En este año 2011, se cumplen 120 años del nacimiento de la Unión Cívica Radical (UCR). Ciento veinte años de supervivencia. Ya desde su surgimiento, el partido de Hipólito Yrigoyen acusó el sempiterno carácter supérstite destinado a la UCR. Esta última tiene sus raíces históricas en el autonomismo alsinista del decenio de 1870, al cual adhirieron el joven Yrigoyen y su tío Leandro Alem. En 1889 se dio el primer paso hacia el advenimiento de la UCR, al conformarse la Unión Cívica Nacional (UCN), encabezada por Bartolomé Mitre y responsable del desplazamiento del cuestionado presidente Miguel Ángel Juárez Celman, concuñado y sucesor presidencial del general Julio Argentino Roca. En 1891, en su calidad de líder del Partido Autonomista Nacional (PAN), Roca celebró con Mitre un acuerdo electoral con vistas a las elecciones presidenciales de 1892. El sector alemnista de la UCN rechazó el acuerdo y se alejó del mitrismo, constituyendo la UCR y promoviendo las infructuosas revoluciones de 1893 y 1905 contra los presidentes conservadores Luis Sáenz Peña y Manuel Quintana, tutelados por Roca, cuyo retorno al poder en 1898 se vio posibilitado por la renuncia de Sáenz Peña a favor de su vicepresidente roquista José Evaristo Uriburu, futuro consuegro del Conquistador del Desierto. Alem no sobrevivió al impacto emocional de las vicisitudes políticas y puso fin a su vida el 1º de julio de 1896. Por esas ironías del destino, su sobrino Yrigoyen, devenido en rival político de su tío, moriría el 3 de julio, aunque de 1933.
En 1912, el presidente conservador Roque Sáenz Peña, hijo de Luis Sáenz Peña, pareció favorecer paradójicamente a la UCR al promulgar la célebre ley electoral conocida como Ley Sáenz Peña y destinada a regularizar unas prácticas electorales viciadas por el fraude sistemático y las irregularidades de los padrones. En 1916, 1922 y 1928, los dirigentes radicales Hipólito Yrigoyen y Marcelo Torcuato de Alvear se convirtieron en dos de los presidentes más limpiamente elegidos de la historia argentina, hecho signado por la escisión intrapartidaria del radicalismo en 1924.
Roque Sáenz Peña, ¿salvador de la UCR?
En la década de 1930, el advenimiento del golpismo obligó al radicalismo a autoconcebirse nuevamente como un supérstite, forzado por pactar con el conservadurismo los duros términos de su supervivencia política: fuertes retaceos a la participación electoral del radicalismo, reintroducción del fraude electoral. En 1937, los radicales antipersonalistas pudieron imponer a su candidato presidencial Roberto Ortiz, a condición de aceptar comicios fraudulentos y un compañero de fórmula conservador para el ex ministro de Alvear. Ortiz asumió la presidencia a principios de 1938. En 1940 quiso pronunciarse fuertemente contra el fraude electoral al decretar la intervención federal contra la provincia de Buenos Aires, dominada por el dirigente conservador Manuel Fresco y bastión del fraude electoral. Logró firmar el decreto, pero, al poco tiempo, su mala salud lo obligó a delegar la presidencia en su vicepresidente conservador Ramón Castillo, partidario del fraude electoral, derrocado por un golpe militar en 1943 y fallecido al año siguiente. Ortiz renunció a la presidencia en 1942, falleciendo ese mismo año, como Alvear.
El advenimiento del peronismo representó un serio desafío para la supervivencia del radicalismo. En las elecciones presidenciales de 1946, Perón derrotó al radical antiyrigoyenista José P.Tamborini, ex ministro de Alvear, quien, para postularse, pudo contar con su correligionario Enrique Mosca como compañero de fórmula, pero debió aceptar la Unión Democrática (UD), fallida alianza entre radicales antiyrigoyenistas, socialistas, demoprogresistas, socialistas y comunistas.
José P.Tamborini
Enrique Mosca
Acto de la UD (1945)
En las elecciones presidenciales de 1951, los radicales, supérstites del naufragio de la UD, fueron representados por el binomio Ricardo Balbín-Arturo Frondizi y nuevamente derrotados por la fórmula Perón-Quijano, cuya reelección autorizaba la reforma constitucional de 1949, parcialmente suprimida en 1957. En 1951, la mujer argentina votó por primera vez en una elección nacional. Pero, aunque Perón hubiera puesto preso un año a Balbín, la electora promedio estaba evidentemente con Perón, que decía haber ganado su primera elección con los hombres y la segunda con las mujeres y había vaticinado acertadamente que ganaría la tercera con los niños de 1951, futuros votantes del Perón de 1973. Evita dio el ejemplo, al estrenar la primera libreta cívica argentina con la emisión de su primer y único sufragio.
Balbín en prisión (1950)
Evita votando (1951)
La Revolución Libertadora obligó al radicalismo y al peronismo a pactar con el conservadurismo golpista los severos términos de su supervivencia política. En vísperas de las elecciones presidenciales de 1958, un radicalismo dividido acordó con un peronismo proscrito que los peronistas votarían por el radical intransigente Arturo Frondizi, rival intrapartidario del radical del pueblo Ricardo Balbín. No fue una jugada beneficiosa para el radicalismo, como tampoco lo fue la elección presidencial del radical del pueblo Arturo Illia, sucesor presidencial del radical intransigente José María Guido, convertido en presidente-títere por los golpistas de 1962. Tanto Frondizi como Illia terminaron derrocados por sendos golpes militares. Frondizi se alejó del radicalismo, conformando el muy modesto Movimiento de Integración y Desarrollo (MID).
La Revolución Argentina pretendió ser aún más drástica con la actividad política. Juan Carlos Onganía, su primer presidente de facto, no pretendía silenciar a un determinado partido político, como José Félix Uriburu o Pedro Eugenio Aramburu. Pretendía silenciar toda actividad política, como intentaran hacerlo infructuosamente los golpistas de 1943. Y, por supuesto, no lo logró. Uno de sus rivales y sucesores de facto sería el general Alejandro Agustín Lanusse, quien odiaba al peronismo, pero sabía que a la política no se la puede suprimir tan fácilmente. En marzo de 1973, se celebraron elecciones sin proscripciones, en las cuales el radicalismo y el peronismo pudieron presentarse libremente y sin divisiones en su seno. Perón regresó de su exilio y pudo volver a la presidencia con el voto de los niños de 1951. Murió en julio de 1974, tras las dos derrotas infligidas electorales por el peronismo a Balbín el año anterior y tras la reconciliación entre Perón y Balbín.
Reconciliación Perón-Balbín (1973)
El Proceso de Reorganización Nacional pretendió ser tan drástico con la actividad política como la Revolución Argentina. Y, por supuesto, fracasó rotundamente. En el ínterin, falleció Balbín. El naufragio del Proceso permitió una espléndida demostración de la capacidad de supervivencia del radicalismo, en la figura de Raúl Alfonsín. Este último tenía mucha muñeca política, pero no parecía entender que no es lo mismo gobernar un país que presidir un comité. Entre 1985 y 1997, el radicalismo no ganó ninguna elección nacional. Y, cuando la ganó, lo logró a través de esa esperpéntica reedición de la UD encarnada en la Alianza. Tanto Alfonsín como su correligionario Fernando de la Rúa salieron de la Casa Rosada a los ponchazos.
Junio de 1989. Raúl Alfonsín hace pública su renuncia a la Presidencia de la Nación, impotente ante la alarmante situación socioeconómica imperante
Logo de la campaña electoral aliancista de 1999
20 de diciembre de 2001. Acosado por la violencia social imperante, el presidente Fernando de la Rúa se ve obligado a abordar el helicóptero presidencial en la terraza de la Casa Rosada, ante la inconveniencia de desplazarse en automóvil hasta el cercano helipuerto presidencial para volar a la Quinta de Olivos. Ese mismo día, el jaqueado mandatario anunciaría su dimisión, aceptada al día siguiente por el Congreso Nacional.
Diez años después de la caída del último presidente radical, Ricardo Alfonsín, hijo de Raúl, parece creer en la posibilidad de llegar al poder reeditando la UD y la Alianza, a través de su exótica alianza electoral con Francisco de Narváez, presunta "pata peronista" de la nueva coalición promovida por un líder radical. Lo cierto es que la historia del radicalismo es una historia de supervivencia. De una supervivencia política cada vez más difícil.
Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez (2011)
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