En el primero de los trece cuentos de El libro de arena, de 1975, Jorge Luis Borges se imagina a sí mismo en 1969, a los 70 años, matriculado en un curso de anglosajón dictado en una universidad estadounidense y enfrascado en un imposible diálogo mantenido en una ciudad estadounidense con su joven alter ego ginebrino de 1918, quien afirma empecinadamente estar en la Ginebra de finales del decenio de 1910 y niega estar en los Estados Unidos de fines del decenio de 1960 y en presencia de su futuro otro yo. Tras un largo circunloquio, el Borges joven pide al Borges anciano que le demuestre que ambos están en los Estados Unidos de 1969. El Borges joven queda atónito al ver un billete de banco estadounidense de 1964, exhibido por el Borges anciano, quien manifiesta seguidamente haberse enterado posteriormente de la inexistencia de billetes de banco fechados y califica a los billetes de banco estadounidenses de "imprudentes billetes americanos".
Borges ha sido tildado de "derechista". Afiliado conservador desde 1960, Borges parece haber heredado el conservadurismo de su madre Leonor Acevedo de Borges, antirrosista furibunda pese a haber nacido más de veinte años después de la caída del Restaurador. Quizá sea más exacto afirmar que Borges fue producto de su tiempo. Como su progenitora, vivió muchos años y circunstancias históricas muy disímiles. El Borges de 1938 se vio obligado por el deceso de su padre y la estrechez económica a solicitar a los conservadores de la Década Infame un modesto empleo en una biblioteca pública, donde la necesidad lo obligó a apechugar con el deprimente mundo del empleo estatal argentino. Durante la Segunda Guerra Mundial se declaró aliadófilo, lo cual no debió agradar a los partidarios de la neutralidad encarnados por los conservadores de la Década Infame, como tampoco a los golpistas de 1943, cuyo continuador constitucional Juan Domingo Perón encabezó la administración que dispuso el cese de Borges, quien años después, en sus conversaciones con Ernesto Sábato y Orlando Barone, atribuyó su cesantía a su aliadofilia. Su consiguiente antiperonismo impulsó a Borges a aceptar de la Revolución Libertadora los cargos de director de la Biblioteca Nacional y miembro de la Academia Nacional de Letras. Empero, en diálogo con Sábato y Barone, Borges afirmaría haberse dejado llevar por una corriente totalmente falsa, negaría sentirse identificado con la Academia Nacional de Letras y acusaría a los golpistas de 1955 de haberlo incorporado a la Academia en forma inconsulta, junto con Manuel Mujica Lainez. Ello no impediría a Borges dirigir la Biblioteca Nacional y dictar su cátedra universitaria de Literatura Inglesa bajo el imperio de los golpistas de 1955, 1962 y 1966, hasta que la restauración peronista de 1973 impelería a Borges a acogerse a la jubilación, aunque el uruguayo Enrique Estrázulas imaginara años después un encuentro entre el Borges y el Perón de 1973 en su obra teatral Borges y Perón.
Afiche del estreno de la obra teatral Borges y Perón, de Enrique Estrázulas, producido el 3 de abril de 1998 en el Teatro Cervantes, con Víctor Laplace y Duilio Marzio en los roles de Juan Domingo Perón y Jorge Luis Borges
El golpe militar de 1976 no atenuó el antiperonismo de Borges. Poco después del derrocamiento de la presidenta María Estela Martínez de Perón, Borges, Sábato, Horacio Esteban Ratti y el padre Leonardo Castellani compartían un almuerzo para escritores presidido por el dictador Jorge Rafael Videla, ante quien Borges, seguramente impelido por su antiperonismo, se habría deshecho en palabras de gratitud, de las que se arrepentiría tras haber tenido contacto con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, aunque en un prólogo dictado en 1976, derrocada ya la viuda de Perón, Borges, si bien se consideraría indigno de emitir opiniones políticas, no por ello se privaría de sostener que descreía de la democracia, "ese curioso abuso de la estadística". Como muchos argentinos de su generación, Borges fue víctima de la confusión política abatida sobre la Argentina durante gran parte de la vida del escritor, sin que ello impida negar y admirar sus innegables méritos literarios.
19 de mayo de 1976. El dictador Jorge Rafael Videla preside un almuerzo para escritores con la asistencia de Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti y el padre Leonardo Castellani. Ratti presidía por entonces la Sociedad Argentina de Escritores. Según un testimonio recogido años después por Félix Laíño, a Castellani no le había entusiasmado el encuentro con Videla, a quien Castellani habría planteado la preocupación de una persona de su conocimiento por la desaparición de Haroldo Conti
Volviendo a la expresión borgeana Imprudentes billetes americanos, yo haría dos observaciones. La menos relevante es que extraña que Borges, gran purista del castellano, dijera americanos en vez de estadounidenses. Pero esa es, como decía, mi observación menos trascendente. Mi principal observación es más compleja. Borges fue un insaciable lector y parece haber devenido en un incansable oyente de lecturas en voz alta a cargo de terceros, cuando su ceguera, diagnosticada en 1954, le impidió seguir leyendo por sus propios medios. Pero en sus numerosas citas textuales, no registro haber detectado alusión alguna a cuestiones económicas, como si los economistas no hubiesen ocupado lugar alguno en su nutrida biblioteca. Probablemente Borges, al acuñar su sugestiva expresión sobre el dólar, no pensara en la compleja situación política y socioeconómica de la Argentina de 1975. Al parecer, no solía leer (o hacerse leer) diarios, pues creía, como Emerson, que deben leerse libros, no diarios. 1975 no fue un año fácil para Borges. Ese año fallecía su madre, a los 99 años, tras una larguísima agonía. Pero tampoco fue un año fácil para la Argentina en su conjunto. La viuda de Perón no estaba evidentemente a la altura de las dramáticas circunstancias históricas vividas por la Argentina de la época, sin que ello justificase en absoluto los horrores de la inminente dictadura procesista, que podrían haberse evitado (o morigerado) de haber podido celebrarse las anunciadas elecciones presidenciales anticipadas de 1977. Borges, al tildar de imprudentes los billetes de banco estadounidenses, quizá vaticinó, a su modo, las desastrosas consecuencias de la desmesurada dolarización de la vida socioeconómica, promovida por José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía designado por Videla poco antes de almorzar con Borges. Años después, Domingo Cavallo, colaborador del régimen militar, repetiría el dantesco error de Martínez de Hoz, hasta que Jorge Remes Lenicov, Roberto Lavagna y Amado Boudou, quizá sin haber leído a Borges, advirtieron astutamente el carácter imprudente de la divisa estadounidense, como lo demuestran las recientes medidas gubernamentales para prevenir esa fiebre del dólar que hiciera explotar evitablemente tanto termómetro socioeconómico argentino en los últimos 40 años. "El que apuesta al dólar, pierde", sentenció Lorenzo Sigaut, segundo ministro de Economía de la abominable dictadura procesista. Sentencia, que, bien entendida en el marco constitucional, beneficia a muchos, como lo ha demostrado irrefutablemente la evolución histórica argentina del último decenio (preferencias ideológicas aparte, se sobreentiende).
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