Ilustración elaborada por Sidney Paget para la primera edición de La corona de berilos, publicada en mayo de 1892 en el mensuario literario-periodístico londinense The Strand
En una nota publicada el 19 de noviembre de 2011 en Clarín.com, el ex presidente argentino Fernando de la Rúa, en vísperas del décimo aniversario de su muerte política, lamenta amargamente su desgracia personal. Pero, a diferencia de Alexander Holder, De la Rúa nunca tuvo en su poder ninguna joya de la abuela, versión argentina de las joyas de la Corona Británica, que, al menos en el imaginario popular, habían sido empeñadas en su totalidad durante la privatista década menemista. Y, a diferencia del personaje de Conan Doyle, transita actualmente una vejez solitaria y deshonrosa, tras haber sido, como Alexander Holder, "un hombre feliz y próspero, sin una sola preocupación en el mundo".
De la Rúa como "un hombre feliz y próspero, sin una sola preocupación en el mundo". Las siguientes imágenes lo muestran como candidato vicepresidencial del binomio balbinista de septiembre de 1973, aspirante senatorial de la lista electoral angelocista de mayo de 1989, vencedor de los comicios porteños de junio de 1996 y presidente recién juramentado en diciembre de 1999
Comienza la "vejez solitaria y deshonrosa" de De la Rúa. Anuncio periodístico de su dramática dimisión presidencial de diciembre de 2001
La nota de Clarín.com nos pinta un De la Rúa marginado por sus correligionarios políticos, alejado de los ámbitos académicos y jurídicos, sin amigos íntimos y obligado a vivir prudentemente de su pensión presidencial y a reducir su antiguo tren de vida por cuestiones materiales, recluido en un departamento de la Avenida Alvear mucho menos espacioso que su antiguo apartamento de la calle Montevideo, forzado a vender su chacra de Capilla del Señor y limitar los bienes familiares a su actual inmueble porteño de residencia y a una quinta de Villa Rosa conceptuada por su atribulado propietario como un refugio de fin de semana cercano a sus apetecidas canchas de golf. De la Rúa es abuelo hace ya muchos años (ya lo era al asumir su presidencia). Puede decirse, por ende, siguiendo al objetable matutino de los Noble, que De la Rúa, tras renunciar al Sillón de Rivadavia, se ha visto obligado a vender parte de sus "joyas del abuelo". Pero, para un abuelo, la joya más preciada no es un departamento. Son sus nietos. Que De la Rúa no puede vender, porque la ley argentina prohíbe la compraventa de seres humanos desde la Asamblea del Año XIII, cuyo bicentenario se conmemorará dentro de menos de dos años.
De la Rúa fotografiado en su casa en noviembre de 2011
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