viernes, 11 de noviembre de 2011

Crianza mosaica

Según la tradición talmúdica, Moisés, gran líder espiritual judeo-egipcio de los siglos XIV-XIII a.C., fue hallado, recién nacido, por la princesa Batía, hija del faraón egipcio de turno, desafiando, quizá inconscientemente, las órdenes reales de su augusto padre, quien había dispuesto entregar a los soldados egipcios a todo neonato varón de esclavo hebreo. Iojebed, madre biológica de Moisés, sintiéndose incapaz de ocultar a su hijo, lo había depositado sobre el lecho del Nilo, dentro de una canasta, exponiéndolo a ser impiadosamente engullido o desfigurado por los voraces cocodrilos del Nilo. Lejos debía estar Batía de sospechar que había adoptado como hijo a quien luego se pronunciaría contra su encumbrada familia adoptiva, a la cabeza de la comunidad judeo-egipcia. Batía confió el amamantamiento de su hijo adoptivo a Iojebed, quien reintegró a Moisés a Batía dos años después. Probablemente, Batía ignorase el parentesco biológico existente entre Iojebed y Moisés. Pero era hija carnal de un faraón y nieta espiritual de Amón-Ra, principal dios egipcio, al cual se atribuía la paternidad espiritual de los faraones. Difícilmente pudiese una esclava judía y monoteísta exigir rendición de cuentas a una egipcia libre, poderosa y politeísta como Batía. El tiempo demostraría que los faraones no estaban tan inmunizados como creían ante los eventuales pronunciamientos de sus hebraicos sometidos, posteriormente sojuzgados, en Egipto y otras naciones aledañas, por monarcas babilónicos y romanos.


El descubrimiento de Moisés, pintado por Paolo Veronese en 1580

Anteayer pasé por enésima vez por la puerta de una escuela judía del barrio porteño de Once, cuyo nombre no revelaré por delicadeza y cuyo frente ostenta por escrito el detalle sintético de los servicios educativos del establecimiento, que abarcan todos los niveles educacionales (excepto el superior) e incluyen un opcional jardín de infantes de jornada completa para niños mayores de 45 días. Según las autoridades de esa escuela, un niño de un mes y medio es apto para asistir a un jardín de infantes de jornada completa.
Detesto el antisemitismo. Estas líneas mías no aluden a un fenómeno exclusivamente judío, sino a un angustiante fenómeno social de la actualidad, sin distinción de credos religiosos. Me refiero a la delegación de niños y adolescentes en instituciones educativas, frecuentemente forzada por las necesidades materiales de madres y padres constreñidos a las leyes capitalistas, tan impiadosas como las faraónicas. Instituciones devenidas, por imperio de tales leyes, en cuidadoras de menores de edad, en desmedro de su función educacional, configurando un urticante cuadro situacional que no distingue entre escuela privada y  escuela pública, entre los niveles inicial, primario y medio, entre niños de dos años y adolescentes de quince.
No estoy contra el jardín de infantes, en el cual reconozco un valioso espacio sociabilizador y educacional. No puede culparse al sistema educativo de la necesidad económica de trabajar de muchas de las actuales madres de niños y adolescentes. No puede pretenderse que la mujer actual sea un ama de casa de tiempo completo, debido a la frecuente necesidad económica de trabajo femenino y a la muy válida emancipación femenina del último medio siglo. Guste o no, la mujer actual no sólo es madre, esposa y jefa de hogar. También estudia, trabaja y hasta gobierna.
Así y todo, me angustia que los niños actuales se sumen tan tempranamente al sistema educativo, y por motivos frecuentemente ajenos a la problemática educacional. Las generaciones de mis padres y abuelos nunca fueron al jardín de infantes (o, a lo sumo, lo habrán hecho en muy contados casos). Los miembros de mi generación íbamos si nos gustaba.
En 1986, unas maestras jardineras expresaban en Clarín Revista que los jardines de infantes argentinos sólo albergaban al 39% de los niños en edad de jardín de infantes. Dichas docentes pretendían que el gobierno federal estableciese a nivel nacional la obligatoriedad del nivel inicial, petición parcialmente complacida a fines de 2006, cuando la Ley Nacional de Educación estableció en todo el país la obligatoriedad de la salita de 4.
En la década de 1990, se redujo ostensiblemente la edad promedio de ingreso infantil al nivel inicial, cuya matrícula se expandió sensiblemente. Tres primos segundos míos, hermanos entre sí, nacidos en el último decenio del segundo milenio, asistieron ininterrumpidamente al jardín de infantes entre los 2 y 5 años de edad. 
Hoy nació mi sobrino Nippur, cuya madre, mi hermana, manifestó meses atrás su intención de enviarlo al jardín de infantes cuando Nippur cumpliera un año, edad a mi entender prematura, aunque no tanto si pensamos en los jardines de infantes con admisión de niños de un mes y medio. Inquieto, consulté electrónicamente a las madres participantes de un foro de opinión on line del diario porteño La Nación. Una de ellas me explicó que su hija de tres años asistía al jardín de infantes desde los cinco meses, con óptimos resultados educativos, debido a los horarios laborales maternales. Así y todo, pensando en el caso de Moisés, me inquieta la tempranísima escolarización de muchos niños actuales y sus causales extraeducativos. Me inquieta la imposición extendida de la crianza mosaica. Y también me inquietan sus eventuales repercusiones negativas. Si matricula en un jardín de infantes de jornada completa a su hijo de un mes y medio, por muy buenos motivos que tenga para ello, una madre actual puede exponerse a acabar sus días en un deprimente hogar de ancianos full time por decisión filial, situación a todas luces desoladora por muy buenas razones que se tengan para recluir a un adulto mayor en una institución geriátrica. Si seguimos así, pronto tendremos jardines pre-natales para embarazadas.

Desfile de jardines de infantes celebrado en  la localidad bonaerense de Saladillo el 5 de agosto de 2011   

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