sábado, 29 de octubre de 2011

Cambio de público

En la película italiana Crónica de un joven pobre, de 1995, dirigida por Ettore Scola, Rolando Ravello interpreta a Vincenzo Persico, especialista en Letras de treinta años, que no ha logrado una inserción laboral adecuada en sus seis años de graduado universitario, viéndose obligado a dictar clases particulares a estudiantes secundarios descreídos de la educación y convivir con su exasperante madre, viuda, pensionada y empecinada en esperar de su pauperizado hijo la misma holgura material que le garantizara su esposo. Frustrado, Vincenzo entabla contacto con su septuagenario vecino Bartoloni, encarnado por Alberto Sordi y hastiado de su obesa y abusiva esposa. Bartoloni propone que Vincenzo asesine a la señora de Bartoloni a cambio de una fuerte suma de dinero. Vincenzo recibe el dinero y compra regalos a su madre, pero la señora de Bartoloni cae de su balcón y muere sin haber sido asesinada, sin que ello impida a Bartoloni acusar a Vincenzo de homicidio. En la cárcel, Vincenzo encuentra un sentido a su vida enseñando italiano a los inmigrantes indocumentados alojados en su penal, quienes demuestran en los aportes de Vincenzo un interés que el joven especialista en Letras no lograse despertar en sus díscolos alumnos particulares. 

Ettore Scola

Crónica de un joven pobre (afiche hispanófono)

Comprendo los sentimientos de Vincenzo, pues me encuentro actualmente inmerso en una situación similar, con más edad y menos defensas psíquicas. Con arduo esfuerzo logré recibirme de profesor de Historia en una institución terciaria del gobierno porteño, en diciembre de 2007. Hace tres meses me vi obligado a solicitar la primera licencia médica prolongada de mi historial docente, tras un azaroso bienio laboral en escuelas secundarias del gobierno bonaerense, donde debí lidiar con adolescentes poco interesados en su educación, padres que no acompañaban debidamente el crecimiento de sus hijos, directivos de miras estrechas y poco transparentes en su discurso y modus operandi, colegas hastiados de la falta de estímulos. Demasiada adversidad junta. Un cuadro de depresión y stress de raíz laboral me ha obligado a alejarme de las aulas, mi presunto hábitat natural.
Hay noches que me cuesta conciliar el sueño, pese a los psicofármacos prescritos por mi psiquiatra. Cuesta dormirnos cuando nos empieza a trabajar el bocho. Me asaltan preguntas crueles: "¿Hice bien en estudiar el Profesorado?", "¿No habría hecho mejor en hacer la licenciatura y dedicarme a la investigación y a la docencia universitaria?", "¿No habría hecho mejor en estudiar una carrera con mejor salida laboral?"
Soy un hombre perseguido desde su infancia por una hermosa y atormentada palabrita, que heredé de mi abuelo: dignidad. Desde temprana edad me he prohibido taxativamente incurrir en bajezas. Pero, lamentablemente, me ha tocado convivir con amantes de las bajezas. Como el Vincenzo de Scola, que convive forzadamente con la pusilanimidad de su vecino, su madre y sus alumnos particulares. Quizá deba cambiar de público. El público de Vincenzo resultaron ser los presos. ¿Cuál es el mío?  

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