sábado, 22 de octubre de 2011

Falsa juventud

El jueves 29 de septiembre de 2011, Any Ventura publicó una nota en La Nación.com, titulada  ¿Hasta cuándo dar examen de joven?[1]. La articulista planteaba cómo, con el correr de los años, había perdido previsiblemente elasticidad mental en lo referente al trato con las llamadas "nuevas tecnologías", que ya no son tan nuevas, si se piensa que la PC ya estaba bastante difundida hace lo menos 15 años. 

Acertada o no la postura de Ventura, lo cierto es que no podemos tener siempre 20 años de edad, aunque, como sostiene un viejo refrán, siempre podamos tenerlos en algún rincón del corazón. A partir de los 30 tiende a acelerarse el envejecimiento corporal. A los 20 yo podía practicar complementos en un gimnasio de mi barrio tres días a la semana, durante años enteros. Ahora tengo 41 y sé que no aguantaría ni dos días haciendo complementos. Mi cuerpo actual me permite practicar yoga dos días a la semana. Tal como me obliga a evitar el abuso de colesterol y el consumo de tabaco y moderar el consumo de alcohol. Mi mente funciona distinto: no puedo ir a ver las mismas películas que un pibe de 16 años. Pero mis amigos, respetables grandulones de 31 a 39 años, con estudios secundarios o universitarios completos, no soportan que yo proponga ver Habemus Papa en vez de Gigantes de acero. Terminé viendo Habemus Papa en mi casa, solito mi alma, en un DVD de 10 pesos comprado a un vendedor ambulante. Y gastando 18 pesos en una entrada de cartelera para ver Gigantes de acero en un shopping, para complacer a mis adultísimas amistades. Linda película, pero nada del otro mundo.

Reconozco las bondades de las mal llamadas "nuevas tecnologías", aunque también es cierto que, como bien sostiene Ventura, la mente suele volverse más lenta con el correr de los años. No podemos "vivir a mil" después de los 30 años. Nuestra mente se torna selectiva después de esa edad, a la cual, como decía un amigo mío, "nos agarra el viejazo", apreciación posiblemente exagerada, aunque no del todo irreal. Y, además, ya que hablamos de realismo, las mal llamadas "nuevas tecnologías" no sólo cambian demasiado deprisa para un mayor de 30 años, sino que también cuestan dinero. No todos tenemos acceso a las netbooks gratuitas del Programa Conectar Igualdad.com, o  dinero para comprarnos una tableta. O tenemos dinero, pero también prioridades más relevantes, como los aportes previsionales, la manutención de los hijos, la salud, el transporte o la alimentación. Y, ante todo, no podemos, como bien sostiene Ventura, rendir siempre "examen de joven". Ni tenemos por qué, en sentido estricto, hacerlo. No es delito envejecer. Sin embargo, mucha gente de hoy en día parece pensar lo contrario. Y, peor aún, en el peor sentido, en el sentido de confundir juventud con despreocupación, como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer en una de sus homilías.

¿Le cuesta mucho entender a Mario Pergolini que pronto tendrá 50 años, que no podía tener siempre 17 y que en 1995 él ya era grande para hacer CQC¿Le cuesta mucho entender a Marcelo Tinelli que ya lleva al menos 20 años haciendo cosas más apropiadas para gente más joven que él y que a los 70 años no podrá seguir haciendo lo mismo, salvo que quiera celebrar la enésima temporada anual de sus insufribles programas de entretenimiento con un peluquín digno del Leonardo Simmons de Grandes valores del tango o del Silvio Soldán de Domingos para la Juventud¿Le cuesta mucho entender a Susana Gímenez que pronto tendrá 70 años y que, con nietos grandes, ya no puede seguir haciéndose "la péndex", ni pretender seguir haciendo lo mismo que hacía a los 30? Mirtha Legrand no es santa de mi devoción, pero le reconozco un mérito: ha sido realista en su autoconcepto. Ya a finales del decenio de 1960 lanzó sus célebres almuerzos televisivos, que serían aburridísimos, pero, al menos, eran acordes con la edad de su conductora, que entendía, con muy buen tino, que, cuando tuviera nietos grandes (y hasta biznietos), no podría seguir con sus películas de teléfono blanco de las décadas de 1940 y 1950. Ese erróneo concepto de la juventud también es actualmente perceptible entre mayores de 30 años no tan famosos, con las desagradables consecuencias del equívoco en cuestión.


Mario Pergolini, Marcelo Tinelli y Susana Gímenez: desagradables consecuencias del autoconcepto equívoco

Mirtha Legrand y la importancia del autoconcepto realista   

Juventud no es despreocupación. Tampoco es pretender que se tiene una vitalidad física sobrehumana, que no se tiene a ninguna edad. No es salir corriendo a comprarse una tableta que no se puede pagar, o se puede pagar descuidando desaconsejablemente rubros más prioritarios. Juventud es juventud espiritual, no sensual o corporal. Es sinónimo de proyectos e inquietudes, no de consumismo. Yo me siento joven descubriendo a Marcel Proust, José Saramago o André Malraux, que estarán físicamente extintos, pero que para mí son novedad por no haberlos frecuentado con anterioridad. U oficiando de autoridad de mesa en los comicios, cosa que nunca había hecho antes de este año. O mentalizándome para mi inminente rol de tío, toda una novedad en mi vida. No me siento joven "haciéndome el péndex", porque sé muy bien que ya no lo soy, ni volveré a serlo, ni debe avergonzarme mi imposibilidad de volver a serlo.

¿No será hora de cambiar (o al menos diversificar) nuestras fuentes de Juvencia?     




[1] Cf.http://www.lanacion.com.ar/1410234-hasta-cuando-dar-examen-de-joven

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