En la novela Luz de agosto, escrita por el novelista estadounidense William Faulkner en 1932, Lena Grove, humilde mujer del Estado de Alabama, es expulsada de su casa por su hermano, quien la acusa de haber humillado a su familia biológica al concebir un hijo extramatrimonial. Lena recorre Alabama y Mississippi con un embarazo a cuestas y la esperanza, quizá ingenua, de localizar al padre de su vástago y constituir un hogar con él. Lena alberga la esperanza de encontrar al progenitor de su hijo, en Yoknapatawpha, condado ficticio del noroeste de Mississippi, donde Lucas Burch, presunto padre de la criatura, trabajaría en un aserradero. Al llegar a Yoknapatawpha, es recibida por la señora Armstid, madre de cinco hijos, quien no conoce a Lena y desconfía tan lógicamente de ella como su marido, un rudo campesino que, cuando oye de su mujer que Lena confía en hallar al padre de su hijo en Yoknapatawpha, lanza un impiadoso comentario: "Y ella cree que va a encontrarle. ¡Esperándola, con la casa amueblada y todo!" La señora Armstid piensa sobre Lena: "En esto se conoce a la mujer. Ella misma sería capaz de despellejar a otra mujer, pero se pasea sin la menor vergüenza por delante de todo el mundo, porque sabe que la gente, los hombres, la protegerán. No se preocupa de las demás mujeres. No es ninguna mujer quien la ha puesto en lo que ella ni siquiera llama un apuro. (...) En cuanto una de ellas se casa, o se ve metida en un lío sin estar casada, enseguida la veréis salirse de su casta, abandonar el sexo femenino y pasar el resto de su vida tratando de unirse a la casta de los hombres. Por eso beben, fuman y reclaman el derecho de voto".
La Argentina celebra hoy su Día de la Madre del año en curso. En la Argentina de 2011, la maternidad sigue siendo una cuestión tan conflictiva como en el complejo escenario social plasmado por Faulkner en su novela. Incluso para mujeres inmersas en una situación socioeconómica medianamente favorable, donde el problema no es la billetera, pero bien puede serlo el consumismo ostentoso, un divorcio, un segundo matrimonio no del todo aceptado por los hijos del primero, una hija anoréxica o bulímica o un hijo poco predispuesto a llevar a buen puerto sus estudios secundarios o que cumple veinte años de edad debiendo materias del secundario o sin haber podido elegir carrera universitaria ni decidirse a buscar su primer empleo. Vivimos en un mundo complejo y sin valores claramente definidos y consolidados. No es de extrañar que muchas mujeres actuales renuncien a tener hijos o, como mínimo, posterguen su maternidad mediante la ingesta de píldoras anticonceptivas o, en el peor caso, mediante onerosos abortos clandestinos, cuya despenalización empezaron a exigir comprensiblemente miles de mujeres argentinas mucho antes de estas semanas previas al anunciado debate parlamentario sobre el particular. Mi hermana está por dar a luz y me da un poco de miedo el mundo que deberá habitar mi sobrino. Temo para él, lamento decir, el futuro vivido en el año 2020 por la estrella infantil de la película Gigantes de acero, cuya principal fuente de afectos parece ser un robot reciclado. Y mi hermana no es la Lena de Faulkner, ni las madres y embarazadas adolescentes incluidas entre mis alumnos de escuela secundaria estatal, ni la embarazada sin otro acompañamiento que las acompañantes de embarazadas que mi padre ayuda a formar en una localidad carenciada del partido bonaerense de Pilar. Está legalmente casada con el padre de mi sobrino, tiene buenos ingresos monetarios de carácter profesional y rentístico y goza del respaldo moral de sus familias biológica y política. Aún así, me da miedo el mundo que deberá habitar mi sobrino. En el cual todo sabe a desafío, incluso algo supuestamente dulce como la maternidad.
Dakota Goyo y su "amigo" de Gigantes de acero
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