miércoles, 28 de septiembre de 2011

Shaná tová y shemá, Israel

Soy católico, pero he tenido contacto con judíos desde mi infancia. Mis padres son médicos. Entre los médicos hay muchos judíos. Algunos de los amigos más íntimos de mis padres y míos son judíos. Tuve muchos compañeros judíos en la escuela primaria y secundaria. Tuve un psicoterapeuta y una 
odontóloga judías. A los 17 años empecé a ampliar mis conocimientos de la cultura judía, a través de la lectura de valiosos libros especializados, como La memoria de Abraham de Marek Halter, Historia de los marranos de Cecil Roth o Historia de los judíos de Paul Johnson. O bien a través de la lectura de memorables textos literarios como El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani o El penitente de Isaac Bashevis Singer. Mi juventud se vio conmovida por los brutales atentados terroristas contra la embajada israelí en Buenos Aires y la AMIA. Me indignaba el status de pueblo perseguido impuesto al pueblo judío a lo largo de casi toda su historia. El pueblo judío era, para mí, el pueblo del Éxodo, que huyera de la esclavitud en Egipto, liderado por Moisés en el siglo XIII a.C. El pueblo sojuzgado en el siglo VI a.C. por Nabucodonosor II, quien destruyese el Templo de Salomón e impusiese a los judíos el cautiverio en Babilonia conmovedoramente evocado, en el siglo XIX, por Giuseppe Verdi, en su indeleble Va pensiero. El pueblo de la Diáspora, iniciada en el siglo I d.C.con el afianzamiento de la dominación romana sobre Israel y la destrucción del segundo Templo de Jerusalén. Diáspora prolongada durante 1800 implacables años, hasta la proclamación del Estado moderno de Israel en 1948. Para mí, el pueblo judío era el pueblo perseguido por la Inquisición y masacrado en los pogroms de la Rusia zarista y campos de concentración nazis.
Pero santidad y persecución no son necesariamente sinónimos. Los judíos son tan cuestionables como cualquier otro ser humano. Y, como los aprecio, me duele cuestionarlos.
Me duele percibir la actitud del gobierno israelí y comunidad judía internacional ante la muy atendible pretensión del pueblo palestino de poseer, como los judíos, su propio Estado. Me duele percibir la actitud de la comunidad judía argentina ante uno de los mejores gobiernos que haya tenido la Argentina desde su restauración democrática de 1983, fruto de medio siglo de sufrimientos equiparables a los padecimientos históricos del pueblo judío.
En esta semana de Roschaschaná, me duele comprobar cómo el Pueblo Elegido parece haberse convertido en el Pueblo Extraviado. Dos expresiones de mi limitadísimo hebreo de hombre cristiano acuden a mi memoria en esta semana de Roschaschaná: Shaná tová y shemá, Israel. Que Dios los ilumine y reoriente. No hay nada más triste para un perseguido que convertirse en perseguidor.

Quiero mucho a los judíos y, por dicho motivo, me permito implorarles: no les hagan a nadie lo mismo que les hicieron de malo a Uds. Ni a los palestinos, ni a ningún otro pueblo. Sé que, hasta ahora, no lo han hecho. Pero las tentaciones negativas del poder son fuertes. Y espero que sepan resistirlas. Esa debe ser, a mi entender, la principal meta del pueblo judío en el año que hoy estrena la comunidad hebraica mundial.



En este Roschaschaná, el shofar sinagogal debe llamar al pueblo judío a reflexionar sobre su rol en el complejo mundo actual. La venganza es una costumbre vil. Para quienes son judíos y para quienes no lo son.




       

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