En un artículo de su autoría, titulado Pegarle a un hijo es signo de impotencia y publicado en La Nación.com el 9 de noviembre de 2011[1], el psicólogo argentino Miguel Espeche expresa textualmente:
“Entender que pegar a los chicos es el mejor camino para educarlos es un error. Es también indicador de pobreza de criterios y de imaginación en lo que a didáctica respecta.
“(…) la dilución de la figura paterna es un problema tan grave como lo fue antaño el autoritarismo. El autoritarismo sigue existiendo, pero hoy está más en manos de los hijos que de los padres, al menos en nuestro país.
“Es importante que los padres logren respeto de parte de sus hijos. Para ello, deben respetarse a sí mismos y evitar sentir que son culpables de haber traído a sus hijos a este mundo cruel (¿cuándo el mundo no fue cruel?) o sentir que sus hijos son de cristal y cualquier cosa dañará su psiquismo.
“Nos atrevemos a decir que es bueno que los padres sean poderosos. Pueden amar a sus hijos, pueden ofrecerles alimento físico y anímico, pueden educarlos, pueden "marcarles la cancha", pueden vivir una vida y, desde allí, traer el pan de cada día...
“Al ver a sus padres como poderosos, los hijos respetarán, porque respetan el poder, no el no poder. Demasiados padres se "enganchan" más con su impotencia que con su potencia, y eso es perturbador en todo sentido, en particular, para sus hijos.
“(…) pegarle a los chicos es lisa y llanamente un signo de impotencia, no de potencia. El miedo como único elemento disciplinario es dañino y es signo de un problema que hará eclosión una vez que el miedo se vaya, y aparezca el resentimiento en vez de la gratitud.
“(…) No hablamos de edulcoramiento o de un "explicacionismo" insufrible cuando negamos la eficacia del golpe como herramienta a la hora de educar. No es la tibieza insulsa la contracara de la violencia. Todos aquellos que hayan sido padres de verdad, y no meros "tribuneros" de la paternidad ajena, saben que el día a día con los hijos es transpirado, desprolijo y....amoroso. Los chicos están hechos a prueba de yerros paternos, pero no pueden contra el desamor o la violencia instituida.
"Por eso, pensar una educación con padres que pueden marcar la cancha, sin creer que todo es ternura en esta vida ya que el amor también tiene su cara áspera, es algo que sirve, y mucho, para ofrecer tranquilidad y acompañamiento conceptual y anímico a millones de padres que a veces se sienten jaqueados y culposos.
"Pero eso ni remotamente significa apostar a la violencia instituida como elemento de coerción, porque lo que educa es el amor, no el espanto. Y en ese sentido podemos decir que el golpe metódico y guiado por teóricos de la violencia familiar es, justamente, un espanto que hay que evitar a toda costa”.
Recuerdo un chiste en el cual Coné, sobrino de Condorito, habiendo sido abofeteado por su tío, preguntaba a este último si su tatarabuelo pegaba a su bisabuelo cuando era chico, si su bisabuelo lo hacía con su abuelo, su abuelo con su padre, su padre con Condorito, quien, muy seguro de sí, respondía enfática e invariablemente "¡Pues claro!" A lo cual Coné respondía con una antológica pregunta: "¿Por qué no terminamos de una vez con esa pésima costumbre de familia?"
Concuerdo plenamente con Espeche y Coné, y no lo digo desde mi doble condición de ex tallerista del PSMB [2] y ex lector de la historieta chilena Condorito. Tampoco hablo como padre, porque no lo soy. Hablo desde mi lógica repugnancia hacia “la violencia instituida como elemento de coerción” y denunciada por Espeche. Como Condorito, ahora soy tío. Ayer mi hermana dio a luz a mi sobrino Nippur, bautizado en honor de Nippur de Lagash, ficticio guerrero sumerio del cuarto milenio a. C.inmortalizado por Robin Wood y Lucho Olivera en una homónima historieta argentina ávidamente consumida por mi cuñado en sus años infantiles. Espero que mi Nippur sea tan aguerrido como su imaginario tocayo de la Antigüedad. Pero que, a diferencia del Nippur de Wood y Olivera, sea aguerrido para el amor, no para la guerra.
Nippur de Lagash
Mi sobrino Nippur
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