La crisis de Semana Santa de 1987. Un abordaje teórico (IES Nº 1-GCABA)[1]
La presente ponencia encuentra su fundamentación teórica en los conceptos desarrollados por el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas y su traductor y prologuista español Manuel Jiménez Redondo en Más allá del Estado nacional[2], libro de Habermas escrito desde la experiencia histórica de la reunificación territorial alemana, contemporánea de la restauración democrática argentina y tan relevante como el proceso democratizador argentino. Dicho proceso se vio jaqueado, durante la Semana Santa de 1987, por el primer pronunciamiento militar carapintada, que mantuvo en vilo, durante cuatro dramáticos días, a una sociedad argentina recién emergida de la etapa procesista, calamitoso colofón de la era golpista de 1930-1983, etapa en la cual la sociedad argentina había convalidado, activa o pasivamente, las interrupciones y cuestionamientos del orden constitucional a cargo de facciones cívico-militares. Al manifestarse contra el primer pronunciamiento militar carapintada, los argentinos demostraron el agotamiento de la opción golpista como resguardo a la gobernabilidad.
Jürgen Habermas
Respecto de su pasado golpista, la Argentina alfonsinista experimentaba una tensión similar a la experimentada por la desaparecida Alemania socialista respecto de un pasado estalinista proclive a relativizar y eludir el pasado nazi. Como la Alemania del siglo XVI, conmovida por el pronunciamiento luterano, la Argentina alfonsinista asistía a la brusca destitución de unas instituciones legitimadoras tradicionales. La Argentina alfonsinista asistía a la crisis terminal del golpismo, fruto de la descomposición del poder militar iniciada en 1981 con la crisis de la propuesta procesista, que alejaba al argentino de la era alfonsinista de la situación de un individuo premoderno obligado a una justificación sacra de su lugar en el mundo. La multitudinaria reacción anticarapintada de Semana Santa fue principalmente protagonizada por una versión argentina de ese individuo moderno definido por Jiménez Redondo como un sujeto propenso a reclamar el derecho a decidir sobre su existencia sin más limitación que el reconocimiento del mismo derecho a los demás.
Adolf Hitler saludando seguidores en 1933
Erección del Muro de Berlín (c.1960)
Martín Lutero
La multitudinaria Argentina anticarapintada de Semana Santa afrontaba las dificultades de una reinterpretación histórica caracterizada por una devolución a problemas del pasado proclive a postular un futuro agresor, desarticular el presente y promover neuróticas reacciones defensivas y una despavorida huida hacia el pasado. En la Argentina alfonsinista, la crisis terminal de las instancias legitimadoras tradicionales incitaba a dejar de medir el logro o malogro de la propia vida por contenidos presuntamente superiores o ejemplares y empezar a medirlo con el rasero de la autenticidad.
Al tratar de generar consenso, el alfonsinismo afrontó las dificultades conllevadas por la construcción de una sociedad y cosmovisión pluralistas enraizables en una sociedad con buenas experiencias democráticas, acostumbrada a la libertad política y apenas existente en la Argentina alfonsinista.
Hipólito Yrigoyen, Ramón Castillo, Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi, Arturo Illia y María Estela Martínez de Perón fueron los presidentes constitucionales argentinos derrocados por golpes cívico-militares entre 1930 y 1976
José Félix Uriburu, Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro J.Farrell, Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu, Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reynaldo Benito Bignone fueron los presidentes de facto argentinos ungidos por el bando golpista entre 1930 y 1982
José María Guido constituye un caso curioso en la historia del golpismo argentino. Asumió la presidencia de la Nación tras el desplazamiento del presidente radical intransigente Arturo Frondizi por los militares golpistas, consumado el 29 de marzo de 1962. Su status no castrense disminuye, empero, la posibilidad de incluirlo entre los presidentes argentinos de facto, máxime considerando la renuncia del vicepresidente Alejandro Gómez en 1958, que había situado a Guido, correligionario político-partidario de Frondizi y presidente provisional del Senado de la Nación, en el primer puesto de la línea de sucesión presidencial, correspondiéndole, por ende, asumir la primera magistratura federal si Frondizi se ausentaba definitivamente de su alto cargo. A Guido cabe más considerársele un verdadero presidente-títere, cautivo de unos militares golpistas que condicionaron severamente la gestión gubernativa de Guido y la elección de su sucesor presidencial, el radical antifrondicista Arturo Illia, asumido el 12 de octubre de 1963 y destinado, como Frondizi, a ser derrocado por los militares golpistas
Raúl Alfonsín vota en las elecciones generales del 30 de octubre de 1983, que le llevaron a la presidencia de la Nación tras la catastrófica experiencia procesista
10 de diciembre de 1983. Raúl Alfonsín asume la presidencia de la Nación
Al asumir el presidente Raúl Alfonsín, sólo vivían dos de los seis presidentes constitucionales argentinos derrocados durante el siglo XX: María Estela Martínez de Perón y Arturo Frondizi. Esta foto los muestra reunidos con Alfonsín en mayo de 1984. Frondizi y Alfonsín fallecieron respectivamente el 18 de abril de 1995 y el 31 de marzo de 2009. María Estela Martínez de Perón, nacida en 1931 y conocida popularmente como Isabel[3], reside actualmente en Madrid, donde viviese con su marido Juan Domingo Perón entre 1960 y 1973. El 12 de octubre de 1973, Perón e Isabel asumieron constitucionalmente la presidencia y vicepresidencia de la Nación. Perón falleció el 1º de julio de 1974. Isabel asumió inmediatamente la presidencia, cargo que ocupó hasta su derrocamiento, consumado el 24 de marzo de 1976.
Monseñor Justo Laguna junto al féretro de Raúl Alfonsín, que, siendo presidente, había contrariado previsiblemente a ciertos sectores católicos al promulgar una ley de divorcio vincular infructuosamente promovida durante la segunda presidencia de Perón y plenamente vigente hasta la fecha. En 1987, año de la promulgación de dicha ley, Laguna, obispo de Morón desde 1980, había expresado: "El divorcio es un mal, pero es un mal para los católicos, y no podemos imponer en una sociedad plural una ley que toca a los católicos. Son los católicos los que tienen que cumplirla y no el resto". Laguna había visitado al ex mandatario en su casa el día de su fallecimiento.
El bonaerense Ricardo Alfonsín, hijo del difunto ex presidente Raúl Alfonsín, ha heredado la vocación política de su padre, aunque ingresó tardíamente en la arena política argentina. Fue diputado provincial entre 1999 y 2003. En 2004, la trágica muerte de su hija Amparo lo instó a alejarse temporariamente de la actividad política. En 2007 aspiró infructuosamente a la gobernación bonaerense. En 2009 fue electo diputado nacional. Obtuvo un módico tercer puesto como candidato presidencial en las elecciones generales del 23 de octubre de 2011, una semana antes del 28º aniversario de la elección presidencial de su progenitor.
La Argentina alfonsinista, devastada por la catástrofe procesista, albergaba su propia versión de esas incertidumbres alemanas atribuidas por Habermas a la recién reunificada Alemania del penúltimo lustro del siglo XX, incitando a los argentinos a preguntarse hasta cuándo debían permitir que el convidado de piedra de su pasado ejerciera su derecho de veto sobre el pasado y presente en lo tocante a patriotismo y virtud ciudadana. En la Argentina golpista, dicho convidado de piedra había sido la corporación militar, que había intentado imponer una visión histórica comprensiblemente rechazada por la Argentina anticarapintada de Semana Santa, que parecía recordar que sólo puede aprenderse de esa historia reiterativa ejemplificada en el caso argentino por un golpismo aparentemente renuente a desaparecer. Al cuestionar multitudinariamente el primer planteo militar carapintada, los argentinos parecían hacerse eco de la interpretación histórica marxista sintetizada por Habermas, quien atribuye a Karl Marx la postulación de generaciones futuras proclives a autoconcebirse como futuros sujetos históricos tendientes a sobreextender los límites de la factibilidad de la historia al entremezclar las conciencias histórica y utópica
[3] Sobrenombre adoptado por Isabel en su adolescencia, tomado del nombre de su madrina espiritista y utilizado como nombre artístico. Perón e Isabel tuvieron su primer encuentro en Panamá en diciembre de 1955. Perón vivía en el exilio desde su derrocamiento, consumado en septiembre del mismo año. Isabel, bailarina profesional en su juventud, se hallaba de gira artística en Panamá y abandonó su actividad artística para sumarse al entorno del ex presidente. Isabel tenía 36 años menos que Perón, cuyo azaroso exilio compartió voluntariamente en Panamá, Venezuela, la República Dominicana y España. Desposó a Perón en Madrid en 1960. Entre 1965 y 1972, Isabel efectuó algunos viajes a la Argentina como representante política de su esposo. En noviembre de 1972, Perón e Isabel se radicaron temporariamente en la Argentina , donde fijaron su domicilio permanente en junio de 1973.
Karl Marx
Los argentinos, al objetar masivamente el primer planteo militar carapintada, parecían renunciar a la vieja representación de la historia como maestra de vida y las múltiples historias particulares en aras de un proceso histórico integrador, aunque también pareciese convenirles recordar que, como maestra de vida, la historia vale siempre que promueva revisiones en vez de imitaciones y que la historia sólo merece ser conocida cuando proporciona criterios y valores. La Argentina anticarapintada parecía recordar que la Humanidad aprende normalmente de experiencias negativas, de desengaños que intenta evitar en el futuro (como el argentino de 1983 y 2001 al percibir la ingenuidad de su fe en el golpismo y el neoliberalismo). La Argentina anticarapintada parecía percibir que el aprendizaje histórico no implica postular los mudos efectos de una tradición conformadora de mentalidades, sino procesos de aprendizaje harto dolorosos y con muy relevantes consecuencias. La Argentina anticarapintada parecía preguntarse si se puede aprender de aquellos acaecimientos que reflejan la impotencia de ciertas tradiciones ante ciertos problemas históricos ineludibles.
Teniente coronel Aldo Rico, líder de los dos primeros planteos militares carapintadas, lanzados en abril de 1987 y enero de 1988
Como Rico, el coronel Mohammed Alí Seineldín era un ex combatiente de la guerra de Malvinas, durante la cual le fue tomada esta foto. Seineldín, fallecido en 2009, fue el principal promotor de los fallidos planteos militares carapintadas de diciembre de 1988 y diciembre de 1990.
En enero de 1989, Enrique Gorriarán Merlo, dirigente guerrillero del decenio de 1970, fallecido en 2006, lideró el frustrado y sangriento copamiento lanzado por un minoritario grupo izquierdista autodenominado Movimiento Todos por la Patria (MTP) contra un regimiento militar asentado en la localidad bonaerense de La Tablada. El MTP intentó justificar su accionar arguyendo la necesidad de abortar una intentona golpista carapintada
El gobernador peronista riojano Carlos Saúl Menem sucedió al radical Raúl Alfonsín en la presidencia de la Nación en 1989, siendo reelecto presidente en 1995 y dejando la presidencia al concluir su segundo mandato en 1999. Durante su primer mandato se consumó la derrota final carapintada e impulsaron importantes reformas estructurales, aunque también se profundizó la tendencia socioeconómica neoliberal procesista, mantenida durante la segunda presidencia menemista en desmedro de amplias capas poblacionales paradójicamente proclives a avalar electoralmente un neoliberalismo socioeconómico también preconizado durante el azaroso bienio presidencial del radical Fernando de la Rúa , sucesor de Menem. A fines de 2001, una sociedad hastiada de los abusos neoliberales expulsó a De la Rúa del poder en un violento estallido popular, dando inicio a la sucesión de gobiernos impulsores de políticas socioeconómicas alternativas favorables al argentino promedio y encabezados por los presidentes peronistas Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, cuya gestión gubernativa permitiría al peronismo superar el descrédito social provocado al peronismo por su profundización de las políticas socioeconómicas procesistas.
Presidente por un día. Del 21 al 22 de diciembre de 2001, el peronista misionero Ramón Puerta, presidente provisional del Senado Nacional, ejerció la presidencia de la República , a raíz de la renuncia de De la Rúa
Ante la renuncia de Adolfo Rodríguez Saá, el peronista Eduardo Camaño, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación , asumió interinamente la presidencia de la República el 31 de diciembre de 2001, siendo reemplazado al día siguiente por Eduardo Duhalde. Esta foto muestra a Camaño asumiendo la presidencia ante el Escribano General de la Presidencia de la Nación
El 1º de enero de 2002, el peronista bonaerense Eduardo Duhalde, rival político intrapartidario de Menem, asumió la presidencia de la Nación por mandato legislativo, en medio de una tempestad socioeconómica y político-institucional sin precedentes en toda la historia argentina. En 1999, Duhalde había intentado infructuosamente asumir electoralmente la primera magistratura federal argentina, siendo el segundo candidato presidencial más votado en los últimos comicios argentinos del siglo XX. Durante su interinato presidencial, extendido hasta la asunción de su sucesor presidencial Néstor Kirchner, formalizada el 25 de mayo de 2003, Duhalde condujo la fase inicial de la dificultosa transición hacia el orden socioeconómico post-neoliberal mantenido hasta la fecha con amplio margen de beneficios para la sociedad y economía argentinas. Como presidente en un momento histórico excepcionalmente complejo, Duhalde demostró un destacable manejo del timing político-gubernativo, posteriormente opacado, tras su presidencia, por una evitable derechización de su pensamiento político-ideológico
Las elecciones presidenciales de mayo de 2003 llevaron a la presidencia de la Nación al gobernador santacruceño peronista Néstor Kirchner, protegido político de Duhalde, cuya beneficiosa política socioeconómica post-neoliberal profundizó ampliamente. Posteriormente, Kirchner y Duhalde se distanciarían políticamente.
El 10 de diciembre de 2007, Néstor Kirchner transmitió la presidencia de la Nación a su esposa, la senadora nacional peronista bonaerense Cristina Fernández de Kirchner, elegida presidenta el 28 de octubre de 2007 y reelecta por amplio margen de votos el 23 de octubre de 2011. Néstor Kirchner falleció el 27 de octubre de 2010, diluyendo el matiz nepotista imputable a su sucesión presidencial y ostensiblemente relativizado por la destacable calidad de la gestión gubernativa kirchnerista-cristinista. Esta imagen fue captada durante el sepelio de Néstor Kirchner en la Casa Rosada. El ex mandatario sólo tenía 60 años de edad al fallecer. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha mantenido exitosamente el paradigma socioeconómico post-neoliberal duhaldista-kirchnerista.
10 de diciembre de 2007. Cristina Fernández de Kirchner asume su primera presidencia en el Congreso Nacional.
La Argentina anticarapintada parecía percibir las dificultades conllevadas por la búsqueda de un equilibrio apropiado entre la incitación a la rebelión y el atemperamiento de los ánimos, manifestadas en la Argentina alfonsinista por la presencia de componentes militares contrariados por los procesos judiciales contra elementos procesistas y signados por un interés en atemperar los ánimos y desinflar el proceso. Interés perceptible en unos carapintadas caracterizados por una insignificancia numérica compensada por la peligrosa libertad de acción gozada por unos adversarios del enfrentamiento con el pasado proclives a concebir el torbellino de problematizaciones derivable de dicho enfrentamiento como un peligro para la paz y estabilidad internas. Adversarios definibles como desinfladores pragmáticos propensos a preconizar una muy restrictiva persecución penal y consiguientemente tendientes a olvidar la imposibilidad de materializar una “historia de éxitos” sin un profundo cambio de actitudes normativas y un acostumbramiento a una cultura de la disputa y contradicción. Como endebles herederos de un golpismo harto desacreditado y mal acostumbrado a la complicidad de una sociedad civil posteriormente pronunciada en su contra, los carapintadas parecían negar todo mérito a los gritos contra una ley y orden corrompidos proferidos por los incontables objetores del planteo militar, signados por una vulnerada subjetividad de víctimas aliada al resentimiento o rencor de viejos luchadores como Raúl Alfonsín o Antonio Cafiero. Alianza materializable desde un rigor crítico que instrumenta un cambio autocrítico de conciencia y un enfrentamiento con un pasado diferenciado de la justicia política y desata el potencial de herirse mutuamente conllevado por los debates de autoentendimiento. Los límites de dichos debates relativizan la tribunalización y personalización de la política, pues dichos debates no pueden ser definidos por la lógica de la imputación de culpas personales o valoración de biografías individuales, sino desde la perspectiva de un “nosotros común”, porque las asimetrías existentes inducen una falsa afirmación de diferencias. Falsa afirmación que soslaya la necesidad de evitar una apelación a falsas comunidades atentatoria contra los discursos de autoentendimiento y establecer una conexión retroalimentativa del cambio de mentalidad con la capacidad de tomar decisiones políticas autoatribuibles a fin de evitar la ausencia de controles de éxito referentes al autoentendimiento colectivo.
La Argentina anticarapintada parecía denunciar la extrema endeblez de la ocultación y represión de convicciones y formas de comportamiento retrospectivamente devaluadas, que ni siquiera contribuye a estabilizar autoimágenes, pues las verdades a medias son muy difíciles de controlar y pueden rasgar o destruir el velo de una autocomprensión ilusoria o mal construida.
23 de octubre de 2011. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner celebrando su reelección en Plaza de Mayo
La Argentina anticarapintada parecía repudiar, de manera categórica y autocrítica, la fascinación ejercida sobre el argentino de épocas anteriores por la opción golpista y similar a la ejercida sobre el pueblo alemán por el irracionalismo de la Primera Guerra Mundial y del periodo nazi, que impulsase a muchos argentinos a desdeñar peligrosamente unos principios democráticos posteriormente revalorizados a la luz de la traumática experiencia procesista. Esa fundamental reinterpretación histórica alentaba seguramente a la Argentina anticarapintada a recordar que la negativa a aprender de la Historia es lo único que demuestra quien se limita a hurgar en tradiciones fracasadas ante la instancia crítica de la Historia.
Soldados alemanes de la Primera Guerra Mundial
Adolf Hitler asiste a un masivo acto político nazi en 1934
La crisis de Semana Santa parecía recordar las duras exigencias de la consigna autoreflexiva característica del Aufarbeitung postulado por Theodor Adorno y mencionado por su ex ayudante de cátedra Jürgen Habermas. La esencia del germanismo Aufarbeitung, alusivo al hecho de afrontar el pasado para aclararlo, radica en el modo de volver presente ese pasado, que puede consistir en quedarse en el simple reproche o acusación o en tratar de comprender lo incomprensible para afrontar el espanto. El ambivalente Aufarbeitung insiste en una inmisericorde reflexión sobre un pasado humillante que nos confronta con un “nosotros mismos” muy distinto de aquel que creíamos y quisiéramos ser. Al mismo tiempo, promueve una reflexión que sólo puede tener efectos curativos de no convertirse en un arma disparada contra nosotros mismos, sino en una autoreflexión. La Argentina anticarapintada parecía entender que la aclaración profunda “del propio pasado”, promovida por Adorno, no implica confiar inocentemente “en la dinámica de la toma de conciencia”, sino admitir que la autoreflexión es insustituible en lo tocante al autoentendimiento.
La Argentina anticarapintada parecía entender que el pueblo argentino sólo lograría una autointerpretación coherente y veraz apropiándose críticamente de su propia biografía y asumiéndola responsablemente, con la consiguiente necesidad de una crítica de los autoengaños responsables del autoocultamiento de deseos y formas de comportamiento moralmente escandalosas. La Argentina anticarapintada parecía recordar que los problemas relativos a la autocomprensión ética no sólo pueden plantearse desde la primera persona del singular, sino también desde la primera persona del plural, sobre todo en el marco de una comunidad hipotecada por un pasado políticamente criminal. La crisis de Semana Santa, interpretada a la luz de la traumática experiencia procesista y del enjuiciamiento de sus principales responsables, parecía recordar al pueblo argentino la necesidad de distinguir la culpa moral o jurídica (imputable a personas particulares) de la obligación ciudadana de responder a las vulneraciones de la dignidad humana practicadas o legalizadas en el seno de su comunidad política. La crisis de Semana Santa parecía recordar al pueblo argentino la existencia de una conciencia moral posconvencional exigible al ciudadano particular por el Estado democrático en aras del autoexamen y de una apelación racional al derecho penal, limitando los reproches morales individuales al establecimiento de relaciones políticamente justas en el marco de la complejísima transición democrática afrontada por la Argentina alfonsinista. La Argentina anticarapintada parecía recordar la existencia de las exigencias no juridificables de justicia política y contribuciones al autoentendimiento a largo plazo, que sólo pueden validarse mediante la formación de opinión y voluntad políticas, no pudiendo revestírselas de autoridad estatal ni validárselas institucionalmente, por ser parte de la opinión pública política y no del aparato político articulado jurídicamente. Devastada por la experiencia procesista, la Argentina anticarapintada parecía recordar que el debate público debe limitarse a un contexto sociohistórico responsable de una destrucción de criterios morales de comportamiento no exenta de relevancia política y al reconocimiento debido a las víctimas. Esa Argentina arrasada parecía recordar que los discursos de autoentendimiento deben promover principalmente cambios de mentalidad definibles como focos de enfrentamiento social con un pasado políticamente hipotecado y promotor de una frustrante normalidad.
Antonio Cafiero pronunciando un discurso en 1988. Durante la crisis de Semana Santa, el veterano dirigente peronista desempeñó un destacado rol en su calidad de líder de la “renovación peronista”, que permitió al peronismo superar el descrédito social provocado al peronismo por su contribución al advenimiento de la dictadura procesista, consistente en una desmesurada exacerbación de la violencia política y en un mal manejo de los asuntos gubernativos durante el primer lustro del decenio de 1970
Este dibujo de Gustavo Salas capta el instante culminante de la crisis de Semana Santa, en el cual el presidente Raúl Alfonsín anuncia la rendición carapintada desde los balcones de la Casa Rosada
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