el irregular desplazamiento de su concuñado por la Revolución del Parque, que en 1890 obligó a Juárez Celman a renunciar a favor de su vicepresidente Carlos Pellegrini, socio político de Roca hasta el distanciamiento político entre ambos hombres en 1901. Pellegrini confirió a Roca el estratégico ministerio del Interior y Roca pactó con Mitre y Pellegrini la candidatura presidencial de Luis Sáenz Peña, verdadero títere de Roca, ungido presidente en 1892 y renunciado en 1895 a favor de su vicepresidente José Evaristo Uriburu, futuro consuegro de Roca y tío del primer dictador argentino del siglo XX. El nuevo presidente no podía sino avalar la segunda asunción presidencial de Roca, formalizada el 12 de octubre de 1898. A Roca se le acabó la buena vida en 1906, al fallecer sus socios políticos Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen, su ex socio político Carlos Pellegrini y su protegido Quintana, reemplazado en la presidencia por su vicepresidente antirroquista José Figueroa Alcorta.
El presidente Roque Sáenz Peña, asumido el 12 de octubre de 1910, tras los fastos del Centenario, también tuvo un irregular ascenso a la presidencia, pero, como Roberto Ortiz décadas después, deseaba sinceramente poner punto final a esa falta de transparencia. Lo reveló al promulgar la célebre ley electoral conocida como Ley Sáenz Peña, próxima a celebrar su centenario y reiteradamente pisoteada por el tándem golpista-conservador actuante en el poder entre 1930 y 1983.
El 1º de diciembre de 1988, ciento sesenta años después del derrocamiento de Dorrego, los carapintadas seineldinistas saquearon un arsenal prefectoral en la localidad bonaerense de Zárate y lograron el apoyo a su rebelión de camaradas militares ligados a Campo de Mayo y otros asentamientos castrenses bonaerenses, cordobeses y salteños, entre los que se destacaba el Batallón de Logística Nº 10, sito en la localidad bonaerense de Villa Martelli, a la cual quedó ligado el tercer pronunciamiento carapintada en los anales históricos. Depusieron su actitud ante el jaqueado gobierno alfonsinista tras haber exigido la destitución (con pase a retiro) del teniente general José Dante Caridi como jefe del Ejército, la extensión de la Ley de Obediencia Debida a todo el personal militar (excepto los ex miembros de la cúpula procesista, posteriormente indultados por decreto del presidente Carlos Saúl Menem), amnistía para los procesados por los anteriores alzamientos carapintadas e impunidad para todos los participantes en el tercer pronunciamiento carapintada, excepto Seineldín. ¿Se repetía, a su modo, la historia del derrocamiento de Dorrego? El gobierno alfonsinista había sido duramente castigado por los electores del 6 de septiembre de 1987, quienes refrendarían su castigo en la elección general del 14 de mayo de 1989.  


El presidente Raúl Alfonsín escoltado por carapintadas

Pero esa ya es otra historia. Hoy contentémonos con evocar el irregular desplazamiento de  Manuel Dorrego, episodio irregular de una historia política argentina evitablemente saturada de irregularidades. 



       

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