lunes, 10 de octubre de 2011

La Sagrada Familia

La vida humana no suele ser fácil, pues el ser humano suele complicarse mucho a sí mismo, con frecuencia sin necesidad. La vida humana tampoco ha sido fácil para los hermanos Kenneth y Betty Anne Waters, nacidos y domiciliados en Ayer, pequeña localidad del Estado estadounidense de Massachusetts, e interpretados por Sam Rockwell y Hilary Swank en la muy recomendable película estadounidense Justicia final, dirigida por Tony Goldwyn y recientemente arribada a las salas cinematográficas argentinas. No conocen a su padre. Kenneth y Betty Anne figuran entre los nueve hijos concebidos por su madre con siete padres distintos. Han habitado ocho hogares temporales por resolución de jueces que alguna vez los separaron impiadosamente, pese a la feroz resistencia de ambos hermanos. Con los años, Kenneth concebirá una hija, pero su paternidad se verá permanentemente boicoteada por los frecuentes entredichos de Kenneth con las autoridades policiales y judiciales de Massachusetts. Estos últimos alcanzarán su clímax en 1982, al fallecer el abuelo materno de Kenneth y Betty Anne, el único referente familiar sólido que parecen haber tenido ambos hermanos. La policía interrumpe el oficio fúnebre para arrestar a Kenneth, acusado de perpetrar el feroz asesinato de una mujer, cometido en 1980. En 1983 Kenneth es condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Betty Anne cree firmemente en la inocencia de su hermano y decide terminar la escuela secundaria y convertirse en abogada para sacar a Kenneth de la cárcel, aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a congeniar las duras exigencias académicas con sus rigurosas obligaciones familiares. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a divorciarse de su marido. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a soportar una lógica decisión de reemplazar temporariamente el hogar materno por el paterno, tomada por los hijos adolescentes de Betty Anne, inmersos en una difícil etapa de la compleja vida humana y comprensiblemente hastiados de la aparente proclividad materna a valorizar la fraternidad en detrimento de la maternidad. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente la firme indiferencia de una sobrina presuntamente poco dispuesta a compartir su joven vida con sus primos hermanos cogeneracionales y la creencia de su batalladora tía en la inocencia de Kenneth. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente las limitaciones inicialmente impuestas a la ayuda que Betty Anne puede esperar de una fundación neoyorquina, presidida por un abogado y especializada en demostrar judicialmente la inocencia de personas erróneamente encarceladas, que ayudará a Betty Anne a obtener en 2001 una liberación de Kenneth con cobertura mediática y un millonario resarcimiento económico en 2004, y con la cual Betty Anne colaborará tras la excarcelación de su hermano, realizando la única tarea jurídica que realmente le interesa, sin por ello renunciar a su empleo en un bar de Ayer. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente los temores de ex testigos obligados por policías corruptos a testificar contra Kenneth. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente las trabas burocráticas contra la exhumación de evidencias judiciales presuntamente destruidas por reglamento. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente las trabas burocráticas contra la realización de exámenes genéticos aparentemente susceptibles de demostrar la inocencia de un Kenneth alguna vez aislado por sus carceleros a raíz de una fallida y comprensible tentativa de suicidio. Aunque ello la obligue, como de hecho sucederá, a doblegar trabajosamente la renuencia de Kenneth a someterse a las pruebas de laboratorio. En el tramo final del film de Goldwyn, Kenneth se instala en casa de Betty Anne, cuyos hijos retornan al hogar materno, impresionados ante el trabajosísimo logro de su progenitora.

Hilary Swank y Sam Rockwell en Justicia final

En Justicia final, Tony Goldwyn nos recuerda la fortaleza de los lazos familiares, aunque en su película la familia parezca tan extinguida como los dinosaurios y mamuts. Los gigantescos reptiles jurásicos no sobrevivieron a la lluvia de meteoritos abatida sobre la Tierra hace 65 millones de años, ni a los cambios climáticos derivados de la misma. Los lanudos elefantes paleolíticos no sobrevivieron a los cambios climáticos derivados de la desglaciación que experimentó la Tierra hace 10.000 años y marcó el inicio del Neolítico.

 La extinción de los dinosaurios

Portada de un documental anglófono sobre la extinción de los mamuts, denominada "la última extinción", otrora susceptible de devenir en la penúltima de no haberse evitado el suicidio en masa de la Humanidad en un Holocausto nuclear, que habría convertido en juego de niños el suicidio colectivo decretado en 1978 por el reverendo Jim Jones en su colonia  presuntamente cristiana de Jonestown, Guyana  

Postal japonesa anti-Holocausto, inspirada en la traumática experiencia del bombardeo atómico estadounidense lanzado contra la ciudad nipona de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 

Reverendo Jim Jones

Imagen del suicidio colectivo decretado el 18 de noviembre de 1978 por el reverendo Jim Jones en Jonestown, en el cual perecieron el propio Jones y otros 912 individuos, entre ellos unos 270 niños  

Durante las décadas de la Guerra Fría, se temió que un Holocausto nuclear terminara en instantes con los frutos laboriosamente producidos por la Humanidad durante sus tres primeros millones de años de trayectoria. Películas como Justicia final instan a no subestimar la capacidad humana de supervivencia y autorecreación. La familia es parte de la Humanidad. Y, por ende, puede sobrevivir y autorecrearse, como bien lo demuestra Tony Goldwyn en Justicia final. Como bien lo demostraron las 18 mil mujeres movilizadas ayer por las calles barilochenses para reclamar la despenalización del aborto, cuestión incluida en la agenda parlamentaria poselectoral argentina de 2011 y tan legítima y perseverantemente reclamada por las abortistas argentinas como el voto femenino por las sufragistas argentinas de la primera mitad del siglo XX, mal que les pese a los dos mil evangelistas que ensayaron un débil contrapunto antiabortista en la ciudad rionegrina, sede por estos días del 26º Encuentro Nacional de Mujeres.

 Portada del matutino porteño Página/12 del 10 de octubre de 2011, alusiva a la marcha abortista barilochense del día anterior

En este año 2011, tengo motivos más personales para explayarme in extenso sobre la apasionante problemática familiar, desde la perspectiva científico-social que me permite adoptar mi formación sistemática en Historia, análoga a la recibida por mi colega Graciela Queirolo, responsable del meritorio curso docente del gobierno porteño sobre la evolución histórica de la familia argentina de los últimos dos siglos, ingresado en mi memoria como uno de mis mejores recuerdos de 2011 y seguido por quien suscribe, en calidad de cursante, durante el primer semestre del año en curso. Entre esos motivos figuran la favorable evolución médica de mi septuagenaria madre Elisa, afectada a principios de 2011 por una severa dolencia oncológica, y la inminente maternidad de mi hermana María, precedida de cerca de la inesperada formalización de su vínculo de pareja con el padre de mi primer sobrino, amén de la destacable labor de capacitación, coordinada por mi padre Alberto, médico de profesión, entre las mamis, mujeres domiciliadas en el partido bonaerense de Pilar y encargadas de  acompañar congéneres destinadas a dar a luz en condiciones socioambientales adversas. En marzo de 2011, la enfermedad de mi madre me instó a efectuar una solemne promesa a la Virgen de Schönstatt, al pasar junto a una gran imagen suya en San Clemente del Tuyú, donde yo acompañaba a mis padres durante el receso carnavalesco del año en curso. Prometí a la Virgen de Schönstatt que, de mejorar la salud de mi madre, yo volvería a asistir a misa todos los domingos, como lo hiciese entre mis 22 y 25 años. Como la Virgen cumplió, yo debo cumplir con ella, y, de hecho, lo estoy haciendo. Anteayer cené con Pablo, un médico amigo mío de 31 años, con simpatías por la Iglesia Católica retrospectivamente enraizadas en el hecho de haber cursado todos sus estudios secundarios en una escuela católica del barrio porteño de Barracas. Mi charla con Pablo me instó a preguntarme por qué yo había efectuado una promesa a la Virgen de Schönstatt, de la cual nunca había sido tan devoto como de la Virgen de Luján o la Virgen del Rosario de San Nicolás, pese a guardar un grato recuerdo de mi peregrinación de 1993 al bello santuario dedicado a la Virgen de Schönstatt en la localidad bonaerense de Florencio Varela. Tras pensarlo un poco, concluí que las representaciones de la Virgen de Schönstatt resaltan tan intensamente la maternidad de María como el título de "Madre Tres Veces Admirable" conferido a la Virgen de Schönstatt. Había estado en riesgo la vida de mi madre, que alguna vez me sostuviese en brazos, como la Virgen María al Niño Jesús en las imágenes de la Virgen de Schönstatt y otras versiones de la madre de Cristo, sin que yo pretenda equiparar mi persona a la del Nazareno, ni a su progenitora con la mía.

La Virgen de Schönstatt, elocuente reivindicación de la maternidad

Puede que alguno de Uds.se pregunte cómo concilio mi condición de católico practicante con mis convicciones abortistas. Algún católico más rígido que yo me acusaría probablemente de herético. A este último le digo que no me considero mejor ser humano que otros seres humanos, católicos o no. Lo que sí digo, a todos mis semejantes, católicos o no, que, en mi humilde y atrevida opinión, las abortistas no preconizan, como muchos suponen, la destrucción de la familia, sino su mejoramiento. Aunque vayamos a misa tres veces por semana, no seríamos buenos defensores de la familia si aceptásemos el embarazo de una niña de doce años, afectada por una deficiencia mental, domiciliada en una villa miseria asolada por narcotraficantes y preñada por un padrastro violador, sólo por carecer del dinero necesario para pagar un oneroso aborto evitablemente clandestino. Como la Betty Anne de Justicia final, las abortistas argentinas no abogan por la muerte de la familia, a la cual la Humanidad sucumbiría tan ignominiosamente como los dinosaurios y mamuts, tan procreadores como los seres humanos, a los cambios climáticos abatidos sobre la Tierra hace ya tantísimos años. La familia siempre será sagrada. Incluso si la Argentina legaliza el aborto, como es deseable que lo haga.

La Sagrada Familia de Nazaret
    

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